Celebro el final del Carnaval, que apenas me interesa salvo porque en estas fechas aparecen en las confiterías los diversos tipos de buñuelos que anuncian la Cuaresma y nos acompañarán estas semanas.
Son días en los que procuro no exponerme mucho por las calles (y este año la climatología adversa ha reforzado mis naturales inclinaciones), más que nada para evitar sobresaltos porque... hace ya mucho tiempo que la celebración del Carnaval perdió su sentido y está más degradada (comercializada) que nunca. Siempre pensé que esta fiesta, actualmente (bueno, hace ya algunos años), debía reservarse a la infancia (y si estiramos y somos permisivos, a los adolescentes) porque es una práctica saludable ese ejercicio de proyección del ser que debe sustentar el disfraz y la máscara, como ensayos de atrevimiento. A cambio, eso sí, de que se prohiban las burdas clonaciones de los héroes mediáticos y las escuelas reduzcan la fiesta a una pura leyenda o a una modesta prosa de la vida y el disfraz se confeccione con "lo que hay en casa".
No sé, a lo mejor es que el hábitat es ya muy otro del de mi infancia y me cuesta entender el marco urbano y ciertas imposiciones. Por ejemplo, me apiado de los monitores del gimnasio a quienes obligan a pintarrajearse o colocarse alguna protesis o apéndice que dé idea de que... son otros.
Pero me asquea ver desfilar las bandas de adultos si me asomo al balcón y observo. El asunto me resulta patético porque a menudo percibo que se disfrazan para proyectar una sublimación de naturaleza perversa. A lo mejor estoy contaminada de literatura y por consiguiente resulto incapaz de hacer una lectura correcta de la realidad, perdida en el laberinto de...
Las destrozonas de Ramón Gómez de la Serna o los cuadros de Gutiérrez Solana (por poner ejemplos de infrarrealismo, que es lo que hay, no nos engañemos) o la opulencia-decadencia del carnaval veneciano (que viví y disfruté con mis hijos) tienen, cada cual en su registro, una explicación histórica.
Pero en los adultos hoy el Carnaval es patrimonio de los políticos.
Todo esto barruntaba el pasado finde, encerrada en casa, cuando andaba yo dándole vueltas a este y otros asuntos y la lenta y persistente lluvia volvió a sumirme en los recuerdos y...
Volví a verme en el sofá del salón, conversando con un gran amigo que nos visitaba y honraba -el impar novelista de Madrid-, que no daba crédito a que en un par de días de estancia en Barcelona no pudiese ir a pasear con tranquilidad o escaparse un ratito a una librería porque la lluvia resultaba casi lacerante.
Así que, hablando y hablando (de lo divino y de lo humano) nos salimos por goyerías.
Por ejemplo, disertamos sobre la ceremonia de los Goya. Y me reservé la cita para el domingo (porque lo de San Valentín, ya me explicaréis: se ha convertido en otra carnavalada que nos hace añorar la cursilería de la Medalla del Amor, en la que al menos había un componente interesante: la doble faz, el haz y envés de toda medalla).
Así que asistí (atendí) parcialmente al evento, alertada por mi amigo el novelistay en prueba de gratitudo de lo que toque, si bien las cosas, y gracias al golpe de timón de Buenafuente este año no se decantaron por lo más goyesco...
De modo que ahí me teníais,atenta y entregada aunque somnolienta, cuando... ¡Tachín, tachán...!
oí que el Goya al mejor actor de repartoiba para Alberto Ammann, del que no tengo nada que objetar, Dios me libre, porque su interpretación en "Celda..." es destacable. Pero sí quiero reprocharle al presentador de voz en off que nos trazaba un breve perfil biográfico del ganadorque "era un hombre que quería ser electricista, e incluso profesor".
No puedo reproducir el tono, pero lo cierto es que lo decía así, semiescandalizado, sin necesidad de matices.
Me fui a dormir de inmediato, poque el martes tenía que empezar el curso del Máster y no era cosa de desanimarse.
P.D.Sigue lloviendo. Leo una interesante carta al Director en la edición de hoy de El País, firmada por Miguel Vázquez, de Barcelona, donde lamenta cómo el merecido éxito de "Celda 211" no ha acarreado el necesario debate sobre la situación de las cárceles españolas y cómo en parte la película se ha recibido "como un espectáculo de aventuras y suspense a la americana". Sin embargo, concluye, los espectadores deberíamos preguntarnos "en qué medida, ahora mismo, en las cárceles españolas se están fabricando nuevos y desesperados Malamadres".