Tuve la suerte y el privilegio de vivir de cerca y con cargos de responsabilidad la aventura de la Expo 92, un esfuerzo hermoso y lleno de ambición y grandeza, pero también con rasgos oscuros, como el inicio de la andadura de España por la ruta de la corrupción, por entonces vacilante y torpe, pero ya tan fuerte y poderosa que creció hasta convertir hoy a nuestro país en uno de los más corruptos del mundo. Fui el primer director de comunicación de la Exposición y ahora, desde 25 años de distancia, reconozco que no estaba completamente preparado para aquel desafío. Profesionalmente, estaba sobradamente preparado, pero no lo estaba para soportar el juego de la política. Me enfurecía con las zancadillas, me indignaba con la pequeñez de los políticos que se movían en el entorno de la Expo y nunca logré entender la maraña de trabas, navajazos y golpes bajos que rodearon a un evento que era el gran proyecto del Estado y que, en mi opinión, merecía el apoyo de todos. Estuve casi tres años al frente de la comunicación, más que ningún otro de los cuatro profesionales que me sucedieron. A finales de 1987, Jacinto Pellón, el hombre de confianza del gobierno socialista, me sustituyó por el periodista Paco Lobatón, amigo del político Luis Yañez, por entonces secretario de Estado de Cooperación Internacional, que lo recomendó. Yo no acepté trabajar a sus órdenes y pedí la baja con la idea de regresar a la Agencia EFE, que por entonces era mi casa. Pero una serie de acontecimientos y éxitos me obligaron a quedarme en Sevilla y a renunciar a mi puesto en EFE, donde había alcanzado el rango de subdirector, el máximo existente en plantilla. ---
Creo que mi deber como periodista es plasmar con verdad aquel mundo que mezcló proezas y esfuerzos de gran valor con graves miserias y suciedades, sobre todo porque los políticos y sus lacayos serán incapaces de reflejar otra verdad que no sea la que conviene al poder. Debería ser plausible que alguien con indepedencia y responsabilidad asuma el reto de contar la verdad, o al menos parte de ella, la que llegó a conocer.
Creo que hay que empezar por afirmar que España abrió en 1992 dos rutas, una que pretendía situar a España en la cúspide del mundo, demostrando que era capaz de hacer lo que nadie había hecho antes, nada menos que organizar una Exposición Universal y unos Juegos Olímpicos en el mismo año y en el mismo país,dotando a España de rasgos emprendedores, científicos y tecnológicos avanzados, y otra ruta, la del pelotazo, que, por desgracia, conducía a la corrupción y al abuso de poder.
Eran la "Era de los Descubrimientos" y la "Era de los Pelotazos", la "Expo-sición" y la "Expo-liación" conviviendo en torno a la Expo 92 y a los Juegos Olímpicos, en los mismos aledaños del poder. En Sevilla y Barcelona convivieron la grandeza y el empuje con el dinero fácil y la corrupción del poder. En Barcelona, el protagonismo del expolio fue para Jordi Pujol y su partido; Sevilla fue el coto de caza de un socialismo que empezaba a carecer de escrúpulos.
La de los descubrimientos pretendía convertir a España en un país innovador, científicamente avanzado y capaz de situarse entre las naciones más pujantes y competitivas del planeta, mientras que la Era de los Pelotazos abría una puerta siniestra que conducía hacia el dinero fácil, hacia instituciones públicas poco limpias y hacia una concepción de la política en la que se imponían la suciedad, el enchufe, el tráfico de influencias, el amiguismo, la escasez de ética y una escalofriante tendencia a utilizar el poder en beneficio de los políticos y de sus partidos, relegando al ciudadano y al bien común a la trastienda.
Por desgracia, la vía que conducía hacia lo sucio fue la que más triunfó en el futuro y por eso España no es hoy un país mundialmente conocido por sus empresas tecnológicas, ni por su capacidad de innovación y de desarrollo empresarial puntero, sino más bien famoso por su corrupción, por el número de políticos en prisión, por el divorcio entre ciudadanos y el poder y por el profundo deterioro de la democracia y de los valores.
Todo empezó en 1985, cuando Felipe González tocó la campaña y España comenzó a correr hacia la gran aventura de 1992, su gran apuesta como nación moderna.
Quiero advertir que los que crean que estos artículos sobre la verdad de la Expo 92 van a servir para enviar a más sinvergüenzas y ladrones a las cárceles españolas se equivocan. Ni tengo pruebas determinantes para implicar a personas concretas, aunque si poseo muchos testimonios y vivencias, ni tengo interés alguno en acusar a nadie de los desmanes y abusos de entonces, ya difusos y casi perdidos en la lejanía del tiempo. Lo que sí pretendo es interpretar con verdad aquellos años ricos y valiosos de la Historia moderna de España y analizar con cordura y frialdad acontecimientos que proyectan dos realidades: por una parte grandezas y esfuerzos de gran valor y mérito; por otro lado miserias y corrupciones que, vistos desde la distancia, fueron el embrión y la puerta de las miserias y corrupciones de la España del presente.
Comparadas con la de ahora, aquellas corrupciones y abusos que tuvieron lugar en torno a 1992 fueron poco sofisticados, casi de principiantes, comparados con los complejos y sofisticados métodos que hoy existen para delinquir desde las instituciones, palacios y oficinas del poder. Pero aquello fue la antesala de ésto y al estudiar aquello se entiende mejor una realidad actual de enorme importancia: la corrupción, en España, se inició en la cúspide y en el corazón del Estado y desde allí descendió y contaminó a una sociedad que por entonces era tan honrada e inocente que ni siquiera sabía imaginar que sus dirigentes estaban violando la Constitución, prostituyendo la democracia, contaminando la sociedad y machacando la decencia.
El principal objetivo de estos artículos es proyectar una imagen más real y completa de lo que significó la Expo que la que nuestros políticos y sus vasallos difunden, siempre con colores y tonos pasteles, autocomplaciente, sin crítica alguna, escondiendo verdades molestas y ocultando abusos e iniquidades, engañando a los ciudadanos, en definitiva.
Francisco Rubiales
(Nota: primer artículo de la serie "Expo 92: Crónicas de la verdad" que irán publicándose durante la conmemoración del 25 aniversario de la Exposición Universal Sevilla 1992)