Una de las frases que más he escuchado a lo largo de mi vida es la de "Gracias a Dios", la cual me tiene un poco cansado, por no decir bastante. Ya me perdonarán los lectores creyentes, pero en no pocas ocasiones, tras escuchar esta frase, no puedo sino revelarme, ya que en no pocas ocasiones, esa frase subestima al esfuerzo de una o varias personas para llegar a la situación por la cual se da gracias a Dios. Les pondré un buen ejemplo. Hace unos pocos años, a mi padre le fue detectado un cáncer. Afortunadamente, le fue detectado a tiempo, fue operado y en todo este tiempo no se le ha vuelto a reproducir. Todos los exámenes médicos que le han hecho desde entonces han salido normales. ¿Me quieren hacer creer que está vivo gracias a Dios? En mi caso particular, más que a Dios le daría las gracias al equipo médico que le operó, comenzando por el cirujano y finalizando por las enfermeras. Dar gracias a Dios por haberle salvado vendría a echar por tierra los largos años de estudio del cirujano que, durante varias horas, tuvo la vida de mi padre en sus manos. Si fue Dios quien le salvó, ¿por qué entonces le dedicó tantos años al estudio? Hasta yo podría haberlo operado si realmente Dios guió al médico. Si guió a ese doctor, por la misma regla de tres podría haber guiado a cualquier persona para realizar cualquier operación. Vamos, que ni siquiera haría falta esterilizar el instrumental.
Pero, para bien o para mal, el tema médico no es el único por el que muchos dan gracias a Dios. ¿Cuántas veces hemos oído a alguien dar gracias a Dios por un premio? ¡Y yo que me pensaba que los Grammy o los Oscar los daba un jurado! Pues no, se ve que los da Dios. Parece ser que no tiene nada mejor que hacer que dar premios de música o cine. Claro, así va el mundo. Con razón hay terremotos o tsunamis que matan a miles de personas. Dios está escuchando las últimas novedades musicales o los últimos estrenos cinematográficos para darle el premio a tal o cual cantante o el tercer premio al actor protagonista a Daniel Day-Lewis, que no digo que sea un mal actor, pero digo yo que sus premios los habrá conseguido por su preparación y años de experiencia que por el hecho de que Dios esté pendiente de su carrera.
Y hablando de carreras, ¿qué decir de las carreras atléticas o de natación? Hablemos de un atleta que es mundialmente conocido como el jamaicano Usain Bolt. Muchos dirán que ha conseguido todos sus títulos (6 olímpicos y 5 mundiales, entre otros), gracias a Dios. Vamos, que sus largas horas de entrenamiento no tienen nada que ver. Tampoco su genética que le hace superior a muchos. O el plan dietético que le han preparado sus entrenadores. Nada. Es Dios quien ha hecho que ganara todo lo que ha ganado. Por esa regla de tres, que deje de entrenar. Dios ya se encargará de que todas las carreras de 100 metros lisos las corre por debajo de los 9,9 o 9,8 segundos, o que pulverice todos los récords de velocidad habidos y por haber. Que se dedique a descansar y disfrutar de la vida mientras Dios le mantiene en forma.
Por favor, seamos serios. Y que conste que no quiero decir que Dios no exista o se esté tocando la barriga allá donde esté. Tampoco pretendo que se interpreten mis palabras con el ateísmo, pero digo yo que los que estamos aquí abajo también tenemos algo que decir en nuestros éxitos y nuestros fracasos. Hace unos meses finalicé un curso para poder realizar estudios de Grado Medio, sacando la tercera mejor nota de la clase. Digo yo que el hecho de haber atendido en clase, haber estudiado o no haber faltado a ninguna clase aunque en ocasiones no me encontrara del todo bien o simplemente no tuviese demasiadas ganas también tuvo algo que ver ¿no?