“Green Book” es una de esas películas de buenas intenciones, agradable de ver, con moraleja incorporada y excelentes interpretaciones, educativa y entretenida. Muy apta para tardes en las que tan sólo apetece permanecer en una butaca o sobre un sofá y dejarse llevar. Rodada en tono de comedia, arranca numerosas sonrisas durante sus más de dos horas de duración y todo su metraje se encuentra lo suficientemente endulzado con esmero para no incomodar al espectador. Sin embargo, su parte negativa (que también la tiene) no resulta baladí, ya que gira continuamente en torno a estereotipos, tópicos y máximas sobre lo “políticamente correcto”. Contrapone a dos personas totalmente opuestas: un blanco de origen italiano, heterosexual, de barrio, vulgar, básico, glotón y con la fuerza bruta como principal herramienta, y un negro culto y educado, homosexual y con la música como vía de expresión. Desde ese punto de partida, la trama se desarrolla con apoyo de evidentes artificios a fin de conducir al público por la cómoda senda de un relato lineal, previsible, pedagógico y un tanto prefabricado. Aunque la cinta se basa en una historia real, ésta queda reflejada de un modo poco creíble a través de unos planos rodados con la pretensión de no importunar a nadie. Se trata de divertir sin herir, de amenizar sin molestar. Pero esa fórmula, cuando se aplica a cuestiones tan delicadas como el racismo en el sur de Estados Unidos, los prejuicios interiorizados o las complejas relaciones humanas, se convierte en un ejercicio de funambulismo que afecta directamente a la propia esencia de la obra. En ningún momento se percibe profundidad y los hechos discurren en un plano superficial muy propicio para deleitar de forma trivial. Los instantes que se suponen dramáticos rayan en la sensiblería y los humorísticos coquetean con la ingenuidad. Y, aun así, el conjunto se contempla con complacencia y los protagonistas seducen con sus respectivas interpretaciones. Desconozco qué hubiera sido de este proyecto de no estar a cargo de Peter Farrelly. El director y guionista norteamericano representa un estilo de cinematografía que nunca me ha gustado. Los títulos “Dos tontos muy tontos” (y su secuela “Dos tontos todavía más tontos”), “Vaya par de idiotas”, “Amor ciego” o “Pegado a ti” constituyen un perfecto resumen de lo que más detesto de la comedia norteamericana. En ese sentido, “Green Book” es sin duda su mejor obra, si bien sospecho que gran parte de su potencial ha quedado sin exprimir. A principio de los años sesenta un brusco y malhablado italoamericano consigue empleo como chófer y asistente de un distinguido pianista afroamericano. Juntos realizarán una gira de conciertos por los estados del suroeste del país. Para orientarse durante el trayecto llevan el denominado “Libro Verde”, una guía con los alojamientos en los que pueden alojarse los ciudadanos de color. La inusual pareja se verá obligada a dejar a un lado sus diferencias para salir adelante en el que será el viaje de su vida. El film cuenta con cinco nominaciones a los Oscar (película, guion original, actor principal, actor secundario y montaje) y ya obtuvo tres Globos de Oro en las categorías de comedia o musical, actor de reparto y guion original. También opta a varios BAFTA británicos y ha sido reconocido por diversas asociaciones de críticos. Todo el peso de “Green Book” recae sobre Viggo Mortensen y Mahershala Ali, que desempeñan una excelente labor. Ambos merecen aplausos de reconocimiento por lograr mantener el largometraje a un buen nivel. Mortensen ha sido candidato a la estatuilla dorada de Hollywood en dos ocasiones (“Captain Fantastic” y “Promesas del Este”), mientras que Ali se hizo con el prestigioso premio gracias a su papel en “Moonlight”.
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Datos del filmeTítulo original: Green Book Año: 2018
Duración: 130 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Peter Farrelly
Guion: Brian Hayes Currie, Peter Farrelly, Nick Vallelonga
Música: Kris Bowers
Fotografía: Sean Porter
Reparto: Viggo Mortensen, Mahershala Ali, Iqbal Theba, Linda Cardellini