La vida universitaria, el paso por pensiones estudiantiles, apartamentos compartidos, salas de hospitales y una Caracas poco amable con quienes la habitan, son algunos de los planos en que se desarrollan las historias que componen Granizo (Caracas: El Perro y la Rana, 2010), el primer libro de Dayana Fraile. Cinco relatos donde los personajes, marcados por la soledad, el deseo de independencia y el proceso de madurez, chocan con una realidad hostil que los lleva a sucumbir a finales trágicos.
“Tarde de costura”, es el nombre de la primera historia y en ésta los personajes de Taía y Teresa se muestran en principio como dos jóvenes que parecen diferir en carácter; sin embargo, ambas están conectadas, de algún modo, por una tendencia autodestructiva. Taía padece el sufrimiento existencial que acarrea su proceso de crecimiento, y convierte su vida en una constante destructiva, auxiliada por el uso de drogas: “Tere, he pensado que eso es lo que hago, poner cosas en mí, como si yo estuviera incompleta, como si me faltara algo que no sé qué carajo es. (…) pongo el jarabe en mi boca, las pastillas en mi boca, la cocaína en mi nariz” (14). Progresivamente, Teresa encuentra en su amiga un involuntario espejo: “Mejor era Taía, mejor ser como ella, y no pensar en nada, ser sincera consigo misma y gritarle al planeta entero que estaba jodida y punto. (…) Mejor ser como Taía, mejor los huevos de los hombres, y la felicidad absoluta en una pastilla” (15). Este primer cuento marcará la pauta del resto del libro: la autodestrucción como refugio.
En “Tarde de costura”, narrado desde una voz femenina, se da la presencia de una considerable cantidad de personajes, uno de ellos es Gacomo, un anciano de procedencia italiana que vive en Venezuela desde más de treinta años, y que el lector espera sea parte fundamental del relato; sin embargo, este personaje ciertamente se desdibuja a lo largo de la historia, algo similar sucede con el resto: son anunciados pero no pasa nada con ellos. Son muchos y pocas las acciones que realizan. Tal vez la intención de la autora es mostrar esa especie de dejadez, de desdén anímico, de un constante letargo en las acciones casi nulas de sus personajes. Salvo Jacobo y su amante, el resto de los personajes nombrados parecen meras referencias. Gacomo, el viejo que en principio promete dar el salto dentro de la acción, queda sólo para que la protagonista lo rescate a través de metáforas que servirán para ejemplificar su relación con Jacobo. Este cuento concentra un cúmulo de emociones encontradas, amor-odio, reconciliación y un desenlace trágico. Y de nuevo: la soledad.
“Mi vida con Fiori” presenta la misma temática de la historia anterior. Dos chicas que viven alquiladas en la habitación de un apartamento que comparten con un viejo que pronto se cansa del estilo de vida de estas, y decide hacerlas desalojar. Las cosas no se llevan en buenos términos. Fiori ha sufrido lo mismo a lo largo de varios meses, ha ido rodando de sitio en sitio, con una sensación de desarraigo, de no pertenecer a lugar alguno. La incomprensión y el mirar con extrañeza lo que las rodea, con lo que no pueden establecer un diálogo es lo que tiene peso en este relato: “Fiori era más normal que muchísimas de las personas que conocía ya que lo más normal en el mundo era volverse loco y que lo extraño era, por el contrario, mantenerse cuerdo”(50). La extrañeza y alejamiento del “mundo real” las asila en uno que se funda a partir de anfetaminas y alcohol, en el que vale más habitar sin sentir el desparpajo de otro desalojo. A pesar de la independencia que reclaman, apenas son estudiantes universitarias dependientes de las figuras paterna y materna, y quizás, sea esto lo que las atormenta, lo que las arroja a “la libertad absoluta en una pastilla”. “Las pastillas comenzaron a hacerme efecto. Me sobrevino una intensa paz interior (…) estaba volando, podía morder las nubes y no sabían precisamente a algodón de azúcar” (63), dice la protagonista después de caer en cuenta de que tiene que dejar esa casa, luego de que todo se ha convertido en caos, de que Fiori y ella seguro deban separarse, y tengan que hacerle cara a la realidad. El marcado estilo de personajes confundidos signados por soledades y tristezas, y las confusiones pos adolescentes parecen ser la preocupación de Dayana Fraile en este libro.
En la cuarta historia, titulada “San Miguel Arcángel… entiérrame la espada”, nos encontramos con Rita, una posible prostituta retirada, y que curiosamente, es un personaje adulto, con más de treinta años. La voz femenina que narra nos advierte sobre las peripecias de tener que compartir una casa con otra persona. Al parecer, nuestra protagonista ha compartido con personajes excéntricos a lo largo de su vida, pero Rita le despierta en ella la curiosidad y la compasión que los demás no, y esto hace que supere los cinco meses de convivencia que reitera como ciclo. Se sienta junto a Rita y escucha sus penas, sus tormentos familiares, el hecho de ser ante su familia una prostituta, y de tener un hijo que hace parte en una banda delictiva y cuya fatalidad posiblemente lo acercará hacía una muerte trágica. “Piensas que comenzarás desde cero en un nuevo lugar y eso te hace sentir mejor. Llegarás allí con la memoria libre de manchas y a prueba de arrugas, porque en estos casos mudarse debe ser como lavar la ropa sucia, como ponerle suavizante” (69). Mudarse es casi una costumbre, no hay un arraigo, no hay manera de sentirse en casa, todo le es ajeno y por lo tanto, da igual estar un tiempo en un sitio y a los pocos meses desplazarse, irse y reconstruir la historia, abrirle paso a las experiencias. Salen a fiestas, se hunden en borracheras y Rita se encomienda a sus santos para protegerse del mal y nuestra protagonista finge encomendarse también. Pero así, pues, la superstición de Rita no aplasta el escepticismo de la protagonista, quien consigue mantenerse al margen para relatarnos su experiencia.
En “Lo de Dove”, Dove es una chica frágil, depresiva, y absolutamente drogada. Es un cuento narrado por Andrés, aún cuando la voz nos sigue sugiriendo una presencia femenina, como en los anteriores relatos. Los hechos se desarrollan en épocas navideñas, una reunión de fin de año en un mirador de la ciudad donde explotan las reflexiones en torno a sus vidas. Cuatro chicos que debaten sobre el dilema existencial, la incomprensión de sus padres, el deseo de independencia, lo poco que han logrado en los últimos años, la necesidad de sentirse amados y el asumir con firmeza el hecho de no pertenecer a ningún sitio “-Porque no tenemos casa, somos huachos”. Y otra vez las drogas: “-Deberían aprobar una ley que obligara a todas las personas, sin excepción, a tomarse una piola o una dosis de LSD por lo menos una vez en su vida -dijo Tere muy seria- viviríamos en un mundo más feliz…” (88). Sin lugar a dudas el mundo que se recrea después de una fracción de LSD es en el que desearían quedarse, rodeados de imágenes surrealistas, alejados del hastío que es “despertar”. Pero es Dove quien explota: “(…) sólo cuando estoy hasta las metras, voladísima, me siento segura. En esos momentos me siento hermosa, me siento como siempre quise sentirme y sé que es una basura… que soy patética… que estoy tan enferma como mi vieja…” (91). En esencia, los personajes de Fraile son seres confundidos, tristes, sujetos que se debaten en una lucha interna sobre lo que es su vida, la inconformidad absoluta de lo que han logrado, el desprecio a sus padres; en fin, las características más usuales en la adolescencia de muchos, y el final trágico que es más que esperado, advertido desde el principio del texto.
Granizo es su primer libro, y quizás por esto peque un poco en el exceso de anécdotas universitarias y juveniles, que desvían casi por entero el hilo de las historias. Pero Fraile posee una prosa fresca, y puede que ésta sea su mejor aliada. Ojalá consiga abrirse a nuevos horizontes narrativos, que las nuevas apuestas logren transcender los pasillos universitarios, que Fraile experimente otras búsquedas. La autora es joven y un primer libro es apenas un punto de partida.
Ilustración: Jean-Michel Basquiat