Tener mayoría absoluta es lo más cómodo para gobernar pero no necesariamente lo mejor para un país. La necesidad de buscar alianzas puede obrar un efecto positivo y generar medidas que beneficien a un mayor número de ciudadanos.
En España vivimos un momento óptimo para que los partidos serios hagan de la necesidad virtud; quienes prefieren el folio frente a la pancarta pueden recorrer un espacio de encuentro que permite gobernar atendiendo al interés general y ninguno de ellos ha de renunciar a sus señas de identidad.
A los demagogos hay que reducirlos a sus justos términos sin dejarles un solo argumento.
El diálogo con los independistas tiene un límite constitucional; si no lo admiten el Estado de derecho tendría que activar sus funciones.