Media España parará esta noche para ver el partido del siglo que se celebra dos veces al año entre el Barcelona y el Real Madrid, hecho que invita a recordar que ese deporte es una creación inglesa cuyas reglas se aprobaron en 1863.
Desde entonces el fútbol extendió su mensaje como las grandes religiones. Ahora tiene creyentes y practicantes en todos los países. Y los pocos infieles que quedan, como los estadounidenses, van catequizándose lentamente.
Deberíamos darle las gracias al Imperio Británico en el que nació ese Football, pié-pelota, y también otro juego apasionante que tiene como estrella a Rafael Nadal, que mejora los éxitos legendarios de Manuel Santana.
Otro entretenimiento británico, esta vez escocés, es el golf. Más antiguo que los anteriores, viene del medioevo. Lo conocemos, como el tenis, gracias a las clases aristocráticas, aunque ahora lo practican ricos y pobres en todo el planeta.
En estos deportes los españoles tienen campeones, y Nadal, número uno del tenis, estuvo a punto de obtener este domindo el título de supermaestro bajo la misma adoración popular que la que recibió Severiano Ballesteros, uno de los más grandes golfistas de la historia. Quizás lo logre el año próximo.
Si el Reino Unido hubiera creado una SGAE deportiva todos los británicos vivirían de rentas, cobrando derechos de autor.
Pero Albión es menos parásita que esa SGAE que exprime gentes y máquinas como al periodista y al ordenador de esta crónica.
Observe que la Selección de Fútbol, campeona del mundo el pasado verano, consiguió que grandes masas de aficionados se sintieran orgullosas de España: el Imperio Británico construyendo el patriotismo español desde Backimghan y Beckimgham Palace.
Los españoles le llaman Pérfida Albión al Reino Unido porque ha logrado que la Fiesta Nacional no sean los toros, sino sus deportes.
Tan castizos ya que a las buenas jugadas les gritan ¡Olé!