Las nominaciones a los Premios Goya, que este año se conceden en el tan romántico 14 de febrero, coincidiendo con la celebración del Festival de Cine de Berlín (que ya es tener puntería) demuestran el escaso riesgo que asumen los miembros de la Academia de Cine. La representación andaluza es lo que es: una muestra de una producción que no alcanza los niveles adecuados.
Este año la Academia de Cine ha optado por dar a las producciones más ambiciosas el reconocimiento a la apuesta económica, y parece un toque de atención a la labor que está realizando la televisión pública. No debe ser casual que las dos películas con mayor recaudación del año (Ágora y Celda 211) hayan sido productos salidos de las arcas de la televisión privada (Tele 5, en racha con sus incursiones cinematográficas, aunque luego no consigan sacarle partido en sus pases televisivos). ¿Es éste el cine que merece el reconocimiento? El del público parece que lo tiene, y el de los profesionales del medio también. A mi estas dos producciones me han dejado tan frío que no me produce ningún aliciente asistir a la competición que se producirá en la gala de los Goya.
Aunque sí me alegra encontrar en las principales candidaturas a la que considero que es, sin duda, la mejor "película española" del año. Aunque mira por dónde es una película de textura, estructura y forma argentinas, con un director en estado de gracia, Juan José Campanella, que consiguió con El secreto de sus ojos emocionarme como no me ha emocionado ningún otro título patrio. Aunque, sinceramente, dudo mucho que esta película de perfecta caligrafía logre arrebatar el Goya a otros productos más castizos. Aunque debería hacerlo.
También es cierto que este año he encontrado pocos paraísos emocionales en el cine español, y sólo algunas, pocas, historias contadas con acierto como Paisito, de Ana Díez o Gordos, de Daniel Sánchez Arévalo me han interesado. Del resto de producciones estrenadas solo puedo decir que he tenido serias dificultades para no dejarlas a medio terminar.
En cuanto a la representación andaluza, esto es lo que hay. Tampoco ha sido un año especialmente fructífero. Pero que una historia tan tópica y torpe como Yo, también, de Álvaro Pastor y Antonio Naharro, consiga más nominaciones que una propuesta arriesgada, aunque no del todo lograda, como After, de Alberto Rodríguez, dice mucho de los caminos del sentimentalismo políticamente correcto por los que caminan los Goya. Y aunque parece clara las serias posibilidades que tienen Lola Dueñas y Pablo Pineda (meritorio trabajo) en sus respectivas categorías, que no se reconozca la labor de Ricardo Darín en El secreto de sus ojos sería injusto. Aunque también es cierto que a este monstruo de la interpretación le sobrarán ocasiones para llevarse todos los premios que haga falta.
La presencia del documental Cómicos (pendiente aún de ver) y del cortometraje de animación 3D La dama y la muerte, también son aportaciones hechas en Andalucía. Aunque como el guión del corto producido por Kandor Graphics y Green Antonio Banderas Moon sea tan tonto como el de El lince perdido, se confirmará la sospecha de que la animación española tiene calidad técnica pero sigue siendo deficitaria de talento narrativo (¿Planet 51 Goya al Mejor Largometraje de Animación? ¡Horror!).