Los griegos acuden hoy a los colegios electorales para depositar su papeleta en las urnas. Se sienten desorientados. Su situación, fruto de unas políticas equivocadas y unos gobiernos incompetentes, es mala. La resignación es mala consejera y la oportunidad de cambio supone un riesgo que no se sienten capaces de apreciar en su justo valor. Cambiar, ¿para qué? Han sufrido una medicina de caballo, pero quizá y escribo quizá, el cambio prometido no sea más que una ilusión efímera, pasajera que oculte una realidad que nos espera, no sólo a los griegos sino a todos los europeos si nuestra decisión es equivocada. La Corte de los milagros no existe, ni soluciones mágicas para problemas complejos. Quiero expresar mi sincero deseo de que los electores griegos acierten en su decisión. Desde España, seguimos con interés un proceso electoral que a todos nos afecta aunque no podamos intervenir. Vaya para Grecia y los griegos nuestro apoyo y solidaridad. Su suerte, buena o mala, puede ser la nuestra. Grecia no es España, ni Syriza es Podemos. España está saliendo, gracias a nuestros sacrificios y unas políticas valientes y arriesgadas, de una larga crisis. Pablo Iglesias es un novato en política, que nos regala los oídos con propuestas que cambia cada día por ilusorias e impracticables. Es cierto que los programas electorales no se cumplen en su integridad, pero al menos hay que pedirles cierta coherencia. Gobernar es tomar decisiones, establecer prioridades. El buen gobernante debe pensar en los intereses de todos, no sólo de los que le han votado. La España de Podemos no es real y el despertar, tras las elecciones, si la decisión de los griegos hoy y la nuestra dentro de poco tiempo no es acertada, puede ser el comienzo de la verdadera pesadilla. No pretendo apelar al miedo, no es mi estilo. Yo denuncio los juicios paralelos, las decisiones condicionadas por intereses económicos de algunos medios informativos y cadenas de TV. Servir el interés común puede ser una utopía inalcanzable, pero debe ser una exigencia de quienes somos lectores, espectadores, actores y víctimas, en definitiva, de esta representación en la que se ha convertido la sociedad en la que vivimos.