Hace unos años, habiéndonos encontrado por casualidad en la calle, me preguntó si trabajaba, y le respondí que había perdido el gusto por el trabajo, que no sentía la necesidad de manifestarme, de «producir», que escribir era para mí un suplicio… El pareció extrañarse, pero más me extrañé yo cuando, justamente a propósito de escribir, me habló de alegría. ¿Utilizó exactamente esa palabra? Sí, estoy seguro. En ese instante recordé que durante nuestro primer encuentro, en la Closerie de Lilas, a principios de los años sesenta, me había confesado su gran cansancio, su sensación de que no podía sacarse ya nada de las palabras.
A las palabras, sin embargo, ¿quién las ha amado tanto como él? Ellas son su sola compañía, su único soporte. A Beckett, que no se autoriza ninguna certeza, se le nota sólido en medio de ellas. Sus accesos de desaliento coinciden sin duda con los momentos en que deja de creer en ellas, en que se imagina que le traicionan, que huyen de él. Ausentes las palabras, queda despojado, desaparece. Lamento no haber anotado y enumerado todos los lugares de su obra donde habla de ellas, donde las examina «gotas de silencio a través del silencio», como las llama en El Innombrable. Símbolos de la fragilidad convertidos en cimientos indestructibles.
Emil Cioran
Algunos encuentros con Beckett
Editorial: Tusquets
Traducción: Rafael Panizo
Foto: Samuel Beckett en el boulevard Saint-Jacques, Paris, 1985.
Fuente: Historical Wallpapers