Zabala de la Serna (El Mundo)
Había en la plaza a la muerte del tercero una sensación precipitada de matador de toros cuajado: Saúl Jiménez Fortes. Por novel no se correspondía el asiento, la plomada, la seguridad. Y con un toro de casi cinco años que derrotaba por arriba del palillo, que la tomaba mejor que la despedía, la muleta, digo. Jiménez Fortes se impuso y acabó siendo el amo con el valdefresno convencido: "Me has vencido". El desplante a cuerpo limpio fue la prueba después de una trenza de ochos en cercanías. Solidez. La estocada cabal. La presidencia mal como siempre que hay que respaldar a un chaval que viene con las de verdad. Vuelta al ruedo. Debió ser oreja.
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Jiménez Fortes sorteó en primer lugar un toro con mucho genio, que soltó siempre la cara. El malagueño estuvo firme sobre ambas manos y logró que nunca le tropezase las telas. Faena seria, que cerró con un arrimón valiente y capaz. Dio una vuelta al ruedo, pero la faena era de oreja y no se la pidieron. Fue una pena que el sexto se rajara, porque había demostrado el torero que es capaz de correr bien la mano y de buscarle las vueltas a los toros.
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De la terna, el que más a las claras mostró esa actitud inconformista fue Jiménez Fortes. Tuvo especial mérito la labor que llevó a cabo ante el tercero de la tarde, que embistió rebrincado, calamocheando, de forma violenta y muy molesta. Pero el malagueño, muy firme, seguro y autoritario, consiguió acabar haciéndose con él, sobre todo en la parte final, muy metido entre los pitones.
Lo del sexto fue visto y no visto, puro espejismo. El toro sólo duró una tanda. Fue buena, repleta de regusto y temple, poro una única serie y se rajó. Insistió Jiménez pegado a tablas, se pegó un arrimón, se justificó, pero el lucimiento era ya pura quimera.