Revista Cine
Hasta el momento -porque me queda una última jornada completa- la mejor película mexicana que he visto se llama Perdida (México-España, 2010) y está en competencia en la sección documental mexicana. Se trata de la opera prima de la montajista vuelta cineasta Viviana García Besné, quien funge como la narradora en off de su propio filme.
Al inicio, la señorita García Besné dice que cuando recién empezó a involucrarse en el mundo del cine, le daba verguenza decir que provenía de la familia Calderón. Despreocúpese: García Besné no es pariente de nuestro nefasto Calderón del presente, sino bisnieta de José Calderón, el patriarca de la familia cinematográfica fundada por él y por su hermano Rafael, y continuada posteriormente por Memo, Rafael y Pedro "Perico" Calderón, los de Azteca Films, Producciones Calderón y Cinematográfica Calderón, compañías que tuvieron en su haber la censurada -por el desnudo de Lupe Vélez- La Zandunga (De Fuentes, 1938), el "descubrimiento" de la gran Ninón Sevilla -y la producción de Aventurera (1950) y Sensualidad (1951), entre otras cintas de cabareteras-, además del famoso ciclo de filmes de "desnudos estéticos y estáticos" de los años cincuentas, las primeras películas rocanroleras mexicanas, varias cintas de El Santo y hasta la moda de las ficheras, pues Don Memo Calderón, tío abuelo de García Besné, fue el productor de Bellas de Noche (Delgado, 1975).
De alguna manera, Perdida (sobre la inolvidable canción de Chucho Navarro), es la orgullosa apropiación que hace la cineasta debutante García Besné de la tradición y la historia de su bisabuelos, sus tíos abuelos, su "apestado" abuelo Jorge García Besné -productor él mismo de las cintas de El Santo y de los chili-western de "Los Villalobos"- y de las leyendas que rodean a su familia y que ella misma trata de develar en este fascinante filme de dos horas de duración nunca agotadoras, para nada cansadas.
García Besné viaja hasta Ciudad Juárez, donde se originó el emporio Calderón, pues su bisabuelo José y su hermano Rafael, fueron los primeros mexicanos en hacerse de un cine, el Alcázar, gracias a que los americanos huyeron de la ciudad, asolada por Pancho Villa. Como los Calderón tenían una fluida relación con el Centauro del Norte -y porque ellos mismos tenían un genuino interés populista/populachero: dejaban entrar gratis a los tarahuamaras al cine, fueron los primeros en El Paso en hacer funciones especiales para la comunidad negra-, su negocio empezó a florecer. Con el paso del tiempo, llegarían a tener 3o salas de cine en Chihuahua y 6 en El Paso, además de iniciar en el negocio de la distribución, a través de Azteca Films, que luego se convertirían en estudios cinematográficos. Llegado el momento, los Calderón sería la única familia involucrada, en todo el siglo XX, en todos los aspectos de la industria fílmica nacional: exhibición, distribución y producción de cine.
García Besné tiene información de más pero nunca nos abruma con ella. Experta editora ella misma, la cineasta alterna entrevistas con sus propios tíos abuelos y su abuela Maté, además de historiadores, gente de la industria y diversas estrellas de sus películas (Joaquín Cordero, Ana Luisa Peluffo, Sasha Montenegro, Rafael Inclán, Lyn May, Aldo Monti et al), con imágenes de los innumerables filmes de los hermanos Calderón, cartas inéditas que ella misma descubrió en su investigaciones, fotos y películas familiares que cubren prácticamente todo el cine del siglo pasado... A través de esta investigación, García Besné descubre quién es su familia, de dónde viene ella y cuáles son esos secretos que nadie le quiso contar pero que ella, tozudamente, va develando: el amor entre su abuela Maté y Ricardo Montalbán, el matrimonio fallido de Maté con el abogado y luego productor Jorge García Besné, los pleitos entre los tres hermanos Calderón por cuestiones de negocios, la enfermedad mental de "Perico" y su relación amorosa con Ninón Sevilla...
Para los Calderón, el cine era su vida pero también era un negocio: en algún momento, acaso el mejor de todo el filme, el tío abuelo de la cineasta, el lúcido Memo Calderón, cuenta cómo perdió todo su dinero en los años 50, después de varios fracasos comerciales. Llegado el momento, no tuvo lana para enterrar dignamente a su hijo, un bebé que el mismo señor Calderón tuvo que ir a enterrar con sus propias manos. La suerte cambiaría cuando se le ocurrió desnudar por vez primera, de la cintura para arriba, a Ana Luis Peluffo en La Fuerza del Deseo (Delgado, 1955). A partir de ahí, el negocio volvería a florecer, luego volverían más crisis y volvería a renacer con el vilipendidado ciclo de "las ficheras".
Lo cierto es que al contar estas altas y bajas económicas y creativas de Don Memo Calderón, la cineasta-narradora subraya un hecho incontrovertible: su familia hizo el cine que hizo -bueno, malo, regular, peor- pero lo hizo con su dinero. Los Calderón no arriesgaron dinero de nadie más que de ellos mismos: no les interesaba la crítica sino el público. Hacían cine para que la gente fuera a verlo. En algún momento, Don Memo se apasiona y con razón: él no pidió becas ni apoyos ni nada. Si hacía películas que ganaban dinero, qué bien; si hacía películas que perdieran lana, qué mal. Pero ese cine no era pagado con nuestros impuestos. El reproche apenas está embozado: de todo lo que he visto en competencia, en cuanto a cine de ficción se refiere, ¿cuál de ese tiene viabilidad económica?
Una ultima ironía imposible de soslayar: vemos en imágenes de archivo a Luis Echeverría, en Los Pinos, correr destempladamente y en público a todos los productores del viejo cine mexicano porque hacían cintas de sexo, violencia y leperadas. De ahora en adelante, les dijo, el Estado hará cine para educar a las masas. Curiosamente, poco antes de ese celebérrimo discurso, Rodolfo Echeverría, hermano del Presidente y director del Banco Cinematográfico, había ayudado a Memo Calderón para el financiamiento de Bellas de Noche.
Perdida es la más seria competidora para ganar el Mayahuel a Mejor Documental mexicano. Sería, de hecho, un detallazo: premiar los recuerdos y las memorias de unos productores de cine mexicano populachero que nunca les dio por transmitir profundeces como las que he padecido en la sección competitiva mexicana de ficción. Y si al inicio García Besné afirmaba que siempre le dio pena que sus tíos estuvieran involucradas con cintas de desnudos, de luchadores, de albures y demás, es obvio que, al final de cuentas, no puede estar más orgullosos de ellos. Y hace bien.
Rabia (México-España-Colombia, 2009), de Sebastián Cordero, es una de las favoritas en la sección de ficción iberoamericana y es fácil explicar por qué. Aunque tiene un par de problemas en el guión -sobra por lo menos un personaje, hay algunas escenas más bien inútiles- y el desenlace es un tanto cuanto anticlimático, la verdad es que la actuación de Gustavo Sánchez Parra es hipnótica y la realización misma de Cordero es impecable. Como la película se estrenará comercialmente, espero escribir in extenso en unos cuantos meses más.
Mother and Child (EU-España, 2009), de Rodrigo García, fue presentada fuera de concurso en la sección de galas. El oficio de García está fuera de toda duda: su manejo de los actores es intachable y la cámara en interiores de Xabier Pérez Grobet, centrada en los rostros de los intérpretes y en los escenarios cotidianos en los que viven atrapados, no tiene desperdicio. La trama no es más que un melodrama de vidas femeninas cruzadas, pero está hecho con tal calidad que es obvio que su largo aprendizaje en HBO (García ha dirigido episodios de Carnivale, Los Sopranos, Six Feet Under, Big Love, In Treatment...) le ha dado buenos frutos.
Finalmente vi la que debe ser -si algo raro no sucede- la ganadora del Mayahuel a Mejor Película en la sección mexicana de ficción. Me refiero a De la Infancia (México, 2009), el más reciente largometraje del joven veterano Carlos Carrera. Sobre una novela de Mario González Suárez que no he leído pero que ya ando buscando, he aquí la historia de tres hermanitos educados -es un decir- a punta de patadas, sopapos y groserías por parte de su delincuente papacito, un impecable Damián Alcázar -seguro ganador de Mayahuel a Mejor Actor. Los niños -qué buena mano tiene con los chamacos Carrera- tienen un curioso protector: un fantasma que ronda por la bodega en la que viven y que nadie parece ver más que ellos. Hay algunos elementos que no me convencieron del todo, pero Carrera es un cineasta de oficio al que no se le cae nunca la película. Ya escribiremos de ella cuando se estrene comercialmente, este mismo año.
No va a correr con esa misma suerte La Pequeña Semilla en el Asfalto (México, 2009), documental de Pedro Daniel López López. La cinta tiene su encanto y el mérito de provenir del mismo mundo indígena: es decir, el filme -que sigue el edificante camino de cuatro indígenas chiapanecos que salen de su comunidad para convertirse en pintores, fotógrafos, ambientalistas- es realizado en Chiapas dentro de la Escuela de Cine y Video Indígena fundado por el propio cineasta López López. Nada malo hay que escribir de esta película; pero, por desgracia, nada extraordinariamente bueno tampoco.
Otro documental mexicano en competencia, En los Pasos de Abraham (México, 2009), de Daniel Godlberg, tiene la gracia, por lo menos, de mostrarnos un mundo completamente desconocido: la de los mexicanos conversos al judaísmo. Sucede que desde hace algunos años, varias familias de Veracruz han pasado del catolicismo o de alguna otra forma de cristianismo, a abrazar la religión de Abraham y Moisés. La cinta de Goldberg alterna la mirada hacia los mexicanos conversos judaízados que viven en Tifrah, Israel, y las familias de ellos que viven en Veracruz o la de algún otro frustrado mexicano que no ha podido todavía hacer la conversión al judaísmo.
La cinta nunca deja de ser interesante, aunque me queda la sensación de que faltó explorar más en la vida de estos personajes: ¿quiénes son?, ¿por qué la conversión?, ¿por qué sólo gente evidentemente pobre? Y a todo esto, ¿qué piensas de estos conversos los judíos-mexicanos de nacimiento?
Lo peor de todo que vi en esta jornada fue, por fortuna, lo más breve: un cortito de 10 minutos llamado Corazón de Perro (México, 2009), de Ismael Nava Alejos. Se trata de ooootro ejercicio de estilo tarantinesco cuyo único merito es que nos da la oportunidad de disfrutar de la belleza despampanante de Elizabeth Cervantes, quien en todo momento empuña un chico pistolón. Ora sí que dispara cuando quieras, mi reina.