Revista Cine
En su columna de ayer, el estimado Carlos Bonfil apuntaba un rasgo central de Guadalajara 2010, que ya se había empezado a notar en ediciones anteriores. Además de ser el escaparate para el cine mexicano e iberoamericano de ficción y documental realizado en los últimos meses, Guadalajara se ha vuelto, también, uno de los escenarios más rigurosos para la presentación del cine de autor y de las nuevas tendencias fílmicas mundiales. Y es que ya el que el FICCO pasó a peor vida, Guadalajara rescató el homenaje programado a Agnès Varda y programó la espéndida sección Corrientes Alternas, curada por los especialistas exFICCO Michel Lipkes y Maximiliano Cruz.
Precisamente lo mejor que he visto este día -y en el Festival y en lo que va del año- fue la brillante reflexión autobiográfica Las Playas de Agnès (Les Plages d'Agnès, Francia, 2008), de la abuelita nuevaolera Agnès Varda, cinta programada en la retrospectiva de la gran maestra franco-belga. La viuda de su inolvidable Jacquot de Nantes (Varda, 1991) vuelve a las playas belgas de su infancia y ahí inicia un fascinante, conmovedor y juguetón recorrido por su juventud, sus distintas vocaciones (de fotógrafa, de cineasta, de artista plástica), su matrimonio con Monsieur Demy y su propia obra fílmica. Como espero escribir de ella in extenso -si no se estrena comercialmente, por lo menos aparecerá en la Muestra o en el Foro de la Cineteca- sólo agregaré que la octogenaria Madame Varda demuestra con esta cinta que, para decirlo de manera elegante, todavía le sobra mucha agua al bule creativo de esta señora.
Antes de llegar al climax vardaniano, vi el correcto melodrama de maduración juvenil Te Extraño (Argentina-México, 2010), segundo largometraje de ficción del argentino mexicanizado Fabián Hofman. La película -en concurso en la sección iberoamericana- es, evidentemente, un proyecto muy sentido y muy personal de Hofman, pues algo de su vida se ve reflejada en la del personaje central, Javier (Fermín Volcoff), un adolescente argentino que es enviado a vivir a México una temporada después de que su hermano mayor, el aprendiz de montonero Adrián (Martín Slipak), ha sido desaparecido por la dictadura militar de los años 70.
Hofman dirige con soltura y aunque la historia tiene por lo menos una inconsistencia grave (¿en qué momento se le abrieron los ojos a Javier y entendió que lo suyo no era convertirse en guerrillero?), Te Extraño termina con un par de momentos genuinamente conmovedores entre Javier y su senil abuelita ga-ga.
Te Extraño fue una grata sorpresa y eso podría haber sido, también, Perpetuum Mobile (México, 2009), de Nicolás Pereda, de quien vimos ayer el bostezante documental minimalista Todo, en Fin, el Silencio (2010). Perpetuum... pudo haber sido una gran comedia de observación cotidina, pero el guión escrito por el propio Pereda no se decide nunca seguir por ese camino. Además, la realización de la película es, por lo menos, inconsistente: a tomas largas de 2 ó 3 minutos con cámara inmóvil le siguen secciones mucho más convencionales -y mucho más logradas- en las que los dos personajes centrales, Gabino (el ubicuo Gabino Rodríguez) y Paco (Francisco Barreiro), se encargan de hacer distintas mudanzas en su camionetita pinchurrienta. El juego actoral es muy bueno y hay viñetas muy logradas pero, en conjunto, Pereda vuelve a fallar.
Aunque, eso sí, no al nivel de un horrendo corto alegórico que vi por la mañana, Terra Incognita (Cuba, 2009), de Rodrigo Daniel Alves de Melo (por nombre no paramos). El filme, de larguísimo diez minutos, nos presenta a un anciano obsesionado por encontrar su utopía a través de la energía solar. Como el filme fue realizado en la más antigua dictadura del continente (¿y del orbe?), uno tiene que leer entre líneas esta jalada en la que el anciano de marras busca su utopía aunque, cuando parece haberla alcanzado (todos a su alrededor se tiran al suelo como si vieran a los castrantes hermanos Castro), él no hace caso y sigue su rumbo. En todo el corto el viejo y su anciano se bañan el rostro con bloqueador, para evitar daños provocados por los rayos del Astro Rey. Como quien dice: quema-mucho-el-Sol. Si los cineastas cubanos quieren decir algo de Cuba, que lo digan en voz alta o que, por lo menos, lo hagan con alegoría menos pendejas.
Ya por la tarde, después de Las Playas de Agnès, la racha de buen cine siguió con el modesto pero empático documental Un Día Menos (México, 2009), de Daniela Ludlow, centrado en sus abuelos, el casi centenario Emeterio Deloya y su esposa de nomás 84 primaveras Carmen Cortés. Debo confesar que este sencillo filme me ganó desde el inicio y terminé de verlo con un nudo en la garganta. Por las expresiones que escuché de la gente que estaba a mi alrededor -no ha habido función de prensa para los documentales: todos han sido vistos con público "normal"- creo que no fui el único que cayó en las tramposas garras de la cineasta egresada del CCC.
La realidad es que muchos de nosotros nos sentimos identificados al ver a este matrimonio de 62 años discutir, divagar, reír y pelear incansablemente, un día sí y otro también. Ese interminable ping-pong verbal entre los viejitos, esa visita casi épica al Seguro Social, esa visita multitudinaria de toda la familia que llega a Acapulco en vísperas de Año Nuevo, me remitió a mi infancia y a mis abuelos: a Doña Luz, a Don Alberto. Esos ancianos son nuestros padres, nuestros abuelos y, si vivimos lo suficiente, seremos también nosotros. Dificil permanecer impasible ante la visión de esos dos viejos que tienen más tiempo viviendo juntos que lo que yo tengo de vida.
Flores en el Desierto (México, 2009), de José Alvarez, es mucho mejor documental en el terreno profesional de la realización: cuenta con la experta cámara de Fernanda Romandía y del también cineasta Pedro González Rubio, hay un cuidadoso trabajo sonoro de Sergio Díaz y la trama, que sigue a los huicholes en sus centenarias costumbres ancestrales, se sacude las obviedades del peor cine etnográfico. Con todo, aunque realizado de una forma mucho más amateur y menos cuidada, yo prefiero a los viejitos Deloya que a estos huicholes con todo y su legendario peyote. De todas formas, no me extrañaría que Flores en el Desierto ganara algo al final de cuentas: su realización es, insisto, impecable.
Havanyork (México, 2010), documental de Luciano Larobina, se luce también con sus recursos de producción y su temática es muy atractiva, pero la película termina desbarrancándose entre tanto choro mareador casi autoparódico. El título sugiere el tono: de La Habana a Nueva York y de regreso una y otra vez durante los 90 minutos de duración de la cinta, Larobina sigue el movimiento hip-hop cubano y lo compara con su similar estadounidense, corrompido por el rap gangsteril que, a decir de algunos radicales músicos-poetas-locos, es el arma del hombre blanco para seguir sojuzgando a los negros de los ghettos americanos.
Honestamente, yo pensé que Havanyork sería una especie de versión hip-hopera de Calle 54 (Trueba, 2000), pero Larobina se pierde en el bosque y al rato le presta demasiada atención a sus militantes musicales que en todos lados ven complós y que afirman que todos estamos compuestos de "música" y de "luz". Y que, además, eso está científicamente comprobado. Lo que hace el peyote cuando no es manejado con la responsabilidad de los huicholes.