Durante siete días he caminado cámara en mano por Grecia. De la capital a las islas, de calles grandes y turísticas a callejuelas estrechas. De rincones conocidos solo a través de redes sociales hasta el Partenón. Un amplio recorrido actual que me ha permitido llegar a una conclusión determinante: Grecia es el país del eterno pasado en el presente. Ni la abandonarán nunca lo heroico de su historia ni tampoco el caos de sus propuestas dionisiacas. Los griegos son Sísifo, Tsipras, Platón, Apolo, Seferis, Varoufakis, Atenea, Elytis y Theodoraki a la vez. Una mezcla explosiva para un mundo que pide realidades por encima de leyendas o diatribas. Un sueño para los que no ven más allá de las sumas y las restas.
Perdonadme que no profundice en el epicentro económico de la crisis griega, pero lo mío no son los números, y creo que muy pocas veces éstos son la respuesta. Si alguien se hace preguntas, que respire las calles griegas, que pasee y sienta la humillación de la población, que se empape de humanidad en lugar de hacerlo de cuentas. Y piense por un momento en el orgullo de un pueblo al que se le ha preguntado por su futuro, en un intento de escapar de su pasado que siempre se presenta, y ha visto como no vale de nada y se le humilla y se le recuerda que no va a salir con vida de si historia. Porque es eterna.
En siete días en Grecia no he percibido las emociones más fuertes en la Plaza Syntagma o en cualquier calle de Atenas. De hecho, he visto mas gente rebuscando en la basura en cualquier calle de Madrid que en la capital griega. No había cola en los cajeros. Apenas huelgas. La gente aguanta heroica y se prepara para mas recortes, mas ajustes, que no van a conseguir sacarles de la quiebra. No he visto esperanza en Grecia, tan solo nostalgia.
Ayer en el Odeón de Herodes Ático, a los pies de la Acrópolis se celebraba un homenaje a Mikis Theodorakis con motivo de su 90 cumpleaños. Y fue allí precisamente, entre casi mil griegos, en un escenario incomparable rebosante de años y de ruinas, fue allí donde por momento sentí la emoción más fuerte de mi viaje. De repente me sentí parte de su Historia, pude notar con una fuerza abrumadora el sentimiento compartido por los asistentes, la nostalgia y las luchas de sus abuelos o padres, el cariño de las letras, la fuerte de sus palmadas, las lágrimas de sus vivencias. Respiré Grecia.
Y eso solo se consigue a través de la cultura. Saber nos hace libres. Ójala alguien, algún día, se pare a pensar en esa máxima, pasee por La Academia, por una biblioteca o por el Ágora y recuerde que allí se gestaron y se gestan muchas respuestas. Que siempre nos hemos hecho muchas preguntas pero lo importante es no tenerle miedo a las respuestas, y mucho menos de dónde vengan. Ójala, Grecia.