1976
Manuela Martelli, 2022 | International Competition | ★★★★☆
Estrenada directamente en la plataforma Filmin hace unas semanas, 1976 (Manuela Martelli, 2022) es una de las nominadas al Goya a Mejor Película Iberoamericana y estuvo presente en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes y la sección Horizontes del Festival de San Sebastián. La actriz ahora debutando como directora, afronta el drama de la dictadura a través de los ojos de Carmen (Aline Küppenheim), un personaje inspirado en su abuela que se mueve en los ambientes de clase alta cercanos a la ideología del régimen militar que consideran a los chilenos como analfabetos a los que hay que tratar con mano dura. Frente a esta mirada paternalista que justifica la violencia real, ésta se representa en la elíptica primera secuencia a través del sonido de un disparo en una calle cercana a la casa familiar en plena reforma, convirtiendo las gotas de pintura en una metáfora de la sangre derramada a pocos metros. Esta imagen de la violencia que suena cercana pero nunca es amenazadora para la familia de Carmen, se irá transformando conforme la protagonista se involucre en la asistencia a Elías (Nicolás Sepúlveda), un joven vagabundo al que ha ayudado el padre Sánchez (Hugo Medina), pero que se revelará como un partidario de la resistencia al régimen dictador. Carmen ha sido enfermera, aunque dejó su profesión cuando se casó con Miguel (Alejandro Goic), director de un hospital, que le ha proporcionado una estabilidad financiera y la tranquilidad que le permite la burbuja clasista.A Manuela Martelli (1983, Chile), la hemos visto como actriz en otras películas que tratan la dictadura como Machuca (Andrés Wood, 2004), cuyo director ejerce como productor ejecutivo de esta película junto a la también directora Dominga Sotomayor, y afirma haberse inspirado en su abuela, a la que nunca conoció pero de la que siempre ha escuchado relatos sobre su implicación en la resistencia al régimen, para conformar el retrato de Carmen. Pero 1976 no se detiene en el perfil de una protagonista y su entorno, sino que elabora una historia que deriva hacia el suspense construido con una mirada sutil y de creciente tensión narrativa, utilizando una estructura formal que hace uso de zooms que recuerdan al género policíaco norteamericano de los años setenta. La directora comentaba en el podcast Encuentros de la plataforma MUBI, que uno de sus referentes cinematográficos es John Cassavetes y especialmente su película Una mujer bajo la influencia (1974), lo que se manifiesta en la forma en que está representada la protagonista, a través del cuidado en el vestuario y de una reconstrucción del entorno político que solo se muestra desde la televisión que interrumpe una película para ofrecer un discurso de Augusto Pinochet, de las transmisiones de radio o de los titulares de los periódicos. Esta visión de la atmósfera política, que resuena de fondo, muestra la propia desconexión de Carmen con la sociedad que poco a poco se convierte en una desconexión con su propio entorno, como cuando en el yate de recreo la conversación sobre un país que necesita ser controlado le provoca un malestar enfermizo.
La transformación de Carmen no sería posible sin el intuitivo trabajo de Aline Küppenheim, que expresa desde su interior la tensión de los momentos en los que siente una cierta paranoia en torno a la posible vigilancia por parte de la policía secreta, o su progresivo distanciamiento de esa realidad falsa en la que vive, aislada de la auténtica realidad que el país está sufriendo. Hay mucha sutileza en el guión escrito por Manuela Martelli y Alejandra Moffat, quizás demasiada en algunas ocasiones, pero al mismo tiempo se construye una estructura narrativa que se asienta en secuencias precisas que describen con diálogos aparentemente intrascendentes el momento en el que Carmen se encuentra, como en la secuencia del bar, una de las escasas ocasiones en las que ella sale de su burbuja privilegiada para asomarse a pie de calle. Una de las películas que han marcado a numerosos directores chilenos es Palomita blanca (Raúl Ruiz, 1973), una representación de la sociedad chilena que no se pudo estrenar porque se produjo el mismo año en que la Junta Militar de Gobierno asaltó el poder en Chile. Estrenada 19 años después, dos más tarde que el final de la dictadura, y restaurada recientemente, es uno de esos hallazgos que han marcado el cine chileno posterior, un reflejo cinematográfico y social sin el cual películas como 1976 seguramente no serían de la misma forma.
Copenhagen does not exist
Martin Skovbjerg, 2023 | Nordic Competition | ★★★★☆
Una de las películas más esperadas del festival, que también está presente en la Sección Oficial del Festival de Rotterdam, es la producción danesa Copenhagen does not exist (Martin Skovbjerg, 2023), el último guión escrito por el reconocido Eskil Vogt (1974, Noruega), guionista nominado al Oscar por La peor persona del mundo (Joachim Trier, 2021) y director de The innocents (Eskil Vogt, 2021), que adapta la novela Sander (1998) del escritor noruego Terje Holtet Larsen. Se trata de una historia difícil de llevar a la pantalla porque se desarrolla únicamente en una habitación casi desnuda en la que el protagonista Sander (Jonas Holst Schmidt) debe dar explicaciones sobre la desaparición de su novia Ida (Angela Bundalovic) al padre y el hermano de ella, el empresario Porath (Zlatko Buric) y su hijo Viktor (Vilmer Trier Brøgger). A lo largo de una entrevista que graban en video, Sander es sometido a una especie de interrogatorio cada vez más tenso en el que se revela una progresiva sensación de culpabilidad hacia la persona que ha provocado una relación amorosa tan absorbente que fue aislando progresivamente a Ida de todo su entorno. Pero el director Martin Skovbjerg (1980, Dinamarca) consigue exteriorizar la historia a través de flashbacks en los que se relata la evolución de esta relación, una especie de encuentro romántico que acaba siendo excluyente, y por tanto separa a la pareja de todo aquello que les rodea. Cuando se conocen intercambiando miradas fugaces a través del escaparate de una librería, tras lo cual él la sigue hasta una sala de cine en la que se proyecta Monos (Alejandro Landes, 2019) y a la salida establece un primer contacto tímido, Sander representa todo lo contrario a lo que Poroth querría para su hija. Es un joven sin trabajo, ni ganas de tenerlo, que disfruta de un cierto nihilismo por el que no siente la necesidad de seguir las reglas de la sociedad, y en ese sentido guarda un cierto paralelismo con la rebeldía de la protagonista de La peor persona del mundo. Pero en el caso de Sander es una rebeldía callada, que sin embargo arrastra poco a poco a Ida hacia el aislamiento.Cuando ambos hablan sobre su relación, Ida le dice que "lo nuestro es más grande que el amor". Y efectivamente la película hace un buen trabajo a la hora de describir lo que se podría definir como "amor ciego". Sander se sorprende cuando el padre de su novia le habla sobre la cojera que tiene ella, algo que ha pasado totalmente desapercibido para él. Esta mirada absolutamente enfocada a la persona, casi diríamos que obsesiva, se convierte también en el principal problema de una relación que necesita aislarse para sentirse completa. Pero, no hay que olvidarlo, asistimos a la historia a partir de los recuerdos de Sander, de su propia interpretación de los acontecimientos, y en más de un momento el acertado guión de Eskil Vogt deja traslucir que quizás lo que vemos no es la realidad tal como ocurrió. Por ejemplo, Sander manipula los recuerdos de Poroth contando una historia sobre Ida en un restaurante que en realidad es una experiencia personal. En un encuentro con amigos, éstos les preguntan cómo se conocieron y Sander cuenta la historia de la librería y la sala de cine, pero Ida se muestra distante y decepcionada. "Ella estaba enfadada conmigo", le confiesa a su padre. "Es como si hubiera reducido nuestro encuentro a una simple anécdota. Mis palabras lo distorsionaron todo. Ella me dijo que lo recordaba de forma diferente". Es una apreciación de las relaciones sentimentales que expresa cómo la verbalización de los recuerdos puede ser destructiva para la representación de la memoria. Como si compartir los sentimientos con otros de alguna manera fuera una traición a la intimidad y la fidelidad de la propia pareja. Pero Ida también está representada a los ojos de Sander de una forma idealizada, lo que provoca que su relación sea cada vez más absorbente. Como se verá progresivamente, el nihilismo de Sander acaba siendo perjudicial, aunque él no llegue a ser consciente de ello.El debutante actor danés Jonas Holst Schmidt hace un excelente trabajo a la hora de representar la obsesiva personalidad de Sander, sobre todo por tratarse de un narrador poco confiable, que de alguna manera muestra una cierta inconsciencia, pero alimentada también por una cierta fragilidad. Mientras que Ida está interpretada por Angela Bundalovic, a la que recientemente hemos visto como protagonista de la serie de Nicolas Winding Refn Copenhague Cowboys (Netflix, 2023), en la que también coincidió con el veterano actor Zlatko Burić, que ganó el último Premio del Cine Europeo al Mejor Actor por El triángulo de la tristeza (Ruben Östlund, 2022). Su presencia es más compleja en cuanto que representa una cierta idealización de la persona en los recuerdos de su amante, mostrada a veces a través de espejos o cristales, como si fuera un reflejo más que una persona real. Pero también se desprende del carácter protector de su padre y su hermano una fragilidad mental que ha pasado, como su leve cojera, totalmente desapercibida para Sander, de forma que no sabemos hasta qué punto hay una decisión libre de vivir en un lugar remoto, alejada de todo, junto a su novio. Hay apuntes de depresión que están muy presentes a lo largo de la película. Copenhagen does not exist es una película que habla de una relación obsesiva que busca el aislamiento para adquirir entidad, pero esta representación concreta se expande hacia una reflexión profunda sobre la naturaleza etérea del amor, y se beneficia de una absorbente banda sonora del grupo danés de música electrónica Av Av Av que explora aquí una sonoridad sinfónica etérea.
Sobre las nubes
María Aparicio, 2022 | Voyage | ★★★☆☆
Ganadora del Premio a la Mejor Película Argentina y una Mención de Honor en el Festival Festival de Mar de Plata y el de Mejor Película en el Festival de Valdivia, Sobre las nubes (María Aparicio, 2022) se pudo ver en España dentro de la sección Tierres en Trance del Festival de Gijón. Se trata de una película protagonizada por cuatro personajes que viven en la ciudad argentina de Córdoba, con un cierto aire a la coralidad practicada por Robert Altman, pero en la que la directora toma la decisión de que estas vidas retratadas no se crucen en ningún momento, con alguna excepción que le sirve para trazar su mirada hacia el mundo laboral en una sociedad cada vez más dividida. Porque sus historias giran siempre en torno a la posibilidad o no de encontrar un trabajo: Hernán (Pablo Limarzi) está en esa franja de edad en la que quedarse desempleado supone la condena a buscar sin encontrar. Vive con su hija adolescente Paulina (Uma Limarzi) y asiste a absurdas entrevistas de trabajo en las que se proponen ejercicios como imaginar que se encuentran en un planeta destruido. Nora (Eva Bianco) trabaja como instrumentadora quirúrgica en un hospital pero está fascinada por un taller de teatro que acaba de comenzar. Ramiro (Leandro García Ponzo) es un joven que ejerce como cocinero en un bar; y Lucía (Malena León) comienza un cómodo trabajo en una librería aunque no es especialmente aficionada a la lectura. A los cuatro se les presenta al comienzo de la película a través de la entrevista con una censista que representa el control estatal de la población. Interpretados por una mezcla de actores profesionales y amateurs, despliegan una especie de acartonamiento que es deliberado, una tonalidad apática que recuerda directamente al cine del finlandés Aki Kaurismaki.En realidad, Sobre las nubes podría ser una película de historias episódicas separadas, como están en los créditos finales, pero la directora María Aparicio (1992, Argentina) prefiere trazar la estructura de una forma laberíntica pero en la que no hay espacio para el encuentro. Rodada en blanco y negro como su cortometraje Hombre bajo la lluvia (María Aparicio, 2018), hay una mirada que en cierta manera refleja una especie de melancolía permanente a través de las noches de calles vacías y mojadas por la lluvia. Pero el interés se propone principalmente hacia lo cotidiano, y esos pequeños momentos de ruptura de esa cotidianidad. Para Nora, que parece tener una amable pero algo distante relación con su marido, las clases de teatro son una posibilidad creativa de explorar emociones diferentes, de pensar en el paso del tiempo y expresarse artísticamente. Para Hernán, la ruptura se produce con el desempleo, en contraposición con el nuevo trabajo de Lucía, mientras que Ramiro se detiene todas las noches en un quiosco para comprar una Coca-cola, un gesto que le permite establecer contacto con el quiosquero (Pedro Parolini), no sabemos si porque se siente atraído de alguna forma o simplemente porque supone una separación de su monótono regreso a casa.No está muy claro si la película necesita las dos horas y media que dura para contar estas historias, quizás uno de sus elementos más discutibles, aunque en general el discurrir de estos pequeños fragmentos de vidas se contemplan con atención. También es hábil la utilización de otros elementos de ruptura como la visibilidad de un eclipse solar que atrae la atención de la ciudad o la celebración de las fiestas de fin de año, que dan la bienvenida al regreso a un nuevo comienzo que se anhela como diferente pero que para los protagonistas de la película quizás no suponga un cambio radical. Sobre las nubes se acomoda en los gestos sencillos del día a día para trazar en realidad una reflexión sobre el paso del tiempo, representado en esas nubes que se muestran como si se tratara de cortinillas que dan paso a un momento distinto. Y el sonido de la lluvia, siempre el sonido de la lluvia que supone un acto de renovación y de transformación.Lobo e çao
Cláudia Varejão, 2022 | Voyage | ★★★★☆
Tras sus trabajos en el género documental, la directora Cláudia Varejão (1980, Portugal) aborda su primera película de ficción con una mirada observacional que explora, como hizo en Amor fati (2020), centrada en la cotidianidad de varias personas que habían encontrado a sus compañeros de vida, el sentimiento de libertad de un grupo de jóvenes en la isla de Saõ Miguel, la más grande del archipiélago portugués de las Azores. Pero a pesar de ello es un espacio rodeado por el Océano Atlántico y por tanto cerrado, del que solo se puede salir a través de un transbordador que sirve como conexión con el mundo exterior y que abre la imaginación hacia otros lugares. Cuando Ana (Ana Cabral) habla con una veterana empleada del transbordador, ésta le dice: "A ese lado se encuentra Portugal, mi hogar. Y hacia ese otro lado se encuentra Polonia, mi hogar", reflejando esa máxima tradicional sobre el hogar definido por uno mismo y no circunscrito a un solo lugar. En Lobo e cão (Lobo y perro) (Cláudia Varejão, 2022), que ganó el premio a la mejor Dirección en la Mostra de Venecia y en LesGaiCineMad, donde también recibió una Mención Especial, los jóvenes actores adquieren la naturalidad de una mirada que les observa, pero con una composición de planos que, al mismo tiempo que los reduce a un formato 4:3, les da la libertad para moverse, bailar, acariciarse y mirarse.Ellos forman una comunidad que contrasta con la de la isla, que les define como contraposición a un entorno tradicional y temporal. Los cuerpos jóvenes frente a las pieles curtidas de los viejos pescadores en una isla que ha abandonado progresivamente su dependencia del mar como fruto de subsistencia para redefinirse por su dependencia del mar como vía para la llegada de visitantes. Pero también se autodefinen en su sexualidad, su no-binarismo, su mezcla de sentimientos que se encuentran frente a la profunda tradición religiosa del pueblo. Sin embargo, no hay una confrontación directa, la directora no reduce su película a la homofobia, sino que en realidad el comportamiento libre de estos jóvenes es aceptado, lo que no quiere decir que sea respetado. Solo durante una procesión en la que Luis (Rubén Pimenta) tiene el "atrevimiento" de maquillarse y travestirse, es cuando surge el conflicto latente. Para Ana, su mejor amigo queer es una mirada libre hacia el mundo, una redefinición de la juventud que la hace plantearse algunas cuestiones relacionadas con ese mundo cerrado en el que vive. Lo que se refuerza con la llegada de Cloé (Cristiana Branquinho), una amiga que vive en Canadá y que hace explotar la efervescencia de los sentimientos adolescentes.El guión de Cláudia Varejão, en colaboración con Leda Cartum, guionista de la serie Call me Bruna (GloboPlay, 2016-2019) que exploraba la transexualidad, define a los personajes a través de diálogos certeros, como cuando Ana habla con el cura del pueblo para exponer su necesidad de querencia: "Querer no es pecado", le contesta el párroco. "Pero yo quiero demasiado. Quieto tanto que no cabe en esta isla", responde Ana. Pero también los define sin necesidad de palabras, como cuando el grupo de amigos visita un pequeño lago dentro de una gruta y se divierten bañándose mientras suena el Adagio del Concierto en Re Menor de Johann Sebastian Bach, una hermosa secuencia que refleja la despreocupación de la juventud. Aunque no evita tampoco la reivindicación que supone la ruptura de la cuarta pared en otra escena en la que ellos miran con orgullo al espectador, bajo los compases del "Cold song" de Henry Purcell, que es la consecuencia de la rebeldía cuando Luis es obligado a raparse la cabeza. Lobo e cão se define así como una película mucho más inconformista de lo que parece, y también más dolorosa de lo que aparenta, a través de una mirada observacional que refleja una opresión latente y profunda, pero también una eclosión de libertad juvenil.
We had the day bonsoir
Narimane Mari, 2022 | Visionaries | ★★★★☆
La última película de la directora Narimane Mari (1969, Argelia), residente en París desde 1986, es también la película póstuma de su pareja, Michel Haas (1934-2019), que nace de la aceptación de la muerte a partir de la querencia por la vida, como indicaba su obituario: "Michel Haas vivió el final de su vida como vivió su vida: vivo". Un documental de creación complementario al mediometraje Holy days (Narimane Mari, 2019), que comenzaba con él mismo cavando su tumba, el pintor y escultor francés participa también en esta elegía que representa la certeza de la muerte cercana, pero que siempre se muestra a través del sonido, con la cámara volviendo la mirada hacia otro lugar, como en la escena en la que una enfermera le explica que estará allí para hacer más sosegada la llegada de la muerte, pero a la que no vemos, solo escuchamos. La directora construye una película entre el pasado y un futuro anhelado que tiene que ver con el disfrute de la vida, desde el comienzo con un chapoteo en el agua mientras suena la canción "Amor, amor!" (1962) un clásico de Norrie Paramor & His Orchestra. El agua y la música son dos elementos esenciales en la narración, que se cierra con las olas rompiéndose y que se alimenta de los sonidos de músicas que quizás Michel Haas escuchaba. También hay palabras, reflexiones del artista sobre su vida, realizadas en conexión con el trabajo de la directora, evitando utilizar material de archivo como si Narimane Mari quisiera eliminar cualquier interferencia entre ella y su pareja.We had the day bonsoir (Narimane Mari, 2022) logró el Grand Prix en la Competición Francesa de FIDMarseille 2022 y también está programada en la sección Harbour del Festival de Rotterdam que se celebra estos días. La película es un collage que celebra la vida mientras espera la llegada de la muerte, una actitud envidiable de tener la sensación, como expresa el propio artista, de haber tenido una vida completa y satisfactoria, que se recrea en la representación de un Michel Haas vitalista al que vemos riéndose mientras contempla la famosa secuencia del combate de boxeo de Luces de la ciudad (Charles Chaplin, 1931), gateando sobre una superficie de tierra para pintar, desnudo frente a la cámara en una especie de puesta en escena, o rompiendo la cuarta pared haciendo la el gesto de la peineta con un mechero... Son expresiones de rebeldía que muestran la pretensión de seguir sintiendo la vida hasta el último momento. A pesar de que la muerte está doblemente presente en el documental, porque el director de fotografía Nasser Medjkane, habitual colaborador de la directora en películas como Alubias rojas (Narimane Mari, 2013) falleció cuatro meses después de Michel Haas. Pero la película es una laberíntica, intrincada reflexión sobre el arte y la vida, y sobre la relevancia de todo lo que existe. De ahí que en los créditos finales se nombren por orden de aparición a todos los seres vivos y las obras de arte presentes en la misma, una forma de acreditar la importancia de todos por igual en esta elegía que no pretende ser elegíaca, aunque a veces se impregne de esa melancolía del recuerdo que permanece, como cuando se escuchan los mensajes grabados entre la pareja, manifestando la presencia de esa voz que se queda cuando el cuerpo ya se ha ido. We had the day bonsoir es una película que también reivindica la trascendencia de lo imperfecto.
______________________________________Películas mencionadas:
1976 se puede ver en Filmin.El triángulo de la tristeza se estrena en cines el 17 de febrero.
Machuca se puede ver en FlixOlé.Una mujer bajo la influencia, Monos y Amor fati se pueden ver en Filmin. La peor persona del mundo se puede ver en Movistar+. Luces de la ciudad se puede ver en Acontra+ y Filmin.