Oye, tu, quiero esta cosa por la que me robas tres euros. ¡Porque eso es lo que hacéis, robar! ( Especie de buenos días recibido el lunes a primera hora)
En mi trabajo me toca hablar con mucha gente, algunos de los cuales llegan totalmente desbordados como el que abre la puerta a lo FarWest y entra gritando o el que tiene la razón absoluta y claro, no admite opinión en contrario, soberbios. Os prometo que no resulta fácil el día a día con según que personajes y cada vez es más y más ingrato pasarme el día recibiendo exabruptos sin comerlo ni beberlo (y no soy ni recaudador de impuestos ni verdugo). Por supuestoq ue no quiero que se dirijan a mi con un sonoro “usía” ni nada parecido pero de ahí a que te traten como si les debieses algo o como si fueses un siervo y ellos los señores, va un mundo, !Ah, por cierto, creo que la RAE todavía no ha borrado del diccionario la palabra “gracias”!. Lo dicho, muy desagradable y lo malo es que parece que la cosa vaya a peor al final verás como se abre la puerta de toriles y alguien se pone a tirarnos tomates a la cara, si eso ocurre ruego que alternen con lechuga, aceite y sal. Por lo menos comeremos ensalada.
Lo preocupante es que esta historia es generalizada, sal a la calle y verás que se han perdido las formas hasta niveles troglodíticos. Dad un vistazo a las redes sociales y te espantarás de lo que lees. Parece que a alguien se le ha olvidado que esta sociedad artificial en la que vivimos se construyó sobre el respeto, la confianza en las instituciones y las formas. Justo lo que estamos perdiendo a velocidades estratosféricas con la ayuda de la tele, las tijeras y los malos ejemplos. Mal andamos, es como si ya no nos importase nada, como si hubiésemos vuelto a la jungla.
Vete tú a saber porqué pero cada vez tengo más la sensación de que una horda de vándalos está invadiéndolo todo. Parece que una epidemia como la de Resident Evil nos esté haciendo olvidar las reglas más básicas de convivencia y sin ellas acabaremos comportándonos como bestezuelas sin criterio (anda igual eso le interesa a alguien). Todos los días nos desayunamos con actos de salvajismo que son aplaudidos en el reino de la mala sombra y el odio en que se han transformado las RRSS. Soportamos maneras de hablar que te hacen caer los palos del sombrajo o salidas de tono (en horario infantíl) de cualquier personaje público que debiera contenerse por eso mismo, por ser personaje público. Nos movemos por las calles sin ningún tipo de consideración y ya vemos normal hasta estamparle los pies en la nariz al que se sienta enfrente en el tren. No se trata de mantener los modales del SXIX pero si de respetar al prójimo. La educación ha caído en picado, es como si nos hubiésemos vuelto insensibles con el otro, ¿tan egocéntricos hemos acabado?.
Aunque no debiera extrañarnos nada. Los personajes públicos en los que nos fijamos cada vez son más zafios. En otras épocas muchos de los que salen por la tele hubiesen recibido un capón en la cabeza y un “Niñoooo, así no se trata a las personas” y puede que algunos programas de la tele hubiesen acabado en una estantería en la más lúgubre de las catacumbas del archivo. Pero bueno, al final el esperpento vende y eso es lo que cuenta. La grosería lo ha invadido todo hasta el punto de que muchos de nuestros políticos han perdido la empatía y ya no son ejemplo de nada o por lo menos de nada bueno. Por ejemplo, un señor de cierto partido con nombre de diccionario, de cuyo nombre no quiero acordarme fue capaz de soltar una barbaridad inhumana en pleno día contra la violencia de género y después no tuvo agallas ni para mirar a la cara a quién se la rebatió, con mucha más dignidad, desde la experiencia. Ni siquiera se oyó un “lo siento” o un “perdone usted”. ¿Con gente así cómo vamos a construir un futuro?. Pues así con muchos más personajes de cualquier ralea.
¿Pero sabes una cosa? Por mucho que me lo pongan difícil sigo pensando que la mejor tarjeta de presentación de una persona no es su currículum. Lo que te abre o cierra la puerta siempre será una sonrisa y unos modales respetuosos. Seguiré intentándolo con el próximo que se me siente delante de la mesa, espero que no me escupa demasiado.