Parece ser que la decimocuarta edición de Gran Hermano pierde cuota de audiencia, y sorprende, no el hecho de decaiga el interés por el “reality show”, sino el hecho de que se considere noticia de interés nacional en los diarios de mayor tirada. El supuesto experimento sociológico bajo la batuta experta de la Sra. Milá, no es el reflejo de lo que la ciudadanía vive en nuestro país, sino la caricatura esperpéntica de quienes están dispuestos a vender su intimidad por un plato de lentejas, aderezando el espectáculo con algún trazo grueso capaz de proyectar su popularidad hasta ser capaces de hacer profesión de su aparición en fiestas, discotecas y otros saraos. Un país en el que Francisco Rivera Pantoja es capaz de vender su presencia en ciertos eventos sociales, sufre algún tipo de patología, de deterioro en la escala de valores, de orientación y educación en generaciones venideras. Desde los programas en los que resulta más famoso quien más vocifera, hasta las tertulias en las que se debate con aspecto sesudo la vida privada de un personaje público, pasando por la venta al por mayor de la intimidad de gente normal que lava sus trapos sucios en televisión, la oferta de la caja tonta es preocupante. Si los españoles pasamos un promedio de tres horas diarias delante del receptor, no auguro un buen porvenir a la mayorñía de nuestros conciudadanos.