Revista Cine
Empezamos con nuestra cobertura de Guadalajara 2011. El Festival Internacional de Cine en Guadalajara en su edición número 26 estrena nuevo comité organizador, nuevo presidente, además de nueva sedes, nuevos hoteles y hasta nuevos cines. Sobre la marcha ya iremos haciendo nuestro juicio: por lo pronto, a pesar de que con un servidor la acreditación llegó hasta el último momento -algo de suspenso hitchcokiano, para darle algo de emoción al asunto-, la realidad es que nunca antes, en la década que tengo viniendo al festival, habían estado disponibles, con una semana de anticipación, el catálogo del festival con todo y el programa general incluido. También nunca antes me habían dicho que irían por mí al aeropuerto... y, también, nunca antes me habían dejado plantado, porque nadie fue por mí. En fin...En Guadalajara 2011 habrá la posibilidad, por vez primera, de ver algunas películas on-demand, de tal forma que si hay alguna cinta que no se pueda revisar en pantalla grande -sea por falta de tiempo, sea porque se empalma con otra función- existirá la posibilidad de "visionarla" -así dice el boletín- a través de una plataforma on-line. En todo caso, ya veremos si podemos hacer uso de ella, pues el boletín no aclara si este servicio es sólo para los compradores que asisten al Mercado de Cine Iberoamericano o si la prensa y los críticos podemos echar mano de ella. Sea como sea, es una innovación digna de subrayar: sería la primera vez que algo por el estilo se hace en un festival de cine en México.En cuanto al primer día de trabajo, no hay mucho de qué presumir. El Mural (México-Argentina, 2010), chorrógesimo largometraje del veterano Héctor Olivera, presentado en competencia en la sección iberoamericana, es una fallida mezcla de extravagante melodrama familiar y declamatoria biopic política-culterana. Llamada "de interés nacional" en los créditos -lo que hace suponer que hubo dinero del erario argentino en la producción- El Mural toca el mismo tema, sólo que en el terreno de la ficción, que la premiada cinta documental Los Próximos Pasados (Muñoz, 2006), no vista, desgraciadamente, por mí.En 1933, el gran muralista mexicano, apasionado comunista y fanático del papito Stalin, David Alfaro Siqueiros (Bruno Bichir, adecuadamente desatado) llega a Buenos Aires con el fin de pintar un mural "revolucionario" en algún lugar público pero, en su lugar, termina siendo contratado por el poderoso magnate periodístico Natalio Botana (Luis Machín), dueño del influyente diario "Crítica", para pintar un mural erótico ("Experimento abstracto" se llamaría) en el amplio sótano de su quinta Los Granados.Olivera combina así, el retrato de la personalidad creativa de Siqueiros -su apuesta por la experimentación formal, el uso artístico de un producto industrial como el silicato- con sus muchas contradicciones ideológicas -un revolucionario que no tenía empacho en trabajar para el capitalista Botana; un (dizque) progresista que trataba de puta a su esposa, la poeta urugaya Blanca Luz Brum (Carla Peterson)-, al mismo tiempo que nos entrega la escandalosa crónica telenovelera de la familia formada por el propio Botana y su excéntrica esposa periodista/feminista Salvadora Medina (Ana Celentano), con todo y la aparición de las personalidades famosas de rigor, como Pablo Neruda (Sergio Boris) o Victoria Ocampo (Mónica Galán).La producción es impecable y los protagonistas/antagonistas, Siqueiros y Botana, son figuras fascinantes por sí mismas, pero la cinta se pierde en una verbosidad que llega a hartar, algunos personajes están desdibujados -Neruda y Ocampo de plano están de más- y el drama de la familia Botana-Medina es, para decir lo menos, inconsistente. La señora Medina es retratada aquí como una histérica y desquiciada -por lo que la infidelidad de Botana con la suculenta esposa de Siqueiros casi se disculpa- mientras que algún episodio lésbico -el beso de la ama de llaves alemana a la señora Medina- es tan gratuito que roza con el absurdo: ¿juay-dis-mess?En comparación, Amador (España, 2010), sexto largometraje de Fernando León de Aranoa, filme también en la competencia iberoamericana, parece una obra mayor. No lo es, por cierto: León de Aranoa, siempre solidario con sus personajes marginales, lo ha hecho mejor antes, tanto en Princesas (2005) como en Los Lunes al Sol (2002). Sin embargo, Amador no carece de interés y hasta logra subvertir algunos de sus convencionalismos por una temprana vuelta de tuerca que, por lo menos, yo no esperaba.Marcela (la siempre bienvenida Magaly Solier), una inmigrante sudamericana -acaso boliviana-, es contratada por Yolanda (Sonia Almarcha) para que cuide a su anciano padre, el Amador del título (Celso Bugallo), quien está postrado en su viejo departamento sin compañía alguna. Al inicio, el anciano -que mata el tiempo resolviendo enormes rompecabezas- no quiere saber gran cosa de la muchacha que lo cuida pero no pasa mucho tiempo para que los dos platiquen y peleen, como lo hace cualquier paciente gruñón con su eficaz enfermera/mucama. Marcela necesita el trabajo: la paga de 500 euros que recibirá en un mes le permitirá pagar el refrigerador que su marido, Nelson (Pietro Sibille), ha comprado para mantener vivas las flores que roba y que vende en la calle, con un pequeño grupo de prostitutas e inmigrantes africanos. Marcela necesita el dinero, además, por otra pequeña razón: está embarazada, aunque no sabe cómo decirselo a Nelson con quien no se imagina viviendo para siempre. Estamos, pues, entre el melodrama social a lo Loach y el woman's film clásico, con una mujer despertando de su letargo existencial para empezar a decidir por sí misma lo que tiene que hacer.He escrito el melodrama social "a lo Loach". Es injusto: en su corta pero sustanciosa carrera, León de Aranoa ya puede presumir de tener su propia voz, marcada por la solidaridad a los marginados, la capciosa observación social y la regocijante comedia de costumbres. No es Amador la mejor película de su filmografía y, de hecho, no está exenta de inconsistencias -hay momentos bastante gratuitos, como el choro que le suelta el anciano a la panza de Marcela; todo ese rollo de las sirenas no está bien justificado-, pero también tiene buenas ideas -el rompecabezas como una alegoría de una vida que hay que cambiar/completar- y un reparto sin tacha, en el que brilla, en la última parte, Fanny de Castro como una avejentada prostituta pragmática.Escribí antes que lo convencional de todo el asunto no lo es tanto después de que sucede una inesperada vuelta de tuerca en el primer tercio del filme, algo en lo que no puedo extenderme por razones obvias. Lo que sí puedo insistir es que incluso en este tono menor, León de Aranoa sigue haciendo un cine más que visible.Esto mismo podemos decir de Elisa K (España, 2010), filme dirigido a cuatro manos por los veteranos cineastas catalanes Jordi Cadena y Judith Collel, cinta ganadora del Premio Especial del Jurado en San Sebastián 2010. La película, por cierto, no se exhibe en competencia sino en una interesante sección titulada "Europa Nuevas Tendencias: San Sebastián-Guadalajara".Elisa K está dividida en dos partes claramente delimitadas no sólo temporalmente, sino estilísticamente. En la primera sección, la más extensa e interesante de una muy breve película de 72 minutos de duración, la niña de once años Elisa Kiseljak (notable Clàudia Pons) es violada por un amigo de su papá. La muchachita queda en estado de shock pero su mente logra borrar de su memoria todo lo sucedido. En la segunda parte, 14 años después, con una Elisa ya crecida (Aina Clotet) y estudiando en el extranjero, vemos cómo, por una azarosa cadena de asociaciones, Elisa recuerda traumáticamente la violación que sufrío de niña.En la primera sección, fotografiada en blanco y negro, se privilegian las tomas largas y un estilo visual académico, frío, distanciado, subrayado aún más por la omnisciente voz en off de un narrador (Ramón Madaula) que analiza lo que piensa y siente la confundida Elisa. En la segunda parte, aparece el color, domina la cámara en mano y el encuadre, nervioso, se está (re)haciendo a cada instante.El notable trabajo fotográfico de Sergi Gallardo es uno de los puntos a favor de este filme que, en lo personal, creo que se sale de madre en su segunda parte. Es evidente que esto era necesario -si el primer segmento trata de la represión inconciente de esa violación infantil- aunque no estoy tan convencido de que funcione la larga secuencia del derrumbe de la Elisa adulta. De cualquier forma, Elisa K fue la película más interesante que vi en esta primera jornada.