El camino hacia la igualdad no ha sido fácil. Nuestras antecesoras tuvieron que luchar mil batallas, recibir mil golpes, caminar solas mil veces cargando la losa del qué dirán muchos hombres e incluso de muchas otras mujeres rancias ancladas en conservar valores antiguos por encima de sus propios derechos. Algunas por religión, otras por educación. Como aquellas que aprobaron la ablación genital de sus hijas y hermanas con el cerebro totalmente absorbido o las que siguen tachando de zorras a la que viven su sexualidad con libertad.
Gracias a ellas, a las valientes (y a los que las apoyaron), nosotras tenemos el terreno más moldeable y ya es casi insólito, por ejemplo, que alguien se ponga de parte del agresor ante un abuso, -¡estaría bueno!- Sin embargo, y sobre todo cuando las agresiones son sexuales, hay ciertos comentarios que no se limitan a señalarlo a él. Esto pasa en todas partes, supongo, pero San Fermín se ha apoderado para su desgracia de la etiqueta de “la fiesta de los abusos sexuales”, tanto, que hay extranjeros que viajan a Pamplona de borrachera, de encierros y de toqueteo. (Y españoles también).
Y comienza julio y amanece con las noticias de agresiones sexuales a las que siguen comentarios como: «es que las chicas deberían prevenir que les metan mano evitando entrar en la plaza durante aglomeraciones», y yo, que no he ido a esa fiesta nunca, me imagino a una chavalita cruzando por otra calle, evitando la multitud porque lo “normal” es que sufra algún abuso si pasa por ciertas zonas y me dan ganas de volver al medievo y cruzar la plaza cortando manos a machetazos, así sin mayor cortesía ni escrúpulo, como el botones de Four Rooms convencido por Tarantino.
«No es que ellas tengan la culpa, pero claro, si se pusieran pantalones bajos quizás evitarían llamar la atención de los agresores sexuales», y piensas pero ¿hasta cuándo la responsabilidad en la mujer que viste como le da la gana, que camina como le da la gana y que vive como le da la gana? Se trata el tema como si se quemaran después de haber caminado sobre el fuego. Como si fuera inevitable en el mismo grado que lo es que el fuego queme.
«Vale, te violaron, qué cabrones. Pero podías haber hecho más por evitarlo». Estas insinuaciones que podrían derivar, si lo permitimos, en ir tapadas con burkas sin que se nos vean siquiera los ojos por lo que pueda provocar a un hombre una mirada, son patéticas. Bajo ningún concepto se debería promover el mensaje del miedo. Los que obran mal son los agresores y punto. Más seguridad, más denuncias, más sanciones y más compromiso de quienes son testigos y no hacen nada. No ceder nunca. Si nuestras bisabuelas, aquellas que dieron un paso al frente, hubieran seguido agachando la cabeza, cambiando de calle, evitando áreas de hombres, ni siquiera tendríamos derecho a votar.
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