En el mundo mediterráneo, si hay algún problema ambiental serio que llegue a afectar la vida de todo ser viviente de estas tierras, por mucho que los seres humanos hayamos aprendido a soportarla, esa es la sequía. Las lluvias, tan escasas y tan concentradas en periodos cortos de tiempo, provocan que los ríos mediterráneos pasen de estar secos a desbordarse en cuestión de horas, con todos los problemas que ello comporta (ver La tempestad que consiguió provocar un terremoto). Estas oscilaciones tan bárbaras hacen que el visitar los lechos vacíos de los pantanos sea un espectáculo tan impactante como el verlos rebosar, más que nada por imaginarte que estás en una zona que, cuando vengan los buenos tiempos, estará bajo muchos metros de agua. No obstante, no sólo las infraestructuras hidráulicas humanas padecen estas brutales variaciones, sino que en la naturaleza también ocurren, aunque hay un lago en los Alpes austríacos en que la oscilación anual de su nivel adquiere la categoría de espectáculo natural por su incomparable belleza. Acompáñeme durante un ratito a disfrutar de la deslumbrante maravilla del Grüner See, el Lago Verde.
Los Alpes, debido a su relativa cercanía al Mar Mediterráneo, se ven influenciados por las dinámicas de sequía y lluvia que tan conocidas son para nosotros. A pesar de ello, la altura de esta cordillera hace que su clima sea netamente diferente y que las lluvias que se acumulan durante el otoño e invierno lo hagan en forma de nieve en las cumbres más altas, provocando que, a la llegada de la primavera, éstas comiencen su deshielo. Un deshielo que hace que todos los ríos y riachuelos bajen con cierta alegría, llenando rápidamente embalses, lagunas y lagos. En este sentido, cerca del centro geográfico de Austria, en la población de Tragoess (Tragöβ en alemán), en plenos Alpes Orientales, se encuentra un pequeño lago que, si lo vemos en invierno, no destacaría de cualquier otro lago alpino con su lámina de agua de 1 a 2 metros de profundidad, sus 2 hectáreas de extensión, rodeado de su zona verde con su hierba, sus árboles, sus senderos, sus puentes y sus bancos. No obstante, al llegar la primavera, todo cambia.
Al mismo tiempo que la naturaleza explota de vida (ver La explosión de belleza de un desierto florido), el lago, sin prisa pero sin pausa, comienza a llenarse con agua del deshielo, fría y trasparente como el más puro cristal, que progresivamente va creciendo hasta inundar toda su cuenca, alcanzando la profundidad máxima de 12 metros y una extensión de 6'5 hectáreas. Es entonces cuando la maravilla natural del Grüner See se muestra en toda su plenitud.
El agua, que se encuentra entre 5 y 6ºC, es tan trasparente y quieta (apenas hay viento en la zona que provoque olas) que el reflejo del sol en los prados, que se han visto sorprendidos por el ascenso del nivel del agua y que tapizan el fondo, le otorga un bellísimo color verde esmeralda que es el origen del nombre de Lago Verde. No obstante, no solo se ven hierbas en el fondo.
Al ser una zona verde con una cierta humanización, todo el mobiliario urbano, las sendas y la vegetación que está normalmente fuera del agua, pasa a estar bajo ella con la subida del nivel del agua, creando un paisaje subacuático absolutamente fascinante para los submarinistas. Y es que, al ser el agua tan trasparente (se ve claramente a una distancia de 50 m), parece que ésta no exista dando la sensación de estar volando en medio de un parque si no fuera por la hipnótica luz verdosa que envuelve todo y que es imposible de encontrar en la superficie. Sin embargo, como una flor, esta maravilla es breve.
El Grüner See, al encontrarse ubicado en medio de los sedimentos procedentes de un corrimiento de tierras que en época prehistórica se desplomó desde los altos riscos que lo envuelven, se mantiene en este estado etéreo durante tan solo 10 semanas, alcanzando su máximo en junio y decreciendo rápidamente a partir de entonces como fruto de su peculiar geología.
Así las cosas, el lago, a pesar de estar ubicado en una cubeta endorreica formada por sedimentos relativamente finos y blandos, tiene el fondo asentado sobre roca caliza potencialmente karstificada, a través de la cual se filtra el agua a más o menos velocidad. Ello hace que el Grüner See acabe por desaparecer conforme que cesa el aporte de agua del exterior -ya sea por sequía o bien por caer en forma de nieve- y todo vuelva a la normalidad en que se encuentra durante 42 semanas al año.
Esta pequeña maravilla natural, declarada Reserva Natural en 2006, se convirtió en un lugar especialmente atractivo para los submarinistas que lo visitaron masivamente hasta el 1 de enero de 2016, momento a partir del cual se decidió prohibir las inmersiones debido a que las turbulencias creadas por las aletas en el fondo y la contaminación producida por sus orines (les debía dar un especial placer mear dentro del agua, mira) ponía en peligro la excepcional transparencia de sus aguas. Una vez más, el ser humano, como de costumbre, escacharrando todo lo que pilla.
En conclusión, una auténtica joya de la naturaleza que vale la pena admirar, respetar y conservar para las siguientes generaciones. Ahora, que parece que el futuro mundial pinta bastos con la inesperada elección de Donald Trump como presidente de los EE.UU., vale la pena, más que nunca, disfrutar de estas pequeñas maravillas. Maravillas que, una vez conquistan nuestro espíritu, no lo dejan escapar jamás.