Revista Cultura y Ocio
Gori: “No tocar con la guitarra eléctrica era un desafío y una locura”
Publicado el 26 julio 2016 por Tucho“Si no me tomo un café con leche a la mañana, no sirvo para nada… después tampoco”, exagera Gori apenas se enciende el grabador. Estamos en su departamento de Constitución y, preparada la merienda, el hombre detrás del nombre se largará a hablar de todo con total predisposición: la actualidad de Fantasmagoria, con novedades internacionales en su formación; los coqueteos con la música académica y la influencia de sus tíos santiagueños a la hora de tocar fuerte y desenchufado; la marca de sus letras y cómo recibe el público aquello que se canta.
La charla sólo se interrumpirá cuando sus dos gatos lloren o ataquen la mesa con sus garras. Y cuando ve algo a través de un ventanal que da a la autopista 25 de Mayo. Gori advierte sorprendido que “pasó un loco corriendo al costado de los autos”. Quizá no sepa que esa postal podría ilustrar su propio devenir en los últimos 15 años de rock local: un loco que banquinea de a pie, a bordo de su guitarra acústica, con velocidad y corazón, pero sin tanta urgencia como el resto.
El mago Mandrax, salido en agosto del año pasado, será el centro de este diálogo que empieza por las noticias de último momento: la partida del baterista Augusto Giannoni en el verano porteño, y el reemplazo tras los parches a manos de un baterista inglés.
¿Cómo es eso de que Fantasmagoria tiene un miembro extranjero?
Sí, Ollie Hipkin. En enero de este año escribió un mail a Scatter Records diciendo que le gustaban las bandas del sello, que es de Londres, hace un año vive acá y tenía ganas de tocar pero no tenía banda. Entonces, Pol Scatter [se refiere a Pablo Hierro Dori] me reenvió el mail, y lo citamos una tarde a la sala.
¿Cómo fue la prueba? ¿Lo probaron sólo a él?
No, probamos a unos cuantos bateristas. Le habíamos pasado cuatro canciones que se aprendió a la perfección. Y nos comunicamos en un inglés más que básico, con algunas palabras en español. Le contamos cómo nos manejábamos con la banda, si quería probar de tocar, y se quedó. Ya le pasamos diez canciones más.
¿Se entienden bien? Idiomática y musicalmente hablando.
Es un flash porque toca distinto, está virgen de la influencia de acá -Charly García, Cerati, Calamaro, Spinetta- y a veces nos cuesta un poco explicarle los chistes. Marian [Acosta, el pianista del grupo] habla muy bien inglés y Dani [Rollano, el bajista] habla. Nacho [Piedrabuena, el guitarrista] y yo hacemos buenas onomatopeyas (risas). Ollie también habla algo de español, muy poco. Pero cuando tocamos hay una conexión silenciosa que es genial.
Es importante porque el disco es relativamente nuevo y ya hubo un par de cambios después de grabado. ¿Te sigue pareciendo lo mejor que hiciste con Fantasmagoria?
Me sigue pareciendo lo mismo que cuando lo terminé, salvo por comentarios externos de la gente que lo escucha, sobre todo de gente que me conoce. Me hacen notar cosas que por ahí no me había dado cuenta. A medida que va pasando el tiempo y se va alejando el día de la grabación o de la mezcla, te empezás a desprender y a escuchar un montón de cosas que antes no escuchabas.
¿Creés que pasa porque es un poco inconsciente el momento creativo? Porque todas las canciones las componés vos…
Claro, las armo yo, pero después cada uno le da su toque, tampoco podés estar en todas. Y también escucho cosas en las letras. Mis amigos me dicen “¿quién es John?”. “No sé, vos”, les digo. No es nadie en particular pero podría ser un estado de todos que en algún momento pueden tener. Le puse John porque las melodías a veces las compongo en un inglés ficticio y después las traduzco. Cuando armamos la lista de temas, a “Las cosas de verdad” le ponemos “Why?” porque cuando hice la canción yo cantaba “Why tarararará…” Los tres primeros versos hacían preguntas y el cuarto las contestaba. Eso imaginaba, después cuando hice la traducción cambió completamente la letra pero quedó como “Why?”.
¿Esas preguntas no te dieron ganas de cambiar las letras?
No, a las letras no les cambiaría nada. Se dio que el comienzo y el final son dos canciones que hablan de un mago, me gusta que empiece con “La araucaria” y terminé con “El mago…”, fue como un tetris, que vas acomodando las cosas hasta que queda perfecto. Así pasó con el proceso de buscar sello, hasta que cerramos con Scatter.
No te desvive editar por las tuyas, ¿no?
El primero y el segundo disco los edité por las mías y me volví loco, tenía pilas de discos para distribuir y me daba una paja terrible. Y cuando me ponía las pilas, los llevaba a una disquería, abría una planilla Excel y después no me daba cuenta dónde estaban los discos, a quién le tenía que ir a cobrar. Es un laburo para el que tenés que tener otra cabeza. Yo soy el manager -o hasta ahora fui el manager, porque nos está empezando a ayudar una chica-, y también es otra cosa que no tiene nada que ver, tenés que estar viendo que todas las bandas toquen a horario. Cosas que está bien hacerlas pero te sacan un poco del rol de músico.
Hace poco contaste una experiencia que, decís, te influyó a la hora de componer y tratar de abordar el silencio y los matices de otra manera: la vez que fuiste a ver a una orquesta sinfónica. ¿Cómo se dio eso?
Ya había visto orquestas pero hacía mucho que no. Esta vez fue en el aula magna de la facultad que queda cerca de Medrano y Córdoba. La mitad del lugar la ocupaban los músicos y la otra mitad, el público. Yo estaba a la distancia que está esa guitarra (señala una guitarra a un par de metros) de los músicos que estaban más cerca, entonces veía todo y me flasheó un montón. Venía hinchando las pelotas con eso de los silencios, más ahora que somos cinco: si tocamos todos al mismo tiempo es un quilombo, estás siempre arriba, siempre en diez. Ahí dije “hagamos una cosa, ¿qué pasa si vos no tocás ningún platillo en esta canción?”. El tema no va a tener brillos de batería y va a tener una personalidad, porque vos decís “¿qué pasó con los agudos?”. Y el batero me decía “bueno, pero en el estribillo sí”. Y yo: “¡No, en el estribillo no!” (Risas).
Se pusieron restricciones.
Sí, y es redifícil, porque yo lo quiero hacer y estoy todo el tiempo tocando. Pero bueno, intentamos hacer eso, en vivo cuesta bastante más… Para las próximas canciones lo tendré más en cuenta.
¿Todo eso te pasó después de ver a la orquesta?
Hubo otra vez. Augusto me regaló unas entradas por mi cumpleaños, para ir a ver el ensayo de la orquesta del Colón. Así que fui a las diez de la mañana con él, otro flash. El director va explicándole a la gente de qué se trata cada obra: “en un momento aparecen los truenos, que son las percusiones….”. Después paró el ensayo y cuando volvieron dijo “bueno, vamos del compás 67, desde el La y el Fa”. Yo pensaba “está hablando como cuando yo digo ‘vamos desde el estribillo’”. ¡Tiene todos los instrumentos en la cabeza!
¡Te gustó el lugar del director! Salvando distancias, es lo que vos hacés en la banda.
El que organiza… Eran dos obras, entre una y otra fuimos a dar una vuelta, ¡y en el baño me lo encontré a Tito Fargo! (Risas). “Hola, qué hacés, ¿cómo andás?”. “Vine a aprender”, le dije, y se cagó de risa. Me flasheó verlo ahí, solo, a la mañana.
¿Las otras veces que fuiste, eras chico?
De pendejo también había ido… La vez que fui a Medrano habían pasado el dato en una cartelera del Gobierno de la Ciudad y a mí me parecía mucho mejor plan que ir a ver a una banda de rock. Iba a ir solo pero llamé a un amigo. Cuando terminó, nos fuimos caminando, parando en todos los supermercados chinos: él se compraba una birra normal y yo una birra sin alcohol porque no estaba chupando en ese momento. Fuimos así hasta Palermo. Y ese día me inspiró a hacer una introducción para “Caballos negros atravesando el desierto de noche”. Ahora la tocamos con una intro que se me ocurrió mirándolos a estos chabones.
¿Se te proyectó la música viéndolos, en el momento?
Sí, aunque seguramente no tenía nada que ver. Se me ocurrió la idea y después la grabé en el teléfono, caminando. Me la canté y cuando fuimos a ensayar a la casa de Mariano, que tiene un piano vertical, lo saqué tocando con un dedo. Le decía “a ver, Marian, quiero esto y esto a la vez, ¿lo podés hacer?”. Y me decía que sí, entonces traducía lo que yo quería hacer.
“El mago…”, la canción, tiene una estructura compleja. ¿Es el tema más largo que hiciste?
Creo que sí. El disco de Gori-Nekro, Golden hits, empieza y termina con unos ruiditos. Eso lo hacía en tiempo real: desparramaba una caja de ritmos, un teclado, una guitarra, y a todo le ponía delay. Ponía un casete de 60 minutos y me colgaba haciendo eso durante media hora. Cuando terminaba, reseteaba todo, daba vuelta el casete y hacía lo mismo del otro lado. Entonces si me quería dormir o estaba aburrido, ponía ese “disco” y era un ambient recontra colgado. Y se ve que se lo hice escuchar a Carlitos y me dijo “pongamos un tema de estos”, entonces pusimos un par de fragmentos. Pero eso no eran canciones, era una zapada de uno solo. Improvisar hasta llenar el lado del casete.
¿Con Fantasmagoria quieren volver a grabar rápido?
No me desespero. Es más, no tengo muchas canciones para un disco y disfruto de éste todavía. Salió en agosto del año pasado, vamos a tratar de darle un poco de rosca. Además, si me cebo con canciones nuevas no voy a querer tocar las otras, ya me van a parecer viejas (risas). Eso sí, estamos hablando con Exiles Records para editar Atravesando el camino… en vinilo.
¿Estás a favor del retorno del vinilo o te es indiferente?
Acá tengo unos cuantos vinilos pero no dónde escucharlos. Escucho música en la compu, haciendo otras cosas, ya no tengo la paciencia para sentarme y escuchar. Y el vinilo lo ponés y a los 21 minutos te tenés que levantar y darlo vuelta, tengo que cuidar que estos forros no se tiren arriba de la púa (señala a los gatos y se ríe). No soy de comprar vinilos hoy, tampoco.
Te parece una idea romántica, pero si no llegara la propuesta desde un tercero, no lo harías por las tuyas.
Mm… (Piensa). No, me encantaría que El mago… salga en vinilo, pero es muy caro hacerlo. Me parece que garparía por el sonido.
Y ¿estructuralmente, te parece que tiene un lado A y un lado B para pasarlo a ese formato?
No lo había pensado. Me interesa mucho cómo empezaría el lado B. Pará que me fijo cuál sería la canción indicada (busca el disco para ver los temas). Y, el seis es “La bolsa agujereada”, ese sería el último del lado A… Podría ser “Miserere Park”, estaría bueno que empiece con ése. Me encantan los vinilos y me encantaría que todo saliera en vinilo, pero es muy caro hacerlo acá. Y comprarlos también, todo eso (señala) lo compré afuera.
¿Te traías de a muchos o viajaste bastante?
Me traía de a unos cuantos, no viajé tanto. Me gustaría viajar más, con Fun People viajábamos una bocha pero ahora hace mucho que no viajo y estaba pensando en hacer algo este año.
Salir ayuda a despejar un poco.
Sí, como que te vas y ves al país desde afuera, te ves vos… me pasaba eso, como que veía la foto de lejos y decía “allá estoy yo, y ¿qué onda? ¿Qué estoy haciendo?”. Y después, cuando volvía, venía con otra energía. Fantasmagoria empezó así, de una gira con Fun People donde dije “bueno, ya sé lo que tengo que hacer, me tengo que ir de esta banda y empezar con la mía”. No porque me pareciera una decisión inteligente, sino porque me iba a pelear con el Nekro.
Era más por una cuestión humana que una estrategia comercial.
Claro, nada que ver. Preferí hacer algo que fuera más noble a lo que a mí me gusta, a la búsqueda que tengo. Hubiera sido recontra obvio y muy poco original hacer algo parecido, estaba buscando una vueltita de tuerca, ¿no? De movida, no tocar con la guitarra eléctrica era un desafío y una locura.
Era y es. Sigue siendo la marca de Fantasmagoria. ¿Nunca va a cambiar eso de tocar con guitarra acústica?
No, es al pedo cambiarlo ahora porque empezaría a sonar otra cosa. Además ahora me puedo apoyar en el teclado y en el otro violero, entonces estoy más libre. Sacar la guitarra acústica, qué sé yo… Sería como que los Ramones hubiesen usado máquinas (risas). No le veo sentido. Hay algunos que vienen y me dicen (imita el tono ofendido): “boludo, tenés que tocar con la guitarra eléctrica”. ¿Qué te pensás, que no se me había ocurrido? (Risas). Entonces agrego cosas, teclados con sonido de piano posta. Cuando veo a la orquesta sinfónica me flashea porque digo “¡de estos hijos de puta no enchufó ninguno!”. Están todos sonando de aire, y se mezclan porque los que suenan más bajito están adelante y los que suenan más fuerte -las percusiones, los trombones- están atrás. Hacen más con menos cosas, eso me parece genial. Yo nací en este departamento, y mi vieja acá metía como treinta personas para los cumpleaños.
¿Era tu casa familiar?
Claro. Había una mesa redonda, ovalada, grande. Los tíos de ella son de Santiago del Estero, todos folcloristas. Eran, ya cayeron un par… Cantábamos el feliz cumpleaños, soplábamos las velitas, y después de que se cortaba la torta, los chabones sacaban las violas y empezaban a tocar, ¡a un volumen zarpado! Se sentaban en círculos y le daban. Las guitarras gastadas y los chabones cantando refuerte (imita y se ríe). Para mí tocar fuerte está bien visto, la primera vez que escuché sonar una guitarra al lado mío fueron ellos.
Lo de la guitarra acústica puede que venga por esa mano…
A lo mejor sí, lo de tocar fuerte seguro que sí, quizá lo de la acústica también. Pero era un flash.
¡Quién lo hubiera dicho! ¡La guitarra acústica de Fantasmagoria viene de la chacarera! (Risas).
¡El folk psicodélico era folclore psicodélico! (Más risas). Nunca me gustó la chacarera y el folclore, igual, no me llama tanto la atención. La actitud sí, los veía a ellos tocando y ya en esa época me daba cuenta de algunas cosas. Ahí descubrí la diferencia entre mayor y menor, por ejemplo.
¿Te acordás de lo primero que aprendiste?
Fuimos a una colonia de vacaciones con mi hermano y nos enseñaron a tocar “El oso”. Me enseñaron La, Re y Mi y empecé a sacar algunas canciones con esos tres acordes. Después empecé la investigación autodidacta, que me parece noble y divertida… Bah, no sé si noble: más interesante que ir a estudiar. Yo la cejilla la hago así (muestra con la mano que no la hace con el dedo índice, sino con el pulgar).
¿Y en tus letras creés que está esa cuestión noble? Tienen una línea bastante fuerte, una reivindicación de los perdedores que es propia de cierto rock.
Puede ser, yo empecé escuchando Kiss y después seguí con el punk. Y las letras de punk son bastante crudas y basadas en cosas reales, entonces de ahí me habrá quedado eso de escribir basado en la realidad. No tan crudo, medio enmascarado y como cuentito, porque después vino la psicodelia, pero siempre hablando de algo real. Las letras de amor que tengo por ahí hablan de otra cosa, por ejemplo, cosas que le pasaron a gente que tengo a mi alrededor… O me pasaron a mí y te las cantó en tercera persona para no quedar muy expuesto (risas). O invento un personaje y le pongo John (más risas). Me cuesta hacer letras, no me gusta poner cualquier cosa, pero me encanta cuando viene alguno y me dice “che, boludo, ¿sabés que me pasó lo mismo?”. Cuando el otro se siente acompañado por la letra es un golazo. Por ahí no me lo dicen con esas palabras, pero cuando pasa eso, que se sienten acompañados por una cosa que hice para canalizar algo, está buenísimo. Si no le pasa nada a nadie es un embole.
[Publicado en ArteZeta el 07/04/2016. Fotos por Loreley Ritta]