Y en este mundo en conclusión Todos sueñan lo que son Aunque ninguno lo entienda (soliloquio de Segismundo)
Casualmente o no, Adela, cuando a medianoche salió de su habitación para ir al baño, se topó con Mauricio, quien, urgido de una irresistible micción, había salido de su habitación en gayumbos. De un tiempo a esta parte sufría de incontinencia urinaria, algo que naturalmente había ocultado a los compañeros de la Residencia.
— Joder, Mauri, menudo susto me has dado. Ya podías encender la luz o hacer más ruido —le espetó.
—Coño, Adela, ¿qué haces a estas horas apatrullando la Casa?
—Ja, ja, ja…, Mauri, cómo eres. Eso mismo podría preguntarte yo a ti. Además, veo que no vas de tiros largos, precisamente.
—No…, ya…, sí…Es cierto. Pero no te preocupes, Adela, que me pongo algo enseguida.
—Oye, por mí no lo hagas, que a mí me da igual. Y déjame que tengo que ir al baño.
“Jó, tía, no me jodas, con las ganas que tiene ella de tirárselo y va y deja pasar la ocasión. Creo que esta Adela está gilipollas”, fue el comentario general que calladamente resonó en todo el país. El experimento antropológico que por primera vez se estaba desarrollando en España tenía abducida a la ciudadanía.
«¿Será posible que doce personas de ambos sexos, jóvenes y sin prejuicios, sepan convivir en una casa durante unas semanas sin problema alguno?».
Los días previos a la emisión, esta frase y otras semejantes se utilizaron de cortinilla para marcar la entrada o final de los bloques publicitarios en esa cadena televisiva que, harta ya de perder audiencia, tras unos shares nefastos en programas en los que habían invertido mucho dinero y trabajo creativo, buscaba salir del bache y remontar.
«La cultura, la educación, el saber estar… ¿lograrán refrenar los impulsos primarios de estos jóvenes rebosantes de hormonas?».
— Por dios, Andrés, ¿no irás a colocar este mensaje en la promoción del reality? Me parece de todo punto intolerable. Es más, te diré que si lo haces podemos entrar en colisión con los códigos de autocontrol publicitario que acabamos de suscribir. Ten en cuenta que hasta las nueve o diez de la noche la ley nos exige proteger a la infancia de contenidos o mensajes lascivos, ambiguos, o que puedan comprometer su natural desarrollo intelectual —avisó Javier ante la anuencia de la junta directiva de la cadena en crisis.
—Pues ya me diréis qué hacemos, chicos. O eso o ya puede cada uno ir tanteando ofertas en Infojobs. La cosa está, como todos sabéis, muy jodida. Debemos lanzarnos a la piscina. Los socios italianos han dado ya un aviso al Gran Jefe, o remontamos o simplemente la empresa se declara en quiebra y tras los obligados pasos legales nos vemos todos en la puta calle. Lo repito bien claro: ¡¡En la PUTA calle!!
Un silencio culpable se apoderó de la sala de reuniones. Las pantallas de televisión que había en ella vomitaban lo que la cadena del grupo y sus rivales estaban en esos momentos emitiendo. Lo que más interesaba al Consejo Rector de la empresa era la capacidad de atracción publicitaria que tenía la competencia. De un tiempo a esta parte se la llevaban de calle; algo debían de estar haciendo ellos muy mal para que Cadena Península estuviese subiendo como la espuma cuando siempre habían sido unos negados.
—Habrá que arriesgarse, amigos. La sociedad en la que vivimos está hipersexualizada, eso es evidente. No creo que por mostrarla tal como es, en vivo y en directo, vaya a inmutarse nadie. Es más os recuerdo que si por rankings de audiencia es, quien en su día los obtuvo mayores fue Canal+ cuando a altas horas de la madrugada ponía películas subiditas de tono para suscriptores —comentó en voz alta Andrés, CEO de la cadena desde hacía unos meses, contratado justamente para conjurar el declive que la misma había iniciado.
—Pero la nuestra es una cadena en abierto, que se sostiene gracias a la publicidad. No tenemos suscriptores que valgan. Necesitamos programas que atraigan a la audiencia y de rebote sean atractivos a empresas para que nos encomienden la publicidad de sus productos.
—Lo sé, lo sé, Ramírez. No soy tonto. Lo que os quiero decir es que hasta los no suscriptores, cuando se emitían esas pelis calentitas, encendían sus aparatos de televisión y miraban la pantalla de nieve que velaba las imágenes. Incluso sin la nitidez necesaria se sentían atraídos por lo que vislumbraban bajo esa molesta neblina. Y eso Canal+ lo sabía.
Ramírez y el resto de consejeros asintieron a las palabras de Andrés mirándose unos a otros. Era verdad lo que éste acababa de manifestar, pero ¿no habían hablado hasta la saciedad en el nacimiento de la Cadena de deontología, compromiso ético, voluntad educadora, etc., etc.? Un fortísimo «¡¡Es la economía, estúpidos!!» resonó en la sala. Y ahí acabó la reunión.
A los dos meses de programa diario con cámaras vigilando por toda la Casa el encierro de los doce conejillos de indias, el canal televisivo en problemas vio que sus índices de audiencia crecían como la espuma. Ver a seres humanos deambular cual hámsteres en un reducido espacio realizando sus elementales necesidades vitales atraía al personal. Los doce jóvenes comían, se aseaban, satisfacían sus urgencias fisiológicas, dormían a pierna suelta, hablaban de cosas diversas según la heterogénea preparación de unos y de otros a quienes la productora del programa había seleccionado debidamente. En ese grupo humano había de todo: el intelectual, el tímido, el pijito, el ambiguo, el hetero irreductible, la feminista, la tradicional, la lanzada, la espabilada, etc., etc. Lo que era evidente es que los televidentes aguardaban expectantes el día en que la realización del espacio decidiese dar a las ondas los enamoramientos, emparejamientos y, por qué no, algún que otro revolcón que allí hubiese acaecido
Álgido punto de discusión en el seno de esa junta directiva cuyas decisiones tanto bien habían hecho a la empresa fue el del vocabulario a emplear. Era esto asunto primordial pues es a su través que se llega al espectador y se logra empatizar o no con él.
—Yo creo —dijo Adela en una de las reuniones—, que para no perder audiencia debíamos admitir que los chicos utilicen unos términos u otros de manera que estos resulten acordes con sus niveles socioculturales de procedencia. Así, Noemí, dada su imagen de chica divertida y bien educada ,nunca dirá “follar” y sí “echar un kiki”, por ejemplo.
—Y al Johnny, que se ha mostrado como un atractivo macho macho muy machista, diría yo —intervino Andrés— le cuadran expresiones como “tirármela” o “follármela”, ¿no os parece?
—Sí, me parece bien, siempre que esos momentos se produzcan en horas tardías. Durante la madrugada, por ejemplo. Y que las palabras se disimulen un poquito haciendo ver al espectador que la emisora no es responsable del habla de estos chicos extraídos de manera azarosa del caldo social.
Fue Ramírez quien así habló al tiempo que por la expresión de su cara parecía estar pensando: “¡madre mía, el follón en el que estamos metidos! ¿Será posible que haya que reducir a la persona a esto para sacar beneficio económico?”
Mauricio, el ambiguo, y Adela, la tradicional, se volvieron a encontrar varias veces en esas excursiones nocturnas que hacían al baño. Con el paso de los días y ante las coincidencias sucesivas, buscadas o no, ambos fueron sintiéndose cada vez más a gusto. Salir del dormitorio común donde los micros de enorme agudeza auditiva y las cámaras con su ojo de cíclope buscaban captar en los chicos y las chicas esa palabra, ese gesto, ese descuido en la vestimenta que descubriese más anatomía de la habitual, les hacía a ellos mucho bien. Los realizadores no prestaban mucha atención al pasillo pues allí sólo se producía, creían, el apresurado paso hacia los baños donde no había cámara alguna.
Había llegado la hora de las expulsiones de la Casa. La participación de la audiencia en el desarrollo del Programa era parte importante. Se venía a decir así al espectador que la democracia participativa estaba también en la vida diaria, incluso en la posibilidad de tomar decisiones en la oferta de ocio al estilo infantil de esos cuentos de ‘Construye tu propia aventura’. Sólo faltaba para que la cuenta de resultados fuese más que saneada que en el engaño interviniesen los denominados poderes públicos. «Si algún político del signo que sea interviniese alguna noche en el debate que se hace una vez a la semana sobre lo sucedido en la Casa, creo que habríamos consolidado y garantizado la duración del invento»
Y como los deseos más sinceros y escondidos son órdenes para los mandamases que no se sabe cómo se enteran de todo, un día, ¡casualmente!, el teléfono abierto que el programa ofrecía para la participación de los espectadores dio entrada al político. Como se decía antaño, cuando los atentados terroristas, aquello fue un salto cualitativo. Desde ese momento la política real entró en el divertimento público. El resto de cadenas temerosas de perder audiencia comenzaron a realizar en prime time programas de entretenimiento en los que los políticos participaban. «Perfectamente, alcalde -o presidente, o concejal, o diputado- Pérez. Pero no me lo responda ahora, dejémoslo hasta que volvamos de la publicdad».
¡Maravilloso! Se había producido la cuadratura del círculo. Se había cruzado la frontera serio-frívolo, juicioso-irresponsable, digno-innoble, privado-público. El Reality-Show con mayúscula acababa de nacer y todos participábamos en él. Bueno, todos no, Adela y Mauri habían conseguido que la democracia participativa los expulsase de la Casa. La verdad es que su actitud, reconocieron todos, era algo insolidaria y eso no se podía consentir. Apenas si las cámaras se ocupaban de ellos; en realidad eran algo sosos y parecían hasta normales. Afortunadamente se impuso la cordura y sin ellos el espectáculo continuaría inamovible por los cauces establecidos. ¡Viva!