Dejo
hoy aquí un poema de El bar de Lee, que creo que nunca
había mostrado en el blog. Es el cuarto poema de los dos poemarios que componen
el libro (el primero, Móstoles era una fiesta, es de 1998,
y el segundo, El calvo del Sonora, es de 2008).
Es
un poema de 1998. Ha llovido ya, pero ahí está ya mi obsesión con un escritor
como Gesualdo Bufalino, o bien el
deseo de vivir dentro de una novela.
GRIETAS
Las heridas cicatrizan pero
las cicatrices crecen con
nosotros.
Stanislaw
Jerzy Lec
Sutura
en el cemento, sonríe el barro
descabezado
con labios finos.
Sus
grietas son las mismas que hace doce años,
cremalleras
en la pista de baloncesto. Mis brazos arqueados
se
van cubriendo de fardos. Sostienen el aire,
Atlas
bajo un mundo hueco, estibador
de naranjas en redes sin fondo.
Doblado
para escupir, camino de la fuente,
un
sabor hipocondriaco quema mi garganta, dulce.
Escupo
en un pañuelo, imito a Gesualdo Bufalino
en Perorata del apestado. Buscando mi
peste negra.
Doblado
recapacito: la naturaleza imita al arte
rendija
de luz bajo la puerta
grieta
de labios finos
costurón en
la naturaleza.
Dejo
el juego. Comienzo a andar.
Observo
el deportivo ámbito de las edades.
Recojo
mi balón. Mi abuela
me
lo regaló en mi décimo segundo cumpleaños.
Ella
murió hace dos años, un cáncer.
En
la cama de un hospital, donde ya no reconocía aquel rostro
que
me cuidaba en la niñez
y
yo quería ser tan alto como mi tío (su hijo).
Un
cáncer. En la cama de un hospital.
Ya
no se puede jugar con ese balón, sólo es
una
coartada, una esfera social, una excusa
para
abordar la pista sin las manos vacías.
Palpo
su piel gastada, sus costuras rotas
y
tratando de escapar su cámara negra
de
goma
como un alma
como las tripas de un
estratega reventado
como una peste negra.
Las
grietas ya no son las mismas que hace doce años.
18-2-98.