Alexis Tsipras ante el Parlamento griego / EFE
La política está hecha en su mayor parte, de gestos. Simbólicos, pero trascendentales. Cuando Alexis Tipras asumió el poder como primer ministro griego el pasado 26 de enero, tuvo uno de esos pequeños gestos que dicen más de lo que parece: el primer embajador con el que se reunió fue con el ruso, Andrei Maslov. El ademán tiene más inri si se recuerda que la tradición marca que el primer embajador al que se recibe en Grecia sea al estadounidense, entre otras razones porque EEUU tiene una base militar bastante importante en la isla de Creta, desde la que cubre el Mediterráneo oriental. La llamada de Obama haciendo hincapié en la “tradicional alianza” que une a ambos países no se hizo esperar.
El siguiente susto para los europeos llegó al día siguiente, cuando el gobierno heleno alzó la voz sobre las sanciones de Bruselas a Moscú. Los gobiernos anteriores siempre habían callado, aunque les perjudicara la decisión europea, sabiendo las represalias de Putin, que no se suele andar con chiquitas. Los dos países mantienen una intensa relación comercial y los griegos son los primeros socios europeos en salir perdiendo cuando Rusia responde a las reprimendas de Bruselas cerrando la compra de productos al viejo continente. Por poner un ejemplo, el 60% de los melocotones griegos y el 90% de sus fresas se venden al país ruso. Y el ejecutivo de Tsipras tampoco ha olvidado que las compensaciones de la UE no cubren, ni de lejos, ese daño.
¿Qué une a Grecia y Rusia?
Uno de los lazos más importante es la religión ortodoxa. Rusia es el país más grande del mundo y en el que la religión ortodoxa tiene mayor peso. El líder de Griegos Independientes, Panos Kammenos, mantiene una gran conexión con Rusia y es desde hace dos semanas, el ministro de Defensa.
Pero aunque la religión es un nexo cultural, business is business y aquí lo que importa es la pasta. Grecia depende en un 60% del gas ruso. Su independencia energética está más que en el aire, después de que se cancelara la construcción del gasoducto South Stream, que iba a atravesar Turquía. ¿Y por qué le iba a interesar a Rusia la península helena? Además de como caballo de Troya para rebajar las sanciones europeas, porque Moscú aspiraba a quedarse con un buen trozo del pastel de privatizaciones griegas, concretamente, el de la red de ferrocarriles y el puerto de Salónica. El gobierno de Syriza ha paralizado todas esas ejecuciones y tendrá que buscar otra manera de contentar a Putin.
Aumentar el intercambio en materia de turismo y energía parece la vía más probable. Cuando Tsipras y Putin se reunieron hace escasos días, esos fueron los temas de conversación más reseñables. Eso, y el papel de Grecia para mediar entre Europa y Rusia en el conflicto de Ucrania. Incentivos económicos por parte de Rusia no van a faltar, porque de momento tiene todas las de perder. Y la situación de Grecia es para dejarse querer y mucho.
Grecia tiene que negociar su deuda. Rusia es su mejor carta para hacer sufrir a los europeos y demostrarles que la UE no es su única opción. Si es un farol o Rusia entra por el sureste, es el debate más apasionante que afronta la aburrida Europa en este siglo.