Tal vez, unos de los problemas más acuciantes de nuestro planeta sea el de la alimentación. Mientras una parte de nuestro planeta tiende a engordar gracias a la alimentación cada vez mas adulterada por la química, contaminada gracias a los venenos y fertilizantes utilizados para asegurar la producción y los cada vez más habituales alimentos transgénicos, la otra gran parte de nuestro planeta se muere por la hambruna. La producción agrícola ya no responde a nuestras necesidades alimentarias sino que está sujeta y a expensas de los intereses económicos de la industria agroalimentaria. De ahí, que dos problemas tan diferentes, no sean más que las dos caras de la misma moneda. Aunque se esta produciendo más alimentos que en cualquier otro periodo de la historia, paradójicamnte uno de cada seis personas de nuestro planeta pasa hambre.
Los alimentos se producen, transforman y distribuyen al menor coste empresarial posible, y para conseguir dicho fin se explota a todos los actores que participan en la cadena comercial de origen a fin, estableciendo un alto diferencial entre el precio pagado en origen y en destino. Nos hemos acostumbrado a ver en las noticias a los agricultores y ganaderos quejarse por el bajo precio que le pagan los distribuidores por sus productos, sin embargo vemos como los precios al que los adquirimos los consumidores no dejan de subir. La búsqueda incesante de reducir los gastos de producción tiene también una importante y marcada repercusión en la calidad de los alimentos, con lo que nuestra salud se ve claramente afectada, y en ultima instancia se convierte en un gasto para la sanidad publica. La mayor parte de los alimentos que comemos están altamente procesados, con una cantidad importante de aditivos (colorantes, edulcorantes, conservantes), transgénico, etc. y esto repercute en nuestra salud, generando graves problemas cardiovasculares, de colesterol, obesidad, alergias, entre otros. Al final pagamos en definitiva tres facturas a cual más cara. La primera son los precios excesivos de los alimentos; la segunda, el gasto sanitario que provoca el consumo de alimentos de tan baja calidad; y la tercera, pero la más importante, el deterioro de nuestra salud y calidad de vida.
Tenemos derecho a una alimentación sana y saludable y el campesinado merece un pago justo por su trabajo. Para ello es necesario acabar con el monopolio empresarial en toda la cadena alimentaria, así como la connivencia política e institucional con el mismo. Debemos reapropiarnos de los mecanismos de producción y distribución de alimentos, que nunca hubiesen tenido que sernos expoliados. Por ese motivo son tan importante iniciativas como las que desde hace años se llevan poniendo en marcha en muchas ciudades españolas y que son los llamados grupos o cooperativas de consumo ecológico. A muchos la palabra ecológico les sonara a caro, pero es importante desmitificar y aclarar ese concepto del cual se pretende aprovechar nuevamente los grandes distribuidores. Lo que es caro es comprar el producto ecológico a través de intermediarios, o en supermercados, donde lo venden como “delicatessen”, porque así los precios se disparan. Pero si por el contrario compramos directamente al productor (eso es precisamente lo que hacen los grupos de consumo) los precio no son mucho más altos que lo que puedes comprar en una tienda normal. Además se puede llegar a acuerdos que beneficien tanto al consumidor como al productor. Estos grupos o cooperativas de consumo ecológico se organizan para repartir el trabajo, contactar con los productores y gestionar la distribución de los productos entre sus miembros. Lo que puede parecer una utopia no es más que una realidad que espero se haga cada vez más habitual. Los miembros de dichos grupos apuestan por la búsqueda del reequilibrio medioambiental y un acercamiento entre el mundo rural y el urbano.
En definitiva los criterios fundamentales que se pueden considerar comunes a todos los grupos de consumo son:
- Relación lo más directa y humana posible, basada en la cooperación y el apoyo mutuo, entre las personas que consumen y las que producen. Esto favorece la confianza y la estabilidad de la relación.
- Fomento de la relación producción-consumo local, de modo que el transporte sea lo más corto posible.
- Impulso de unas condiciones de trabajo y de vida dignas para quienes producen.
- Ausencia de especulación con los precios.
- Preferencia por un consumo de productos locales y de temporada producidos de forma ecológica y sin embalajes o intentando que éstos sean reutilizados. Los productos de huerta son los fundamentales, si bien la mayoría de los grupos reciben también otros productos, mayoritariamente alimenticios.
- Autoorganización de los propios grupos de consumo, lo que favorece las relaciones interpersonales y genera espacios de intercambio más allá del consumo.
El perfil de los participantes ha evolucionado mucho en los últimos años; en 1994 eran principalmente jóvenes universitarios y amas de casa preocupadas por el sabor y la calidad de los alimentos, y ahora se han sumado personas mayores que añoran el sabor de los productos, mujeres que trabajan fuera de casa y personas con enfermedades o rechazo hacia determinados tipos de alimentos.
Podéis empezar a cambiar un poco el mundo buscando alguno de dichos grupos cerca de de donde vivis o, porque no, crearlo vosotros mismos. Para ello sólo hace falta encontrar las suficientes personas interesadas y ponerse manos a la obra. En tiempos de crisis, no sólo nos ayudara a ahorrar sino que también representa una apuesta por la economía social, más justa y solidaria.