¿Piensas que al llegar al municipio holandés de Gouda lo primero que vas a encontrar es queso? Pues... no vas desencaminado, no. A modo de luces navideñas o banderines de verbena de pueblo, lo que en Gouda usan para alegrar sus calles son nada menos que quesos enteros suspendidos de un hilo. Palabra.
¿No habíamos dicho que los neerlandeses eran los number one en lo que a pragmatismo concierne? Pues para muestra un queso.. digo un botón. No se puede negar que era lo que tenían más a mano.
Pero no adelantemos acontecimientos. Si nada más salir de la estación de tren ves una calle cutrona con un snack bar, un kebab-pizzería, un videoclub y un supermercado de marca sin identificar... eso no es Gouda, te has equivocado de camino. Vuelve al punto de partida, presta atención a los carteles que apuntan al city center y tras pasar por debajo de un puente voilá, eso si es Gouda, un bonito pueblo holandés muy parecido a todos los bonitos pueblos holandeses que viste hasta la fecha.
Nada más adentrarnos en él perderse se torna imposible, pues encontramos multitud de carteles señalando hacia la plaza del mercado, centro neurálgico de la ciudad desde el siglo quince. Y esto nos lleva de nuevo a los quesos. Si has tenido la suerte de acudir al lugar en verano y además es jueves por la mañana, encontrarás que en esta plaza tienen armado el mercado tradicional del queso.
Las piezas que se venden en este mercado, para alborozo de los turistas, siguen pesándose en De Waag, el edificio que veis al fondo donde tradicionalmente se lleva pesando el queso desde su construcción en el siglo diecisiete.
El gran relieve de mármol que adorna la fachada deja bien clara la función del pabellón, pues muestra a unos pobres hombres desharrapados que desde el suelo venden sus quesos a unos holandeses bien erguidos de sombrero elegante y capa al viento.
Estos edificios de pesado público, presentes en muchos municipios neerlandeses, eran fundamentales para el comercio antes de que las medidas y pesos estuvieran estandarizados. Al realizar las transacciones "ante notario" podía garantizarse que ambas partes recibían un trato justo (y que el ayuntamiento recibía también su parte en forma de impuestos, claro está). Como curiosidad mencionar que en estos edificios neutrales se aplicaban también los "tests de brujería" durante la época medieval. Si la acusada pesaba menos que una determinada cantidad, era declarada culpable sin más. Como para ponerse a dieta.
Si erráis en el día o como yo, lleváis en los genes unos horarios diametralmente opuestos a los de nuestros madrugadores anfitriones neerlandeses, lo único relacionado con queso que vais a ver es un par de tiendas cerradas como las de la foto. Como apetecen esos quesos tan variados desde fuera, puñeta. Sin embargo aunque deis en la diana y lleguéis en pleno mercado, lo que más os va a llamar la atención de la plaza no van a ser los quesos. Porque en el medio y medio se alza nada menos que... el castillo de Disney.
En realidad se trata del ayuntamiento o stadhuis, que data del siglo quince y es uno de los edificios de estilo gótico más antiguos de los Países Bajos. Y la verdad es que si no lo conoces de antemano su aparición sorprende por su emplazamiento en plena plaza y sus diferencias arquitectónicas con los típicos edificios holandeses. Entrar cuesta alrededor de un euro (si eres avispado y llegas en horario de apertura, entiéndase). Por si fuera poco, el ayuntamiento nos reserva otra sorpresita. En uno de sus laterales encontramos las figuras cromadas de cuatro o cinco personajes alrededor de una puertecita, todo ello coronado por un reloj. Cerca del conjunto, una placa nos cuenta que el mecanismo se activa dos minutos después de todas las horas puntas y medias para presuntamente mostrarnos un bailecito o quién sabe qué otra representación llevada a cabo por los monigotes protagonistas. Este carillón, que ni siquiera es original del edificio (fue donado por un director de una compañía de seguros, muy simpático él, en la década de los sesenta) es en realidad el troleo más grande que las gentes de Gouda ofrecen a sus incautos visitantes.
Ya que andas por la zona es bastante probable que decidas sentarte a esperar el momento anunciado en la placa. Además han sido tan gentiles como para programar el evento para dos minutos después de las horas punta, de modo que es más difícil que te lo pierdas; las campanadas te pondrán sobre aviso. De hecho, en el momento que éstas suenan, ese maldito gen humano que hace que formemos una cola en el aeropuerto nada más anunciarse nuestra puerta de embarque nos insta a levantarnos e irnos acercando al reloj en cuestión. Esto ya son al menos dos minutos de pie como postes sin saber muy bien si mirar fijamente al objetivo o dispersar la mirada por los alrededores. Rodeado de cinco o seis turistas más a los que la fortuna ha llevado al mismo lugar en el mismo momento que tú y están haciendo gala del mismo comportamiento errático. Por fin llega la hora, o al menos la posición de la pala larga del reloj analógico del edificio parece indicar los dos minutos. Encendemos las cámaras, iphones o lo que se tercie y alzamos los brazos en un comprometido ejercicio de reportero de tres al cuarto. Pero los monigotes no parecen moverse. ¿Aún no habrá alcanzado la pala la posición exacta? Los brazos empiezan a cansársenos. La pala ya ha trascendido los dos minutos seguro. Giramos la cabeza a un lado y a otro pero nuestros aleatorios compañeros parecen seguir aguardando el evento. Volvemos la cabeza de inmediato al reloj, esto tiene a empezar de un momento a otro. Pero no empieza. Ahora sí, todos los turistas empiezan a apartar alternativamente los ojos del mecanismo y lanzarse miraditas empáticas los unos a los otros. Una risita, un encogimiento de hombros, una mueca sin nombre que para rusos, chinos o suecos significa: "parecemos tontos, oye". Las esperanzas decrecen pero los iphones siguen alerta, no vaya a ser que hayamos llegado hasta aquí para acabar perdiéndonos este trascendente numerito de marionetas medievales. Pena no aprovechar para grabar, en vez de esto, el numerito humano que se divisaría desde el punto de vista del reloj. Tras veinte minutos anclados a la plaza ha acabado por materializarse una fuerza invisible que nos impide alejarnos de allí. Nos han tenido esperando como panolis, pero desistir ahora y que el ingenio empiece a sonar cuando estemos caminando dos calles más arriba sería ya de tontos del culo. Las esperanzas están bajo mínimos, ninguna cámara se molesta ya en apuntar hacia el reloj. Y sin embargo nadie se mueve. Ha llegado ese punto en que sabes que en cuando el primero ose abandonar la escena se desencadenará el éxodo masivo. Así que decides ser tú quien acabe con todo, no sin antes soltar al aire un tímido "parece que está roto" pues a esas alturas todos los presentes sois parte de la misma cruzada y queda como feo marcharse sin más. Habéis pasado casi media hora haciendo el completo ganso.
¿Divertido? Para los Goundenses la broma debe ser el no va más, pues este es el espectáculo que tiene lugar en su plaza mayor dos veces por hora. Bueno, no exactamente. Para más alevosía, un británico que estaba allí comentó que aquella mañana el mecanismo sí se había activado. Así que o bien funciona a veces o bien tiene toque de queda y se detiene antes de las cinco, hecho que en Gouda no se considera lo suficientemente trascendente para registrar en la placa. Eso o que los pequeños caballeros se habían puesto en huelga, como bien apuntó el señor británico a continuación.
Foto del stadhuis de Gouda tomada directamente de la wikipedia
Observad dónde se concentran casualmente todos los turistas y hacia dónde miran
Cerca de la plaza del mercado encontramos la iglesia de San Juan, también del siglo quince. La verdad es que en un principio parece un clon de todas las demás iglesias desperdigadas a lo largo de la geografía holandesa. Sin embargo presenta dos particularidades. La primera es que se trata de la más grande de todas ellas. La segunda son sus vidrieras. Estas vidrieras, nada menos que sesenta y cuatro, fueron fabricadas por renombrados artistas de vidrieras de la época (que nosotros no conoceremos, muchos años van ya) y entre otras cosas representan acontecimientos históricos del momento. Tanto gustaron que fueron respetadas cuando la iglesia, originalmente católica, fue transformada en protestante (transformación que consiste básicamente en arramplar con todo, especialmente las estatuas de santos, e ir con ello directamente a la basura). Además justo antes de la segunda guerra mundial, viendo lo que se les venía encima, los goudenses se molestaron en desmontar todas las vidrieras y esconderlas a buen recaudo por lo que pudiese acontecer. Tras muchos avatares han llegado intactas hasta hoy pero a decir verdad desde fuera no se ve gran cosa. Repito la moraleja de la vieja: acudid antes de que cierre o (o bueno... buscadlas en google que también vale). Lo que sí se aprecia perfectamente con independencia de la hora son las pintorescas inmediaciones del templo, siempre dignas de ver.
Entre otros rincones agradables, por esta zona encontramos el parquecito de Erasmo. Como toda villa neerlandesa que se precie, Gouda también tiene su personaje ilustre a modo de patrón. Y no es otro que Erasmo de Rotterdam. ¿De Rotterdam? Resulta que el jodío era en realidad de Gouda, pero ponerse Rotterdam de coletilla debió de parecerle más glamuroso que Gouda al ilustre filósofo, temeroso de que en lugar de erudito lo tomaran por marchante de delicatessen.
¿Qué más tiene Gouda? Gatos, muchos gatos. Gatos sociables que se te acercan si les haces un poco de caso. ¿Pero en qué lugar de Holanda no los hay? Un animal más característico que sí encontraréis en Gouda a punta pala es es león. No de carne y hueso, claro está. Pero hay estatuas de leones para parar un tren. Sólo en el stadhuis ya se cuentan cinco o seis. Un posible juego en Gouda es hacer botellón por la calle y beber cada vez que aparezca un león. La borrachera está garantizada aunque la multa probablemente también, pues recordad que en los Países Bajos beber alcohol en la vía pública está totalmente prohibido.
Y no nos olvidemos de las pipas. ¿A que no sabías que además del queso, otro elemento típico de Gouda son las pipas de fumar? Aunque de momento no tienen pipas colgadas decorando el casco viejo, sí encontré un bruin cafe llamado la pipa con, como no, las paredes forradas de pipas. No, si la visión de un señor malvado observándonos con sevicia mientras fuma su pipa desde un mural de la estación debería habernos proporcionado una pista sobre de qué palo van estos goudenses.
Otra cosa curiosa que hasta el momento sólo he visto en Gouda son sus capillitas. Digo capillitas por llamarlas de alguna forma, ya que siendo la ciudad de tradición protestante lo más probable es que estos receptáculos nada tengan que ver con vírgenes y santos. Se trata de pequeñas cajitas de vidrio ancladas en la pared de al lado de la puerta de algunas viviendas. Independientemente de su oscuro origen, a día de hoy los vecinos las rellenan con lo que les viene en gana. Algunas contienen el número (redundante) de la casa, las que pertenecen a empresas han sido colmadas de folletos y merchandising, pero sin duda esta es la más enigmática de todas. ¿Qué se supone que quieres comunicar al mundo clavando esto en tu fachada?
Aparte de todo esto hay un puerto fluvial un poco cutre con antiguos barcos transformados en vivienda en una orilla y una zona industrial con grandes factorías en la otra, que por cierto no son de queso, pues realmente no existe ni una sóla fábrica de este producto en todo Gouda. En la zona encontramos también un molino llamado.... el león rojo. Que, como dudarlo, tiene la estatuilla de un león rojo para dejárnoslo bien claro, faltaría más (trago). Por el área, que no es lo que se dice muy turística, están también un bar con pinta clandestina y la casa del malvado Samael.
En Gouda hay mucho turismo, pero el trato al extranjero no es de los mejores en los Países Bajos. En vez de la aceptación del turista como ser omnipresente e inevitable que se da en Amsterdam y alrededores, en Gouda en ocasiones aún se andan con el cachondeo de "mira, un guiri, seguro que es más tonto que andar a pie, jojojo", tan típico por otra parte de mi Galicia natal. En Gouda, maestros de la psicología inversa, han descubierto además un método infalible para obligar al turista a entrar en sus restaurantes. Tú pones unas mesitas fuera, que el tiempo acompaña, y te encargas de colocar el menú que normalmente puede verse tras la cristalera lo más escondido detrás de estas mesas que puedas, de modo que si alguien quiere echar un ojo a tus precios tenga que inmiscuirse en la mesa de otros clientes y acercarse a ellos tanto como para oler su plato. Para cuando esto suceda ten preparado un niño rubio armado con una pistolita de plástico. El turista se acerca, se mete entre tus clientes, mira a duras penas un par de precios, decide marcharse incómodo y en ese instante el infante se planta en medio y medio de la puerta de entrada y lo apunta con su pistola berreando "!!!No puedes pasar!!!" o cualquier otra mandanga en holandés. El turista piensa "Pos vale, es justo lo que pensaba hacer" y se da la vuelta para alejarse del poco apetecible negocio. Ten preparado el coro, pues en ese momento camareros y clientes han de empezar a increpar, todos a una, al turista que huye. "Nooo, no te vayas, era solo un niño", "Pasa, pasa tranquilo, si era solo una broma", "Niño, quédate sentado y no molestes más a estos guiris con cara de tontos" etcétera etcétera etcétera etcétera. A poco pusilánime que el turista sea va a entrar si o si, atrapado entre la verguenza de haber sido atemorizado por un holandesín de cinco años y el deshonor de ser más cutre que los propios holandeses, campeones europeos del ahorro, y reconocer que lo que lo repelía eran los precios y no el chaval. Maquiavélico. Yo eché a correr, que un día entero en Gouda desgasta mucho. ¿Qué haríais vosotros?
Como dije al principio Gouda (pronuniada Jauda si tenéis que preguntar) es una ciudad muy preparada para el turista (ehemm para lo bueno y para lo malo), por lo que todos los monumentos aquí mencionados más otros muchos se encuentran perfectamente señalizados en carteles distribuidos a lo largo de todo el centro de la ciudad. Podéis ir tranquilos en cualquier o ocasión que os apetezca sin preocupados de conseguir un mapa: allí nada tiene pérdida. Y termina nuestra visita exprés. ¿Alguien viviendo en Gouda tiene algo más que aportar?