El pasado fin de semana fue muy especial. El viernes baje hasta Talavera de la Reina a ver a mis amigos de la Asociación Ardeidas, una de las asociaciones naturalistas más veteranas de España, que me tenían preparado un plan muy especial. Talavera me recibió con agua. Después de un verano extremadamente seco en el que no llovió prácticamente nada en cuatro meses, por fin llovía, aunque egoistamente pensé que podía haber esperado un par de días más, porque esa tarde íbamos a censar grullas al Embalse de Navalcán.
A las 4 de la tarde nos fuimos al embalse y mientras cruzábamos la dehesa observamos los primeros grupos de grullas, que comían bellotas en la dehesa. Después de dejar el coche caminamos unos 10 minutos hasta la orilla del embalse, donde poco antes de oscurecer llegan las grullas a pasar la noche.
Poco antes de las 6 de la tarde, las grullas se empezaron a mover y varios grupos aparecieron entre las encinas para posarse en la cola del embalse. Era el punto de reunión antes de dirigirse al lugar donde finalmente pasarían la noche.
A pesar de que el día estaba nublado, había dejado de llover, y el espectáculo, con las cumbres nevadas de la sierra de Gredos al fondo, era impresionante.
Ya habían pasado las 6 de la tarde y aún quedaban la mayoría de las grullas por llegar al dormidero. La luz se iba apagando y en se momento empezaron a aparecer grupos de aves por todas partes. Sus reclamos las delataban antes de que aparecieran. Algunas veces volaban tan bajo que casi tocaban las encinas con sus alas.
La llegada de grupos, algunos de solo dos o tres grullas y otros de mas de un centenar, era continua y apenas daba tiempo a contarlas todas. Cuando apenas quedaba luz algunos grupos rezagados aparecieron por el horizonte. Entre los adultos volaban los pollos del año, que acompañados de sus padres emitían un reclamo característico para mantenerse en contacto con ellos.
La sierra de Gredos aún se apreciaba en el horizonte y unos pocos grupos pasaban frente a ella para acabar perdiéndose en la oscuridad. Al fondo, en la cola del embalse se escuchaba la algarabía de las casi 6000 grullas que habíamos contado hasta entonces. De repente, todas ellas levantaron el vuelo y se marcharon volando hacia el lugar donde pasarían la noche, justo en la orilla de enfrente a donde nos encontrábamos.
De izquierda a derecha: Antonio, Alberto, Miguel Angel, yo, José Luis y Alberto, antes de comenzar el censo
Cuando ya se había hecho completamente de noche y mientras seguíamos escuchando de fondo el reclamo de las grullas nos regresamos a los coches. El número de grullas que contamos ese día fue muy parecido al de años anteriores, y el espectáculo, sobre todo para alguien del norte como yo, que no está acostumbrado, había sido inolvidable.
Pero este espectáculo solo fue el comienzo de un estupendo fin de semana, en que hubo prácticamente de todo, desde excursiones pajareras a una visita al mausoleo hispano-romano de Las Vegas de San Antonio, que gracias al esfuerzo y el empeño de la Fundación Tagus y del alcalde de Las Vegas ha salido este mismo año de la lista del Lista Roja del Patrimonio en peligro, después de los trabajos de restauración y limpieza que han transformado un vertedero en una joya arqueológica.
Como despedida del fin de semana, después de compartir un cocido a la paja con muchos de los socios, tuve el orgullo de recibir el premio al Socio de Honor de Ardeidas 2016, un reconocimiento que venía acompañado de un precioso trofeo hecho a mano por Gustavo Adolfo Hernández, un artista con mayúsculas y que ya ocupa un lugar destacado en mi casa.
De vuelta en Asturias y después de pasados unos días, no me olvido de las grullas, de la dehesa y sobre todo de mis amigos de Ardeidas con los que en los últimos años he compartido salidas de campo, comidas y risas. Dentro de unos meses, cuando llegue la primavera, volveré a bajar a Talavera. Las grullas seguramente ya se habrán marchado, pero quedarán las avutardas, los elanios, las dehesas manchegas y sobre todo los amigos.
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