Algún día concluirá el caso Urdangarin, que según el portavoz de la Casa Real es “un martirio” para toda la familia al caer de pleno sobre la Infanta Cristina, imputada por supuestos delitos fiscal y de blanqueo de capitales, pero de momento la imagen de España ha ganado ya un respeto internacional del que antes carecía.
Quien lea atentamente estos días la prensa internacional, como Le Monde, The Times, el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el New York Times y los financieros Financial Times o The Wall Street Journal, descubrirá cierta admiración hacia España, tras comprobar que su sistema jurídico se ha atrevido a imputar a una hija del Rey.
Los medios le prestan una notable atención al caso porque los reyes de cualquier país europeo suelen ser figuras veneradas, con la excepción de la contradictoria España, e iconos semisagrados en África, Asia y naciones avanzadas como el Japón imperial.
Para el resto del mundo, incluido EE.UU., son fascinantes creadores de un fetichismo que los convierte en los mejores embajadores de sus naciones e importante propulsor de sus economías, como es el caso del padre de la Infanta.
La paradoja, pues, es que la democracia española, desacreditada por la corrupción que protagonizan numerosos políticos, y que dominaban buena parte de la información internacional, se encuentra ahora con alabanzas al último resorte que salva a un país: su justicia.
Se ganaría más respetabilidad y credibilidadaún si ningún artificio evita llegar al fondo del caso, resulte o no inocente Dona Cristina, a la que le es aplicable el título del drama de Rojas Zorrilla, del Siglo de Oro, “Del Rey abajo, ninguno”.
Decir “Gracias, Infanta” no es una extravagancia: las naciones serias, las más respetables, siempre han limpiado yerros y yernos, y si fuera necessario reyes, ante la población.
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SALAS