A veces me pongo a imaginar cómo se sentirán los astronautas del futuro que viajen cada vez más lejos de la Tierra. Debe ser una sensación impresionante ver el planeta-hogar cada vez más alejado, hasta que se transforme en ese punto azul pálido del que hablaba Carl Sagan. Supongo que será algo excitante, pero también solemne. El espacio es tan vasto que solo puede engendrar una inmensa impresión de soledad en quien lo atraviesa. Las hazañas de los futuros tripulantes de naves espaciales serán equiparables a las de los antiguos navegantes que salían a explorar el océano con un destino incierto. Muchos no volvían, pero otros descubrían nuevas tierras y, con ellas nuevos recursos para quienes les financiaban. En Gravity los astronautas están a unos cuantos kilómetros en órbita sobre la Tierra. Nunca la pierden de vista, aunque son conscientes de su belleza a un nivel del que estamos privados la gran mayoría de nosotros. Desde ahí arriba nuestro planeta se ve como una extensión inmensa, pero limitada. Lo verdaderamente infinito es lo que lo rodea, el firmamento repleto de estrellas que nos enseñó Stanley Kubrick en 2001, una odisea del espacio, película con la que Gravity tiene muchos puntos en común.
El film de Alfonso Cuarón está concebido como una catarata de emociones directamente dirigidas al espectador. Lo primero que llama la atención es la apabullante belleza de su fotografía, esas imágenes de la Tierra con colores tan vívidos que constituyen un espectáculo en sí mismas. Después está la vocación realista del film, que pretende (desconozco hasta que punto, pues no soy un experto en astronaútica) que el argumento sea creíble y que todas las acciones de sus protagonistas tengan justificación científica. En el silencio del cosmos, la música es un elemento perfectamente integrado en la acción, sustituyendo a los inexistentes sonidos. Pero siendo un producto comercial, Gravity no puede conformarse con ser una bella postal y ofrece unas buenas dosis de suspense, con claros homenajes a la ya mencionada 2001 y a Alien, de Ridley Scott. Otra referencia sería Apolo XIII, de Ron Howard, con la que comparte su ambición hiperrealista, pero donde aquella era lenta y algo farragosa (debido a su obligación de narrar un hecho histórico con verosimilitud) la de Cuarón no ofrece respiro al espectador, confirmando que el autor de Hijos de los hombres es uno de los directores más interesantes del panorama actual.
Pero me gustaría centrarme en el personaje de Sandra Bullock, una actriz justamente infravalorada por ceñirse casi siempre al mismo tipo de papeles. Aquí cambia radicalmente su registro habitual para encarnar a una astronauta que andaba espiritualmente perdida antes de extraviarse en el espacio. Bien es cierto que su personaje no está definido hasta el punto de que el espectador pueda identificarse plenamente con ella, pues la película juega a rizar el rizo y le otorga a la doctora Ryan Stone el papel de representante de la raza humana, de sus logros, de sus fracasos y, ante todo, de su ambición de supervivencia. Stone está a punto de tirar la toalla en más de una ocasión pero parece que la visión de la madre Tierra, tan próxima, tan hermosa, le otorga nuevas fuerzas. La de su renacimiento es una de las escenas más espléndidas de los últimos años: simple y a la vez de una simbología profunda. Gravity es cine puro, para disfrutar en pantalla grande de una historia en la que el espacio actúa como un personaje más.