Una de las glorias vivas del periodismo español se llama Antonio D. Olano. Aunque su maestro fuera el apacible Borobó, pertenece a la categoría de grandes reporteros como De la Quadra Salcedo, Felipe Mellizo, o el Arturo Pérez-Reverte que empezaba en la escuela del diario Pueblo, aire fresco al final de la dictadura.
Olano sigue escribiendo, pero más libros que en periódicos, dando tumbos más sobre Madrid y su fascinante Gran Vía que sobre las guerras de Vietnam, las africanas o las guerrillas latinoamericanas, como antes.
Sus ojos descubren las trastiendas, lo oculto de las cosas. Comprobó que el Ché Guevara, como todo revolucionario, quería ser burgués, y le consiguió en una corta visita a Madrid que le abrieran sólo para sus compras, en momentos intempestivos, las Galerías Preciados de entonces, a dos pasos de la Gran Vía.
Gran Vía. Reino de Perico Chicote, en cuya coctelería reunía a los poderosos --aristócratas, artistas de Hollywood y toreros--con sofisticadas damas de gustos y costosas demandas.
En sus correrías por el mundo este periodista de brillante y perspicaz escritura se hizo amigo de antifranquistas como Picasso, Dalí, Buñuel, y de franquistas como el yernísimo Villaverde, Manuel Fraga, Samaranch…, sin olvidar a Fidel Castro y el Ché, tan apreciados por Franco, un aspecto poco conocido de estos personajes.
Y en el mundo farandulero de los Dominguín-Bosé, Ava Garner, Marlene Dietrich, Greta Garbo, Marlon Brando y tantos otros. Mezcle usted todo esto con su prosa rica y descriptiva, júntelo con que se cumple el centenario de la Gran Vía, por la que Olano es caminante perpetuo.
Y leerá entonces su último libro, “La Gran Vía se ríe” (Visión), con la historia real, divertida y canalla de la calle más famosa de España.