Un hombre en llamas (han leído bien: en llamas) se introduce en la propiedad de un matrimonio y, sin emitir sonido alguno, se lanza a la piscina para sofocar el ardor que lo está matando; un profesor universitario encuentra en el aeropuerto a un extraño personaje que le cuenta inquietantes detalles sobre Hitler, el papa Juan Pablo II o Gorbachov, antes de depositar un despojo sanguinolento en el libro que el profesor lee; un hombre apellidado Balboa se interesa por un anuncio donde se ofrece en alquiler una habitación insonorizada para poder gritar, y en ese espacio terminará conociendo al amor de su vida; un encuestador llamado Martín vive una experiencia borgiana en casa de un entrevistado llamado también Martín; un hombre recibe de madrugada la llamada telefónica de una chica que lo confunde con su padre y que le cuenta una experiencia traumática que está viviendo; un pintor joven acude con su esposa a Madrid para inaugurar una exposición de su obra buscará a una mujer de su pasado.
Los protagonistas de este magnífico libro de Ricardo Menéndez Salmón vertebran o soportan experiencias que al lector, por su peculiaridad o su extrañeza, le causan asombro. Pero ese sentimiento no constituye la meta última de los relatos, sino que se convierte en un simple punto de partida para que, embriagados por la calidad literaria del autor (francamente impresionante), nos veamos envueltos en un río de emociones. Sentimos la rabia, la perplejidad, el dolor, la tristeza, el desamparo, la ternura, el desaliento. Y cada propuesta se graba en la mente con eficacia de tatuaje. No sales igual después de que Menéndez Salmón te presente a sus personajes, te sitúe en sus paisajes, te relate sus historias. El escritor gijonés opera en ti su magia desde las primeras hasta las últimas líneas y logra que suspendas todo tipo de incredulidad argumental o psicológica: aceptas sus reglas incondicionalmente, porque intuyes (y pronto corroboras) que el premio será un enorme disfrute literario.
No tardaré en abalanzarme sobre otro de sus libros.