Gran Vía (Antonio Bellón, Crónica 1934)
Antonio Bellón Uriarte fue un dibujante jienense. Nació en 1904 y vivió en Madrid durante casi toda su vida, hasta 1991 que murió.
Fue testigo de la vida de la capital y dibujó de forma exhaustiva y minuciosa escenas que retrataban la vida de la urbe, siempre con un toque exagerado y divertido, caricaturizando lo cotidiano.
En esta secuencia de la Gran Vía de Madrid, como en una foto de madrugada, Bellón ilustra un desatado y extraño fin de semana veraniego que podría haber sido como este de 2012. Aparecen todos los personajes posibles de aquella época tan moderna y tan parecida a la actual. Coinciden todos, los madrugadores, los diurnos, los noctámbulos y los taciturnos que buscaban en la madrugada la alegría oculta entre las sombras de lo sórdido y de lo prohibido. Abarrotando la calzada y las aceras transitan todos los imaginables e inimaginables personajes de una fantástica instantánea.
La perspectiva de la viñeta que aquí se publica nos enseña el edificio Carrión al fondo y siguiendo la rasante de la avenida, con las farolas de doble lágrima en medio de la calle casi en primer plano, el edificio La Adriática (1928), el cine Avenida (1928), el Palacio de la Música (1928) y, por último, a la izquierda, el edificio de viviendas y oficinas en el que se encontraba el hotel Regente (1926). Luego, mucha gente, coincidiendo todos a la vez. Marineros y marineras trasnochadoras que dilatan la juerga hasta el amanecer; ciclistas madrugadores a toda manteca por la Gran Vía; excursionistas en busca de la cañada real que les lleve a la Castellana, rumbo a Chamartín o a Colmenar; esquiadores despistados con su equipo de invierno rumbo a la sierra; paletos impresionados, chacina en ristre; familias de paso, con hijos pequeños, en procura de la fresca en cualquier parque; vendedores de churros recién hechos; ladrones de churros calentitos; turistas agotados, de recogida, subidos en los autobuses dispuestos a tal fin; parejas de guardias, fusil cargado, pensando en sus cosas; motoristas arrasando y atronando con sus potentes máquinas; cazadores armados a la caza de gatos o palomas; lecheros aburridos de tanta mala gaita; serenos con las llaves y el chuzo a cuestas; músicos inspirados y otros de comparsa, animados también; accidentados heridos, con el coche empotrado en una farola, igualmente de fiesta; baldeadores municipales enchufando con la manga a unos soldados que alegremente se duchan sin ropa en mitad de la calle; putas sumisas; alegres señoritas embriagadas; damas también embriagadas y también alegres; caballeros contentillos; rufianes trabajando la alegría de los demás; niños que venden la prensa; risueños colgados de las farolas; pescadores con sus cañas, cestos y cebos, destino a la cuenca alta del Manzanares o rumbo al Henares o al Jarama o al Alberche o al intermitente Perales que también trae peces. Mucha gente y mucha alegría en este verano de 1934, hace 78 años. Podría haber sido como este de 2012. O mejor dicho, al revés.