Alfonso Cuarón (director, co-guionista, co-productor, co-editor) merece ser visto dirigiendo a Clonney y Bullock en esta película. También merecerían aparecer en la misma fotografía Jonás Cuarón (co-guionista) y Emmanuel Lubezki (fotografía). Sin duda, junto a buena parte de quienes tienen sus nombres en los títulos de cola de Gravity.
Hay cine después del cine, de lo que en los últimos años hemos llamado así. Al menos, de buena parte de lo que han soportado las pantallas. Con escasas y honrosas excepciones, desde luego. Una de ellas, El Terrence Malick de To the Wonder y de The Tree of Life, en las que casualmente (es un decir) trabaja con Emmanuel Lubezki.
Hacía un largo paréntesis de siete años desde que Cuarón nos dejara el buen sabor de boca que acompaña su anterior meditación personal acerca de la vida y la muerte, Children of Men. Más explícita quizá por menos sencilla y visualmente espectacular.
Son tan innumerbles y encomiásticos los elogios estéticos, dramáticos, económicos, técnicos, y de todo tipo (incluídos los "peros") que ha recibido Gravity, que es mejor no redundar en ellos. Ver, por ejemplo: aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí o aquí... Y algunas de las entrevistas: aquí, aquí, aquí...
Solo quisiera mencionar por una parte, el conjunto: el hermoso, fascinante, tremendo y profundo espectáculo visual y sonoro, el carrusel emocional y dramático que envuelve e implica al espectador con la aventura, aparentemente anecdótica y nimia, que surge con ocasión del trabajo casi rutinario de un par de astronautas en órbita. Por otra parte, hay algo igualmente nimio que (al menos a quien esto escribe) distrae un poco: que el pelo de Sandra Bullock no aparezca -como todo lo demás- en gravedad cero, cuando el film es visto en versión original, 3D y Dolby Atmos...
Pero esto último, con otros tantos detalles técnicos de órbitas y funcionamiento del satélites, forma parte del pacto de lectura que hay que aplicar para poder participar en esta maravillosa ficción. Es el esfuerzo de aquella suspensión voluntaria de la incredulidad, aquella willing suspension of disbelief , expresión que el poeta Samuel Taylor Coleridge acuñó a principios del s. XIX para hablar del acceso a las ficciones poéticas, es también necesaria para permanecer dentro y hasta el final, en este caso.
Final que, por cierto y en contraste con las opiniones de quienes hubieran deseado dejar la historia reentrando en la atmósfera, parece soberbio, con ese profundo "gracias" mascullado por el personaje de Bullock, la última palabra del diálogo del guión, con la boca a escasos milímetros de besar la playa de tierra, sin duda dirigido a ese Dios al que nadie le había enseñado a rezar...
En fin, Gravity me ha recordado directamente la discusión acerca de cual sea la genuina sustancia del arte, que -si existe con propiedad, al menos al estilo del "aire de familia" de que habla Wittgenstein- y se encuentra dispersa en tantas obras de arte, de todo tipo, bien podría considerarse concentrada en los cinco rasgos que Terry Eagleton considera combinables para que se de una obra literaria.
Esos cinco rasgos, aplicados al cine, son apreciables en Gravity: "una obra que sea de ficción, arroje intuiciones significativas sobre la experiencia humana (a diferencia de informar de verdades empíricas), utilice el lenguaje de un modo especialmente realzado, figurativo o deliberado, no tenga utilidad práctica en el sentido que lo tiene una lista de la compra o constituya un texto muy valorado".
Gravity es una rara (poco habitual) suma de esos cinco rasgos, y lo es en grado muy explícito y elevado de cada uno de ellos. Hasta el punto de haber dejado a este espectador sin algo que decir sobre ella hasta pasado un buen tiempo. Como diría J. Pieper: ¡qué bueno que exista Gravity!