Revista Cine
Lo de la vergüenza ajena es ya algo que tenemos asumido en nuestra industria. Especialmente en momentos como los que se vivieron anoche, en una ceremonia de premios que, sin desmerecer en cuanto a ritmo lento y chistes malos con otras galas como los Premios Europeos o los Oscar, tiene algo de compadreo que a veces resulta gracioso y en otras ocasiones totalmente ridículo. Entre las cuestiones que se escapan a nuestra comprensión cada año están algunas decisiones que se toman sobre el desarrollo de la ceremonia. Como bien apunta hoy Jaume Roures, fundador de Filmin, si los premios Goya celebran la calidad de la nuestro cine, y además en los últimos años han conseguido ser un escaparate magnífico con audiencias excelentes (anoche casi 4 millones de espectadores y un 28,5% de share, lejos de la oferta del resto de cadenas de televisión), no se entiende que parezcan más empecinados en lanzar burdos mensajes demagógicos y puyas de tono político que a utilizar esta plataforma para promocionar el cine español que veremos en los próximos meses. Este año repleto de nombres destacados que presentan nuevos títulos como Pedro Almodóvar, Icíar Bollaín, Alberto Rodríguez, Juan Antonio Bayona, Daniel Calparsoro o Eduard Cortés. Dani Rovira parecía abducido por el espíritu de El Hormiguero y acabó incorporando a la gala números de magia protagonizados por el ya un poco cansino Jorge Blass, más propios de un espectáculo de crucero "todo incluido" que de una ceremonia de premios. Pero además nos ofreció uno de los monólogos más largos y aburridos que hemos visto en mucho tiempo, lleno de lugares comunes y con solo algunos momentos brillantes. Al menos, podría haber tenido la valentía de, en vez de arremeter contra los de siempre, hacer alguna referencia a la corrupción en el sistema de subvenciones al cine descubierto hace unos meses. Organizar una gala en la que todas las críticas sean hacia el exterior (los políticos, la piratería, el IVA, Montoro....) no tiene mucho sentido. Aquí hace falta un Ricky Gervais que le saque los colores a más de uno. Antonio Resines, presidente de la Academia de Cine, sacó una vez más el fantasma de la piratería como gran lastre del cine español, algo que resulta bastante dudoso. El problema no está en que los espectadores se descarguen ilegalmente películas españolas, sino en que directamente no tienen interés en verlas. Una película española de éxito suele tener una media de 2 millones de espectadores, y títulos de repercusión mediana como la ganadora, Truman, superan escasamente el medio millón. Eso quiere decir que, de los 4 millones de espectadores que tuvo la gala anoche, más de la mitad no había visto la mayor parte de las películas finalistas. Por otro lado, levantar la bandera antipiratería cuando tu gala está envuelta en la polémica teniendo desde hace dos años como principal patrocinador a una empresa que tiene varias condenas por infracción de marca y competencia desleal debido a su práctica de copiar perfumes de lujo de otras compañías, no deja de ser sorprendente. Los premios no depararon demasiadas sorpresas, máxime en una edición que incluía entre sus nominaciones títulos de mediano o bajo recorrido por la taquilla, dejando fuera precisamente a aquellas películas que han dado a nuestro cine el mejor resultado desde hace años (Anacleto, Agente secreto, Regresión u Ocho apellidos catalanes), con la escasa presencia de otros títulos taquilleros como Palmeras en la Nieve (lógico premio a la Mejor Canción y a Dirección Artística), El desconocido (merecido galardón al Montaje) o Atrapa la bandera (cantadísimo Goya a Película de Animación). Así las cosas, la humanidad que desprende Truman, quizás la mejor película de Cesc Gay hasta la fecha, apoyado siempre en la perfecta química entre Ricardo Darín y Javier Cámara, acabó decantando los principales premios: Película, Director, Guión, Actor protagonista y Actor de reparto. Aunque en algunos momentos parecía que Isabel Coixet iba a acabar dando la campanada con Nadie quiere la noche que, sorprendentemente, consiguió cuatro galardones: Música, Maquillaje y peluquería, Diseño de vestuario y Dirección de producción. Especialmente meritoria es la presencia en los premios de Lucas Vidal, joven compositor afincado en Los Angeles que ha logrado hacerse un hueco en la industria de Hollywood, con algunas incursiones en el cine español como Invasor (2012) o El estigma del mal (2014). Doblemente nominado por la excelente banda sonora de Nadie quiere la noche y la canción principal de Palmeras en la nieve, logró dos de dos, lo que refuerza su integración total en nuestra industria y le confirma como uno de los más interesantes compositores jóvenes del momento. Aunque A cambio de nada no es una película especialmente destacable, los premios que consiguió son justos y dieron algunos de los momentos más emotivos de la gala. El malagueño Miguel Herrán es uno de los vértices principales de la película, y su naturalidad frente a la pantalla le hacen merecedor del premio como Actor revelación. Más discutible es el de Mejor Director Novel para Daniel Guzmán porque, aunque maneja con soltura la historia, los trabajos de Dani de la Torre en El desconocido o Juan Miguel del Castillo en Techo y comida son más meritorios. Y también es cierto que nos decepcionó que Antonia Guzmán no consiguiera el Goya a Mejor Actriz revelación, por la valentía de una abuela a la hora de ponerse delante de una cámara. Como resultó decepcionante que Inma Cuesta no consiguiera el Goya a Mejor Actriz por La novia, a pesar de ser uno de sus mejores trabajos. Pero esta adaptación emocionante de Bodas de sangre de Federico García Lorca se tuvo que conformar con los premios a Actriz de reparto (Luisa Gavasa) y Fotografía (Miguel Ángel Amoedo), aunque aspiraba a ser una de las triunfadoras de la noche. En el lado opuesto, la modesta Techo y comida logró sorprender con el premio para Natalia de Molina, actriz jienense que ya consiguió el Goya revelación en 2014 por Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba. No se sabe si lo peor de la gala fueron los chistes malos de Dani Rovira o los disfraces de Oscar Jaenada y Victoria Abril (aunque a ella se lo perdonamos todo), pero se esperaba más compromiso real de una ceremonia y de una Academia que, tras la interesante etapa marcada por la presidencia de Alex de la Iglesia, parece iniciar una nueva época de retroceso con Antonio Resines a la cabeza. Como muestra, el más que dudoso homenaje otorgado a Mariano Ozores.