Revista Cultura y Ocio

Gracias, don Harold

Publicado el 12 octubre 2007 por Sonicreducer
Parece que Harold Bloom es un tipo que divide opiniones. Muchos aseguran que El canon occidental es uno de esos bienes que —como la Biblia y el papel sanitario— no debe faltar en ningún hogar, mientras que otros lo tachan de categórico y sienten que el célebre profesor se cree propietario de la verdad (consecuencia de dar clase durante tantos años a una caterva de tímidos que nunca le ha refutado algo).
El caso es que tras haber fracasado, hace cuatro años, en la lectura de Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades (saque su conclusión quien esto lee), me estoy adentrando en Cómo leer y por qué. No comparto todos sus entusiasmos; por ejemplo, ama a Tuguéniev y a Chéjov... y yo con los rusos no puedo. Me abruman sus impronunciables nombres y ese afán por dar un extensa biografía hasta del sirviente que abre la puerta. o que si alguien, en mala hora, cruza el Volga, el autor haga un alto para hablarnos durante siete páginas de la grandeza de ese río que serpentea por tantos territorios, superando con su presencia a todo lo que el ser humano ha hecho desde el inicio de los tiempos... uffff. No soy el único con semejante problema; Jorge Ibargüengoitia también reconoció su incompetencia ante Tolstoi y compañía, igual que Juan Pablo Castel, "el pintor que mató a María Iribarne", en El túnel*, de Ernesto Sábato.
También choco con Bloom cuando, a la menor provocación, descubre su ayate para presumir la efigie de Shakespeare. Y es que leer teatro, a menos que se trate de un monólogo, se me hace cuesta arriba. Me enredo con los personajes, olvido que Fulanito dijo una frase clave tres actos atrás en una furtiva aparición y tampoco, ay, consigue darle una fisonomía particular a cada persona que aparece en las tres primeras páginas de, digamos, El mercader de Venecia. Pregunto: ¿Puedo confiar en Kenneth Branag o en Lawrence Olivier', ¿o acaso tendré que esperar a formar un grupo de teatro en atril para entrarle al bardo británico?
En medio de tanta visicitud, he encontrado una maravilla en el libro mencionado. Muy al principio, Bloom suelta frases de famosos con las que luego elabora una prenda supuestamente propia. Más allá de la validez de tal recurso, lo que le da valía al tomo es esta frase de Emerson:
"Los mejores libros nos llenan de la convicción de que la
naturaleza que les escribió es la misma que los lee".


Con 21 palabras, el ensayista estadounidense —de quien Bloom, quizá por entusiasmo, olvida proporcionar el resto de su nombre— consigue descifrar el secreto de la empatía bibliográfica (¿y por qué no llevar esta severación hasta la melomanía?). Así, cuando leo a ___________ (pon aquí a tu autor predilecto), una parte mía —acaso mi naturaleza más ajena a los sinsabores del día y a mi propia historia— es la misma que invadió durante unos segundos a ese autor.
Ufff, esto destapa y explica tantas cosas.
______
*Novelita que leí a los once años y que me dio dos lecciones nefastas: "Hasta en el corazón de la mujer más frágil hay una bestia agazapada" y "Una mujer que ha engañado a su padre, puede engañar a cualquier hombre".

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