Revista Cine
Al salir de ver La Isla Mínima (España, 2014), quinto largometraje de Alberto Rodríguez (Grupo 7, 2012), la mejor película que vi en la competencia iberoamericana de Guadalajara 2015 -aclaro: no la vi toda-, un colega me comentó, despectivamente: "Nah, es puro True Detective". Sí y no: sí, es cierto, hay dos policías de personalidades encontradas resolviendo un crimen en un lugar alejado y pantanoso -no en el sur americano, sino en el sur español, en las marismas de Guadalquivir, en Andalucía-, se encuentran cadáveres de jovencitas salvajemente mutilados, se tienen que desenterrar viejos crímenes y muchas personas -poderosas o no tanto- tienen mucho qué esconder. Pero no, La Isla Mínima no es copia de True Detective. De hecho, la cinta dirigida por Rodríguez -presentada en San Sebastián 2014- apareció de manera prácticamente paralela a la serie televisiva. En todo caso, La Isla Mínima y True Detective -y muchas otras cintas o series televisivas más- abrevan de la misma fórmula arcaica de la pareja/dispareja, aplicada en la comedia, el melodrama o, como en este caso, el thriller con asesino serial suelto.El logro mayor de La Isla Mínima no es rehuir esta fórmula sino apropiarse de ella y usarla a la mejor conveniencia para, a través de un género popular bien identificado por cualquier espectador, dejar caer una serie de reflexiones políticas sobre la España del inmediato postfranquismo. Guardando las debidas distancias, lo que ha hecho Rodríguez aquí es lo que hacían los cineastas americanos de los 40/50, descritos por Scorsese como "contrabandistas". Es decir, a través de un género de evasión pura (el thriller), con todos los clichés temáticos y estilísticos de rigor (incluyendo una formidable persecución en auto en plena oscuridad), Rodríguez termina haciendo otras cosas mucho menos evidentes. Estamos, decía, en el sur español de 1980, en algún pueblito cerca de Sevilla, cuando España empezaba su nueva vida democrática. La cámara multipremiada de Alex Catalán nos presenta, en magníficas pero extrañas tomas aéreas una España desconocida: las aguas, los canales y los arrozales de esas marismas nos ubican en un territorio excéntrico, casi fuera de este mundo. Dos policías, el veterano Juan (Javier Gutiérrez, mejor actor en San Sebastián 2014 y en el Goya 2015) y el más joven Pedro (Rául Arévalo) llegan a investigar la desaparición de dos hermanas, dos muchachitas de 17 y 16 años a las que parece habérselas tragado la tierra. O el agua, en todo caso. Resulta que no es así: muy pronto se encuentran los cadáveres de ellas y, más aún, los detectives se dan cuenta que ese lugar remoto de la península española es rico en desapariciones de jovencitas.La Isla Mínima empieza con la descripción de los dos personajes centrales: Juan es el veterano curtido, aparentemente corrupto, un policía de la vieja escuela identificado por un periodista (Manolo Solo) como miembro de "la GESTAPO de Franco". Pedro, al contrario, es joven, está recién casado, es un idealista, liberal y ha sido enviado ahí como castigo por haber escrito una carta abierta en un periódico. El planteamiento es obvio: un policía "bueno" y un policía "malo" luchan por hacer su trabajo en una España que supuestamente ha cambiado mucho por la llegada de la democracia pero que, en realidad, no es así. La investigación avanza y retrocede, como suele suceder en este tipo de cintas, a través de triunfos, retrocesos y pistas falsas. Sin embargo, al llegar al final del camino, con todo y el caso resuelto, el resultado es de cualquier manera, amargo. Es cierto que se ha evitado otro crimen, es cierto que se ha detenido el mal, es cierto que han ganado "los buenos" pero, ¿a qué precio ha sucedido todo esto? Y a todo esto, ¿quiénes son los buenos? El desenlace de La Isla Mínima es descorazonador: el pequeño triunfo logrado por Pedro "el bueno" -a través de Juan "el malo", en gran medida- significa, de alguna manera, una traición. La España "nueva" nace comprometida con el pasado. Y con ello, ha comprometido el futuro. Ha comprometido a la España de hoy.