No sé siquiera por dónde empezar. Y es que aún estoy en shock. Leer este libro (“Medicamentos que matan y crimen organizado“) es como si te dieran un puñetazo en toda la cara y te dijeran “¡despierta!” de tu sueño feliz de un sistema sanitario y farmacéutico que funciona a las mil maravillas. Desde la primeras páginas, Peter C. Gøtzsche te avisa de que todo en el entorno sanitario está putrefacto. Y claro, los que de alguna manera pensamos que el sistema funciona (aunque no somos tan ingenuos como para pensar que sea perfecto) sentimos que algo nos duele. Si alguien que va describirte las perversiones del sistema te aplica de entrada una agridulce y tramposa cataplasma nada más empezar, al estilo de “mi libro no trata de los beneficios tan bien conocidos de los fármacos … ; en su lugar voy a centrarme en el fallo general del sistema actual, un sistema que permite todo tipo de delitos …“, directamente, te acojonas.
Es un libro (esencial, fundamental, imprescindible) que trata de conspiraciones (la recomendación del libro en la contraportada por la Forcades me provocó algo raro cuando lo estaba hojeando en la librería, pero me sobrepuse al susto inicial). Pero de conspiraciones de las de verdad, de las verificadas, no de las fantásticas. Gøtzsche te va a contar todo lo que no sabías. A mi, que no era de los ingenuos que creían en el sistema perfecto, me ha matado. Es mucho peor, infinitamente peor, de lo que se pueda imaginar, y todo te lo cuenta uno de los fundadores de la Cochrane Center, un tipo muy poco sospechoso de hacer afirmaciones gratuitas.
Pero el libro hay que leerlo con pinzas. Son tales los desmanes que se cuentan que es fácil concluir que nada funciona. Gøtzsche nos relata, con pelos, señales y una bibliografía profusa, cómo las agencias del medicamento, como instituciones, se corrompen (la FDA y la EMA, entre otras); cómo los directivos y altos responsables de estas agencias juegan con la vida de los potenciales pacientes a cambios de recompensas multimillonarias; cómo los gobiernos miran para otro lado (en el mejor de los casos) o directamente son cómplices de los dislates que se cometen; cómo se aprueban medicamentos sin datos públicos sobre los ensayos, o con datos publicados a medias, o con datos falsificados, o “cocinándolos” para que la conclusión sea favorable a la farmacéutica; cómo se aprueban para otros fines que no son los recomendados inicialmente; cómo auténticos ejércitos de visitadores médicos (en EEUU hay una proporción de 1:5 de visitadores frente a médicos) rodean sin piedad a los profesionales de la medicina y les sueltan lo último en márketing engañoso, mentiroso, falso; cómo los médicos acríticos se dejan convencer (hay medicamentos que salen al mercado y la única información disponible sobre ellos la tiene la industria), desde sus sillones, untados son sabrosos elixires en forma de viajes, entradas para el mundial de fútbol, financiación de sus piscinas privadas, noches en bares de streapers o, directamente, con sobres de dinero negro y lleno de vidas humanas; cómo estos médicos (más de los que yo quisiera admitir, por desgracia) no buscan información veraz sobre lo que recetan a sus pacientes y se fían exclusivamente del último flyer que les proporciona su ángel de la industria; o cómo la industria logra vender sus fármacos a personas que no los necesitan; cómo logran cambiar los libros de diagnóstico inventando nuevas enfermedades inexistentes que ellos curarán con costes desorbitados con su pócima de nueva generación; cómo las asociaciones médicas cobran auténticas millonadas de la industria para financiarse y, de paso, inducir al consumo de sus medicamentos estrella, y, lo que es peor, cómo las asociaciones de pacientes se dejan engatusar en forma de financiación por esa industria de la misma manera que un niño cuando le compras un chupachús; y peor que peor aún: cómo algunas revistas científicas se dejan financiar por esa misma industria y sirven de altavoz para sus mentiras.
Gøtzsche te lanza a la cara el hecho de que la industria, a sabiendas de que su fármaco mata, aniquila, atonta, produce obesidad o diabetes, o instintos suicidas, o conductas violentas o asesinas, provoca infartos, o malformaciones, a pesar de que haya otros fármacos anteriores mejores, más baratos y con ninguno o muchos menos de estos efectos colaterales, o todo esto y más, a pesar de que estos efectos letales estén probados por ensayos de la propia farmacéutica, que esconde y falsea, y a pesar de que ensayos independientes lo proclamen a los cuatro vientos, a pesar de esto, la industria logra colar su fármaco a las agencias del medicamento y a los gobiernos, y es capaz de infiltrarlo hasta que llega al paciente, seguro este de que lo que va a tomar es lo mejor para su salud.
Pero el libro hay que leerlo con pinzas, decía antes. Algunas afirmaciones son chirriantes y poco congruentes con todo lo descrito en el libro. Gøtzsche escribe cosas como lo siguiente en varios momentos del texto, que a mi me duele mucho: “Son mínimas las ocasiones en que un fármaco puede salvarnos la vida; la mayoría de los fármacos no producen un efecto positivo en nosotros“, y en otro momento, otra de cal con “a pesar de que hay muchos medicamentos que salvan vidas” seguida de otra de arena “los medicamentos casi nunca son ni eficades ni seguros“, siempre en lugares diferentes del libro, afirmaciones que deben leerse en su contexto. Es innumerable el número de medicamentos que Gøtzsche menciona tanto que funcionan como que no, así que decir que los fármacos no funcionan no se corresponde con lo que él cuenta a lo largo de todas las páginas del libro: muchos fármacos no funcionan pero otros son necesarios y muchas veces imprescindibles. Pero casi me da miedo enmendarle la plana a Gøtzsche, así que se lo dejo a ustedes para cuando lo lean y saquen sus propias conclusiones.
Porque, entre líneas, tenemos muchos datos interesantes. El primero, es que Gøtzsche te deja bien claro que los ensayos clínicos bien hechos y las revisiones sistemáticas son efectivos y lo mejor que tenemos para saber si un medicamento funciona con seguridad o no. Insisto, los ensayos clínicos funcionan, así que aquí deberían dejar de leer (o seguir, si están dispuestos) los despistados anticiencia que puedan verse atraídos por el tema central. No es este un libro que dé argumentos a los antivacunas o a los partidarios de las pseudoterapias, sino todo lo contrario.
Después viene lo demás, la otra cara de la moneda de los párrafos anteriores. Veo cómo las agencias del medicamento también toman decisiones valientes y arriesgadas; cómo en la industria hay excelentes y muy profesionales científicos, médicos y empleados en general (“en las farmacéuticas trabaja mucha gente honrada y respetable“), que a veces se atreven a enfrentarse a la industria ante un juez, profesionales que a veces filtran y publican los datos completos que sus jefes mantienen ocultos. Veo que los medicamentos sí funcionan, porque cuando Gøtzsche profundiza en revisiones que comparan un fármaco de nueva generación con otro existente, siempre aclara que este último sí que funciona con más seguridad y a menor precio la mayor parte de las veces. Es un sistema que sí funciona, en principio, pero que desde una determinada fecha comenzó a corromperse (Gøtzsche apunta que esto ocurrió en algún momento hacia los años ochenta del siglo pasado).
Gøtzsche propone medidas para mejorar este sistema que no piensa en los pacientes sino en los beneficios económicos. Destaca medidas para contrarrestar lo que ocurre. Son de pura lógica y sentido común: implicar a las instituciones públicas en las investigaciones y en el desarrollo de fármacos, obligar a la industria a publicar todos los datos, obligar a la industria a colaborar con los investigadores independientes (por ejemplo, proporcionando placebos o fármacos puros), inducir cambios en las agencias reguladoras, controlar o directamente prohibir a los visitadores médicos y el márketing falso (si un medicamente realmente es milagroso y funciona, no es necesaria su publicidad por razones evidentes), control de los conflictos de intereses, y más medidas que se destilan del libro.
Lean este libro. Aviso: no les van a gustar algunas de las afirmaciones que se hacen y tendrán ganas de cerrarlo para siempre. Pero sigan leyendo y divulguen su contenido entre sus amigos, pero no olviden la conclusión: la ciencia, el método científico, funcionan, pero algunos interesados han decidirlo pervertirlo en su propio beneficio.
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