Revista Cine
Al salir de Ella es Ramona (México, 2015), ñoñísimo quinto largometraje de Hugo Rodríguez, un buen amigo, Ricardo, me preguntó si no me sentía más optimista después de haber escuchado, voz en off de por medio, la moraleja de la película: "Para ser feliz, solo hay que decidir ser feliz". El colega mazatleco expulsado a Guadalajara, Enrique Vázquez, el hacedor de one liners más rápido del Oeste y que venía caminando atrás de nosotros, apuntó con jiribilla: "¡Claro que está feliz, ¿no ves que es crítico de cine?!" Qué remedio: la maledicencia siempre me alcanza. La Ramona Godínez del títilo (o "Gordinez" o "Ramona Jamona" o "Ramona Gordinflona" como la apodaban en la infancia su egoísta hermana menor Sofi y su insoportable amiguita rubia Rosa) es una muchacha obesa pero no carente de atractivo que creció viendo los interminables pleitos de su mamá (María en su gustado papel de Rojo) y su papá (Juan Carlos Colombo), cuya muerte se atribuye ella algo de culpa, pues deseó con todo el corazón, abrazando a una "muñeca mágica", que las peleas de sus papás terminaran. Y, en efecto, acabaron: con la muerte de él. Este detalle y otros más hicieron de Ramona una supersticiosa que no sale de su casa sin ver su horóscopo y que cree que los makech (dizque) mágicos que le vende una tarotista de sospechoso acento francés (Leticia Huijara) a 3 mil pesos le pueden cumplir todos los deseos.Rodríguez abusa de la voz en off (¿cuánto tiempo pasa para que no escuchemos la voz narrativa de Ramona, uno o dos minutos?), abusa de los recursos simplones (el olor animado que surge de las deliciosas galletitas que cocina Ramona, el gag del perro aplastado accidentalmente por ella) y, en especial, abusa de los flashbacks sobre-explicativos (demasiado largos) y de los flash-forwards imaginados (se vuelven predecibles). Con todo, no niego que la cinta se deja ver sin demasiadas dificultades -en una corrida comercial podría aguantar muy bien el palomazo de fin de semana- y que la protagonista, la debutante Andrea Ortega-Lee es realmente simpática. Ella es el mejor argumento que tiene el filme.No sorprende que Ella es Ramona no esté en la competencia oficial iberoamericana -decisión sabia del festival el dejar de lado los filmes más convencionales, después del papelazo/mariachazo de hace algunos años- pero sí que 600 millas (México-EU, 2015), opera prima de Gabriel Ripstein, no esté en esa misma competencia. ¿Decisión de los programadores del festival o el productor Michel Franco la inscribió fuera de concurso? Sepa la bola: misterios festivaleros. En todo caso, por lo menos hasta el momento, después de ver dos días completos de cine, 600 millas podría ser una digna ganadora en cualquier sección del festival.Arnulfo (Krystian Ferrer, espléndido) es uno de los encargados de traficar armas de Arizona hacia Sinaloa. El "bisnes" es fácil: un desmadroso gringuito (Harrison Thomas) hace las averiguaciones pertinentes, compra pistolas y cuernos de chivo de forma legal, y luego Arnulfo se encarga de esconder el cargamento en una camioneta todoterreno hacia México. La frontera no parece problema alguno: los agentes paran la camioneta, hacen una revisión rápida, ven el pasaporte de Arnulfo y lo dejan pasar. Las 600 millas del título son, aproximadamente, la distancia que hay de Tucson a Culiacán, camino que recorre de ida y venida Arnulfo cada rato.El problema es que en el último viaje que hace Arnulfo lleva hacia México un cargamento muy distinto: un agente gringo de la ATF (la agencia de Tabaco, Alcohol, Armas de Fuego y Explosivos), Hank Harris (Tim Roth), a quien el gringuito desmadroso golpeó cuando el oficial estaba a punto de detener a Arnulfo. Esta es la primera de varias decisiones inexplicables del confundido muchacho: ¿para qué carga con Harris de Estados Unidos hacia México?, ¿por qué no huyó simplemente del lugar?, ¿por qué no lo mató? Hay otras preguntas que el escéptico espectador podría hacerse durante el resto de la cinta, acaso pensando que el debutante Ripstein está pidiendo demasiada suspensión de credibilidad de parte de nosotros. Creo que no es así: Ripstein hijo -orgullo del nepotismo de su papá Arturo- sostiene de principio a fin la tensión y el interés en la cinta y logra precisamente por el inteligente guión escrito por él mismo y la cineasta/guionista Issa López.No apuntaré más aquí porque echaría a perder la sorpresa que nos depara la película a través de sus últimas dos escenas. Baste apuntar que incluso cierto elemento dramático que parece muy gratuito -el violento rechazo de Arnulfo hacia su mamá (Mónica del Carmen)- termina justificándose si uno piensa en el personaje y en dónde se encuentra: se trata de un jovencito que, llegado de Colima, apenas está empezando en Culiacán en el negocio de la familia con su muy tranquilo y ordenado tío narco (Noé Hernández), alguien que se siente obligado a pagar la cuenta de cada consumo grupal, que ensaya las líneas que tiene que decir al cruzar la línea, que expresa una clara confusión cuando se encuentra divirtiéndose en un antro con otros jóvenes como él. Arnulfo, pues, es un muchachito que lo han traído para que se haga un "hombrecito", en el más amplio sentido del término y el chamaco, claramente, está confundido. No sabe qué hacer con Hank porque apenas sabe qué hacer consigo mismo.Ripstein y López construyen varias escenas en las que vemos a Arnulfo y Hank conversar sobre ellos mismos: que si la afición beisbolera (y por los Tomateros, nomás eso faltaba) del muchacho, que si la viudez súbita y reciente del policía, que si nombres de peloteros que juegan en la Liga Mexicana del Pacífico, que si cierta anécdota clave de cuando Hank fue llevado como adolescente a cazar un cimarrón en Hermosillo... Estas conversaciones, nuevamente, parece que estarían de más pero tienen una justificación con lo que vendrá en la última parte del filme: la llegada de Arnulfo y Hank a la casa de su tranquilo tío, lo que sigue después y un par de escenas finales que hacen cambiar la perspectiva de todo lo que hemos visto.Espero que Don Arturo esté contento por su hijo: ha hecho un cine más interesante y pertinente de lo que él ha hecho en mucho tiempo, con una puesta en imágenes nunca preciosista ni relamida, con una cámara de Alain Marcoen que bloquea la violencia o la coloca fuera de cuadro, y que deja extender la toma cuando hay necesidad de ello. Pero de eso se trata tener hijos, ¿no, Don Arturo? Verlos crecer y, tarde y temprano, superarnos.