Revista Opinión

Gracias, Zapatero

Publicado el 01 octubre 2010 por Javiermadrazo
El drama del desempleo tiene nombres y apellidos, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Las cifras, en ocasiones, no nos dejan ver la realidad y olvidamos que tras la estadística se esconden seres humanos, que se enfrentan en solitario a situaciones críticas, que arruinan su presente y les niegan  el futuro.  Los números son fríos y los datos carecen de rostro, pero cuando hablamos de más de cuatro millones y medio de personas sin empleo, estamos hablando de una emergencia nacional, a la que ni podemos, ni debemos dar la espalda.Ayer mismo un vecino de Portugalete,  que hace dos días, se subió a una grúa en el campus universitario de Leioa para evitar el desahucio de su vivienda, fue trasladado al Hospital de Cruces a causa de una hipotermia. Su caso ha logrado hacerse un hueco en los medios de comunicación, aunque hay otros muchos como el suyo.  Sólo conozco su nombre y su edad.  Se llama Fernando Fernández y tiene 37 años.  Su historia es, con toda seguridad, una más de miles y miles que existen y de las que poco o nada sabemos porque no merecen la atención de los medios de comunicación.  Sin embargo, están ahí y cada vez son más y más las personas sin ingresos. Fernando Fernández sólo quiere negociar con el banco la hipoteca que pesa sobre su vivienda y su vida como una losa.  Quienes llamaron, en su día, a la puerta del Estado para que les salvara de la quiebra son precisamente quienes ahora van a embargarle un piso que quiere pagar pero no puede. Una amiga muy cercana, sin trabajo desde hace dos años, ha puesto su casa en alquiler para hacer frente al crédito; ha regresado al hogar de sus padres y ha suprimido las actividades extraescolares de su hija por falta de medios económicos.Combate la angustia con medicación, se ofrece como asistenta a domicilio por horas y las ojeras se adueñan de su cara, dejando en ella la huella del sufrimiento. Ha perdido la confianza en si misma, ha olvidado lo que significa la palabra autoestima y no ve ninguna alternativa a su solución ni a corto, ni a madio plazo. Sabe que necesita terapia y ayuda, pero sabe también que le resulta imposible porque necesita ese dinero para comer. Es un caso más, al igual que el de Fernando Fernández, pero, aunque queramos no pensar en ello, son muchos más, conviven a nuestro lado y debemos asumir que nadie está libre de cruzar la línea. Basta con recibir la carta de despido.  Cada vez más barato, más fácil y más numeroso. Gracias, Zapatero, por llevarnos a la ruina para que la patronal y la banca sean más ricas, fuertes y poderosas.   

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