Revista Cultura y Ocio

Grecia, ¿y ahora qué?

Por La Cloaca @nohaycloacas

Hay dos formas de conquistar y esclavizar una nación. Una es con la espada, la otra, con la deuda”.

John Adams, Presidente de los Estados Unidos (1796-1800)

Publicado por José Javier Vidal

O quien nada debe, nada teme, que decimos aquí. Esa es la causa inmediata de la grave situación de Grecia hoy y de la de Argentina en 2001. Una combinación angustiosa de deuda externa y sujeción al patrón oro o renuncia de hecho o de derecho a una moneda propia. O, en términos estrictamente europeos, los problemas derivados de una unión monetaria sin la correspondiente unión fiscal.

Cómo el “patrón oro”, junto con una elevado endeudamiento, pueden llevar a una economía al colapso – Argentina en 2001, Grecia en 2015 – lo explicábamos en un reciente artículo en este blog. Invito a los interesados en saber algo sobre ese proceso a que lo lean. Lo que pretendo con el de ahora es arrojar un poco de luz sobre lo que puede pasar en Grecia si, finalmente, sale del euro e introduce una moneda propia. Como en el artículo anterior, usaremos la experiencia argentina como nuestra particular bola de cristal.

Dejamos el artículo anterior en diciembre de 2001. El día 1 de ese mes, Cavallo, el “superministro” argentino de Economía, establece el “corralito”. Los argentinos no pueden retirar de los bancos más de 1.000 dólares/pesos mensuales en efectivo. El pánico cunde y la falta de numerario estrangula una economía que arrastraba cuatro años de contracción. El día 19 el descontento y la desesperación estallan en forma de disturbios y asaltos a supermercados. El presidente De la Rúa no puede sostenerse más y el día 20 huye de la Casa Rosada en helicóptero. En diez días vertiginosos se suceden cuatro presidentes. El segundo, Rodríguez Saa, toma posesión el día 23 de diciembre. Con toda la retórica y puesta en escena propias de las huidas hacia adelante, anuncia que Argentina suspenderá el pago de la deuda, pero aclara que esa suspensión no es su repudio, sino un mero aplazamiento unilateral de su reembolso. Sorprendentemente, no devalúa el peso, mantiene la convertibilidad y habla de introducir una tercera moneda para pagar salarios y pensiones: el “argentino”.

El espectáculo no engaña a casi nadie y los argentinos, hartos de ver a los mismos políticos corruptos de siempre seguir con sus componendas y apaños, se tiran a la calle al grito de “¡Que se vayan, que se vayan todos!”, aunque, al final, no se fue ni uno…(¿Nos suena esto?).Pero, bueno, eso es otra historia. Lo que sí consiguieron esas protestas es que, al menos, Rodríguez Saa dejase la presidencia. Ocurría el 29 de diciembre de 2001.

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El 2 de enero de 2002 el Congreso argentino inviste como presidente a Eduardo Duhalde, anterior gobernador de la provincia más importante de Argentina, Buenos Aires. Ese mismo día, el nuevo presidente anuncia el fin de la convertibilidad y la devaluación del peso. Era el reconocimiento de una realidad insoslayable. Promete, no obstante, que los depósitos en dólares de los ahorradores se mantendrían en esa moneda. Pero donde no hay, no hay, por mucho que se empeñen los gobiernos en negarlo. Y el gobierno argentino, incumpliendo su promesa de unos días antes, declara el 11 de enero el “corralón” o, al menos, su comienzo. Porque “corralito” y “corralón”, las dos grandes aportaciones argentinas a la jerga económica del siglo XXI, no son lo mismo. Distingamos. El primero es una mera limitación, sospechosa, de los movimientos de efectivo. El segundo, mucho más grave, ya es una confiscación en toda regla de los ahorros de los ciudadanos. Primero se empezó traspasando los saldos en cuentas a la vista a cuentas a plazo fijo, es decir, reteniendo el dinero de los depositantes. A continuación se declara la “pesificación” total de la economía. Los depósitos en dólares se convierten en depósitos en pesos a un cambio de 1,40 pesos por dólar cuando, en el mercado libre, el dólar ya cotizaba a 2,20 pesos. En otras palabras, si yo ingreso en el banco un dólar pero luego sólo me devuelven 63 centavos, alguien se está quedando con los 37 centavos restantes. Ese alguien fueron los grandes inversores que retiraron sus fondos antes de que el sistema colapsase y le endosaron el desbarajuste al pequeño ahorrador. Eso lo veremos luego. Sigamos con la “pesificación”.

También había que pensar qué hacer con las deudas en dólares. Atención, que lo mismo tendrá que pensar Grecia si decide abandonar el euro y establecer una moneda nacional. Pero de esto hablaremos más adelante. Nos quedamos en Argentina. En un primer momento, el gobierno argentino declara la pesificación de las deudas bancarias inferiores a 100.000 dólares al cambio de un dólar, un peso. Esto se hace para evitar la asfixia de los prestatarios. Al cambio libre de esos días, una deuda de 100.000 dólares se convertiría en otra de 220.000 pesos, manteniéndose, en cambio, iguales los ingresos de los prestatarios. La imposibilidad sobrevenida de atender esas obligaciones es evidente. El límite de los 100.000 dólares se pensó para proteger a los pequeños prestatarios, pero las presiones de los industriales y grandes empresarios se hacen cada vez más fuertes y en febrero esa medida se aplica a todas las deudas, independientemente de su cuantía. La banca acepta algo que le perjudica porque el quebranto – depósitos a 1,40 y préstamos a 1 – lo pagan el Estado y el “chiquitaje”, es decir, el pequeño ahorrador. ¿Cómo?. Confiscando los depósitos de los pequeños ahorradores a cambio de títulos públicos devaluados denominados en una moneda aún más devaluada ( en marzo el dólar se cambia a 4 pesos). Es el “corralón” en toda su extensión. El ministro argentino de Economía de aquellos días, Remes Lenicov, reconocía abiertamente en una entrevista al periódico “Página 12” el 14 de agosto de 2002 que todo el “blindaje” o “rescate” del FMI sirvió para que los grandes inversores saliesen del país y el coste de la catástrofe lo encajase el “chiquitaje”.

En abril de 2002, el ministro Remes está completamente quemado y deja su cargo a Roberto Lavagna. El nuevo ministro continúa, no obstante, con el programa de canje de depósitos por deuda pública a diez años. Se mantiene también, dentro de lo que cabe, una política monetaria restrictiva y se intenta que el déficit público no se dispare. El gran miedo es que Argentina, como había ocurrido en sus crisis anteriores, cayese de nuevo en una vorágine hiperinflacionista. Hasta cierto punto esto se evitó pero al precio de una caída del PIB del 11% en 2012 y la pérdida de los ahorros de los argentinos medios. A partir de 2003, la economía argentina comenzó a recuperarse. Pero esa es una historia que contaremos en otro artículo.

Hasta aquí, la experiencia Argentina. ¿Qué pasará en Grecia?. Tras la rotunda victoria del “no” se abre la posibilidad, más real que nunca, de que Grecia abandone el euro, de que suceda el “Grexit”. Alemania y los halcones del Banco Central Europeo – alemanes– están por ello. El gobierno francés, el único país europeo que puede hacer de cierto contrapeso a Alemania, no quiere, en cambio, que ningún país salga de la Eurozona, ni siquiera Grecia. Tampoco lo quiere el mismo gobierno que ha convocado el referéndum y ha hecho campaña por el “no”, el griego. Tsipras y su equipo dicen tender la mano a los acreedores para encontrar una solución, pero no una que suponga más sacrificios y más renuncias para los griegos. Al menos ese es su discurso.

No es mi intención juzgar qué réditos o con qué intención política convocó Siryza el referéndum. Si de verdad pretendía dar la voz al pueblo griego en una cuestión de enorme trascendencia para su futuro o, más bien, fortalecer su posición política. No lo sé. Lo dejo a los analistas políticos. Lo que pretendo es explicar, aprovechando lo aprendido de la experiencia argentina, qué va a pasar en el país balcánico a partir de este momento. Dar mi visión de dónde y cómo va a acabar la cosa.

Grecia saldrá, de hecho o de derecho, del euro. Un poco antes o un poco después, pero saldrá. Así de claro lo veo yo. Como Argentina en 2001, abandonará su particular patrón oro, se deshará del corsé monetario que es no contar con divisa propia. Sencillamente, no hay dinero para mantenerlo. Si, como consecuencia del “no”, no se prorroga o renueva el rescate y el Banco Central Europeo no sigue asistiendo a la banca griega, el sistema financiero se colapsará. El primer paso, el “corralito” griego, empezó la semana pasada cuando se limitó a 60 euros diarios lo que se puede retirar en efectivo de los bancos. Estamos en la Argentina del 1 de diciembre de 2001. Después vendrá el “corralón”, es decir, la confiscación de los depósitos de los ahorradores. El Estado griego se apropiará de los euros de los particulares y a cambio de ellos dará títulos de deuda pública o “papeles” denominados en la nueva moneda nacional. En Argentina dieron el paso en 20 días. En Grecia, no sé cuánto tardarán, pero estoy convencido de que también lo harán. Al mismo tiempo, en tanto se introduce la nueva moneda – el proceso puede llevar algún mes que otro -, el Estado no tendrá más remedio que emitir una suerte de “pseudomoneda” o moneda interna para pagar sueldos de funcionarios, pensiones y a proveedores. Argentina tuvo esto más fácil. Ya contaba con una moneda propia, aunque no fuese más que un mero signo del dólar. Pero la moneda argentina existía físicamente. Grecia no tiene ahora mismo nada parecido. Primero, la”pseudomoneda”, la nueva moneda nacional después, comenzarán a circular con una devaluación notable.

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He ahí unos de los principales riesgos, quizá el principal, a los que se enfrenta Grecia: la hiperinflación. Cuando un gobierno puede pagar sus gastos con la varita mágica de la emisión de moneda, es muy difícil que se resista a hacerlo. Imagínese el lector que pudiera hacer frente a sus compromisos dándole simplemente a la máquina de imprimir billetes. Así de fácil. Pero en el mundo real nada es gratis. Recordemos que, precisamente por eso, existe la economía. Si se empieza a emitir dinero sin límite el resultado será un proceso hiperinflacionario. Hay innumerables ejemplos en la historia. La Argentina de 2001/2002 fue capaz de evitar, hasta cierto punto, ese peligro. ¿Lo será Grecia?.

Aun suponiendo que Grecia no caiga en una espiral hiperinflacionista, lo que es seguro es que el colapso del sistema de pagos y la escasez de divisas provocarán, al menos el primer año fuera del “patrón oro”, una formidable contracción de la economía. El PIB argentino cayó en 2002 nada menos que un 11%. A partir de 2003 empezó a recuperarse, pero eso ya es largo plazo. El proceso de recuperación argentino merece todo un artículo. Ya se lo dedicaremos. Centrándonos ahora en lo que puede pasar en Grecia este año 2015, lo más posible es que se produzca esa abrupta caída del PIB. Cómo responda la economía griega, después del primer golpe, a la devaluación, dependerá de su estructura productiva. Ahí las perspectivas, en mi opinión, no son muy halagüeñas. Pero esa es ya otra cuestión.

Este ha sido un artículo de urgencia. Con las prisas quizá se haya colado algún error. Si alguno de los lectores lo advierte, agradecería que me lo hiciese notar. En todo caso, como diría Borges, solicito su comprensión, la del lector. He intentado explicar de la manera más clara posible qué perspectivas inmediatas se le abren a Grecia en caso de ruptura con la Eurozona. Pero sólo a Grecia. Las repercusiones en el resto de los países del euro y para el proyecto europeo son algo muy distinto. Más políticas que económicas pero no por ello menos importantes. La Unión Europea entra en terreno desconocido. Veremos qué pasa.


GRECIA, ¿Y AHORA QUÉ?

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