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Recuerdo una tarde de inicios de verano de 1981. Yo tenía 15 años. Me dirigía a El Corte Inglés del Paseo de Sagasta; por aquél entonces el único de esa cadena comercial que existía en Zaragoza. Accedí al edificio por la entrada más cercana a la calle León XIII y al llegar a la sección de literatura, ahí mismo, en la planta baja, llamó poderosamente mi atención un libro de cubierta negra y título en caracteres rojos: “La Gran Catástrofe de 1983”.
Me acerque a hojearlo, picado por la curiosidad. Hacía pocas semanas que en un programa de televisión de Jiménez del Oso habían emitido un documental llamado “Alternativa 3”, de finales de los 70, que provocó cierta histeria en la gente y que fue desenmascarado como una elaborada broma de un canal británico. Así que parecía el momento oportuno para sacar a la venta un libro de vaticinios catastróficos que podría venderse muy bien, aprovechando el tirón del momento y la ignorancia del gran público.
Miré la ficha técnica del libro. El autor era un tarado que se definía a sí mismo como el astrólogo más prestigioso del Uruguay. Había sido publicado por primera vez en 1977 – Si no recuerdo mal -pero ésta era la primera edición en España. Leí rápidamente el prólogo, en el que el autor explicaba en qué había basado sus predicciones para asegurar que el mundo sufriría una catástrofe sin precedentes en 1983. Y aquello me pareció tal sarta de estupideces, encadenadas una detrás de otra, que cerré el libro, lo deposité en su sitio, y no volví a recordar el asunto hasta hoy, casi cuarenta años después.
En la actualidad, los grandes timos mediáticos tienen mucha más repercusión que hace décadas. La tecnología nos facilita un acceso inmediato a la información en cualquier lugar; pero también a la desinformación. Del mismo modo, quien tiene algo interesante que expresar puede hacerlo inmediatamente en internet y las redes sociales; pero cualquier impresentable dispone de la misma facilidad para envenenar con noticias falsas, con oscuras ideologías y con propuestas disparatadas.
Desde el primer momento que tuve noticia de Greta Thunberg y su cruzada por el cambio climático tuve también la seguridad de que este fenómeno era otro de tantos, dirigido desde detrás del escenario y presentado a las multitudes en el más oportuno momento. Un fenómeno conducido por los mismos que dirigen a los medios del sistema, que son la inmensa mayoría, y a la gran multitud de usuarios de internet y redes sociales que siempre están dispuestos a apoyar cualquier iniciativa que, sin aportar nada positivo, pueda suponer una pequeña o gran convulsión social que, curiosamente, siempre deriva en medidas de protección social que no son más que censura, y en planificadas subidas de impuestos.
En ocasiones existen demasiadas coincidencias entre estos iconos que aparecen súbitamente en nuestras vidas para salvarnos de lo que sea y dirigirnos hacia un mundo más feliz. En el caso de Greta Thunberg, cuya fama creció exponencialmente en muy poco tiempo, pasando de unas pocas reseñas en prensa local de su Suecia natal a una verdadera sobrecarga de artículos en la prensa mundial y referencias continuas en radio y televisión de todo el planeta, el mensaje es la lucha contra el cambio climático, el personaje, una niña desconocida que salta a la fama por manifestarse con una pancarta convocando una huelga escolar, pero que resulta estar apoyada por ciertas personas que cuentan con dilatada experiencia en estos asuntos, y la propaganda: una descomunal maniobra publicitaria que encumbra a la niña hasta llevarla a una entrevista con el Papa Bergoglio, a una propuesta para el Premio Nobel de la Paz, y a una presentación en la asamblea general de las Naciones Unidas.
Como es habitual, no pocas celebridades se apuntan a hacerse la foto con Greta Thunberg. Celebridades a quienes importa un pimiento que Greta no sea más que una marioneta con síndrome de Asperger a la que la madre, activista de izquierdas, maneja a su antojo con la ayuda de otra activista alemana del cambio climático: Luisa Neubauer.
Si rascamos un poco la superficie y buscamos información en medios internacionales no tardaremos en dar con el entramado empresarial que está detrás del fenómeno Greta Thunberg. La activista alemana Luisa Neubauer es miembro destacado de la One Foundation, que obtiene sus fondos de celebridades como el pesadísimo cantante de U2 Bono, de algunos miembros de la multimillonaria familia Gates, Y de la Open Society Foundatión de George Soros, que financia a miles de ONG por todo el mundo, generalmente con fines subversivos.
¿Hay más? Hay mucho más. Desde luego, no parece muy apropiado que la niña Greta Thunberg haya querido dar ejemplo de respeto al medio ambiente viajando a Nueva York en un velero para no dañar el planeta con emisiones de combustibles… navegando en un yate de lujo propiedad de un miembro de la familia principesca de Mónaco; familia que no hace nada por paliar el supuesto cambio climático. Ni parece muy solidario y progre que los vínculos del fenómeno Greta Thunberg se extiendan también a estrechas relaciones con los mayores empresarios suecos del sector de las energías renovables y con algún miembro destacado del Club de Roma, otro de los organismos en la sombra que dirige o financia no pocas asociaciones y ONG europeas al servicio de la inmigración masiva ideal, de la ideología de género y del activismo contra el cambio climático.
Se mire por donde se mire, el personaje mediático Greta Thunberg tiene todo el aspecto de ser otro timo dedicado a la distracción y manipulación de masas. La novedad es que esta vez es una niña. No es un falsario Pablo Iglesias ni un fraude llamado Barak Obama. Una niña-instrumento que trata de convencernos del negro futuro que nos espera si no nos arrodillamos ante las políticas progres y si no consumimos los productos de las compañías que más partido están sacando con todo este cuento del cambio climático. Y como en política, cuando una idea ha demostrado sobradamente su fracasoy cae estrepitosamente, y aparece de súbito otra similar que hace las mismas paradisíacas promesas, en este caso, tras el gran fraude que supuso la gran maniobra mediática sobre el calentamiento global, apareció inmediatamente la alarma por el cambio climático del que todos los que no seamos izquierdistas, feminazistas, independentistas, islamistas y de otras razas a parte de la blanca somos culpables y merecedores de la peor de las suertes.
No lo digo yo. Lo dicen anormales como las que declaran que los gallos violan a las gallinas porque llevan en su ADN el gen de la violación y que los no veganos somos culpables del cambio climático.
Greta Thunberg es un completo fraude. Una estudiada orquestación que caerá en el olvido en unos años. Pero no olvidemos que hay millones y millones de personas en todo el mundo que gustan de ser objeto de estos fraudes. Gentes sin personalidad que prefieren obedecer antes de formar un criterio propio. Y cuando este fraude se muestre como tal, esta gente buscará otro icono al que prestar atención para ser dirigidos siempre, e invariablemente, en la misma dirección.
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