La protagonista de Fotogramas de noviembre, Léa Seydoux, se ha ganado a pulso el derecho a ser portada de la revista. Aunque con sólo dos películas en 2013 (lejos de las, creo, 8 de James Franco, el actor con la agenda más completa del universo), vaya relación cantidad-calidad: una, La vida de Adèle, Palma de Oro, y Grand Central también en la selección de Cannes 2013. Por si fuera poco, abrirá el festival de Berlín 2014 con lo último del director Wes Anderson, The Grand Budapest Hotel, y pronto llegarán a las pantallas sus interpretaciones en Saint Laurent y en la nueva versión de La Bella y la bestia.Grand Central es el segundo largometraje de una cineasta, Rebecca Zlotowski -que ya nos emocionó con Belle Épine, y su escritura del guión de Jimmy Rivière)- y que consigue adoptar dos puntos de vistas diferentes: filme de lo más viril, hasta macho (a la antigua y detestable usanza), y a la vez, de una extrema sensibilidad y complicidad femenina hacia su protagonista. Aunque parezca una versión actualizada de Amanecer (1927) del genio F.W. Murnau, la cineasta encontró su inspiración en una novela francesa, La Centrale de Elisabeth Filhol, que provocó un vivo interés hace unos años. Un obrero de oscuro pasado, Tahar Rahim, atraído por la novia sexy de su compañero. Retrato de una comunidad de trabajadores instalados en la ribera de un lago, frente a la central nuclear, y en lugar de una tormenta, el constante e invisible peligro radioactivo. Dos líneas argumentales sostienen esta historia hábil y creativamente rodada. La historia de amor, regada con abundante pasión e ilustrada por el cuerpo escultural de Léa Seydoux, que se inicia con una provocación y acaba con una revelación imprevisible, posee el interés de una romanesca narración de triángulo amoroso, en que el espectador decidirá si la protagonistas ilustra una triste novia sacrificada o de una peligrosa mantis religiosa.Sin embargo todo lo relativo al funcionamiento diario de un monstruo tan impactante, como una central nuclear, resulta hipnótico desde el principio al fin. Las facilidades para encontrar un trabajo en este sector, los requisitos de seguridad, los arreglos, trapicheos y peripecias para no sobrepasar los límites de radioactividad… hasta el más mínimo detalle, fascina tanto como inquieta, al más sereno de los espectadores.Esa vena de realismo impacta al espectador. La cineasta encontró una central nuclear a las afueras de Viena, preparada para entrar en funcionamiento. El lugar tan espectacular, nunca inaugurado que sirve únicamente de escuela de formación, que se convierte en el verdadero protagonista. Transmite a la perfección la angustia de la radioactividad: un peligro presente que no se percibe a simple vista. Sabemos que está ahí pero no la vemos, hasta que ya es demasiado tarde. Casi una película de miedo.