Abandonado. Tal cual.
Así ha estado mi blog desde que yo no tengo más vida que la universidad y su maldito TFG.
Admito que no ha sido el mejor año, académicamente hablando, y que podría haber hecho mucho más de lo que hice, pero dadas las circunstancias que se me han ido presentando a lo largo de este medio año, creo que lo que importa es que lo he hecho, y qué cojones importa lo demás.
¿Sabéis esta sensación que os da cuando decís algo y nadie os cree? ¿Cuando has caído tantas veces en ese error que el mundo ya da por hecho que volverás a tropezar un número infinito de veces?
Pues qué bien sienta demostrarles a todos que se equivocan.
Acabó mi carrera y, con ella, cerré un ciclo de mi vida. Son de estas cosas que te dan mucho miedo, pero que has de hacer tarde o temprano. Y no hablo de dejar atrás la universidad y a las pocas personas que en ella conocí, que merecieron la pena. Qué va. Voy un pasito más allá, como señorita licenciada que soy.
Hablo de cerrar ciclos, etapas y errores. De empezar a construir desde el escalón en el que me encuentro ahora, sin que me pese nada de lo que me haya hecho daño anteriormente. De cerrar y olvidar, guardar y brindar, por lo que venga, por lo que pase, pero sobre todo, por mí, por mi valentía, y por las ganas que le pongo a cada cosa que hago. Porque de eso se trata, de hacer las cosas con el corazón.
Porque quizás no esté siendo mi mejor año, incluso puede que esté siendo el peor con diferencia, pero la persona que me falta, fue exactamente quien me enseñó a luchar como hoy en día hago, a no rendirme nunca, a no dejar que nadie me pise, a saber que nada ni nadie está por encima de mi. (Que sí, que la teoría me la sé al dedillo, es en la práctica donde la cago…). Que cada paso que doy, lo hago por ella, y ojalá se esté sintiendo orgullosa de lo que voy consiguiendo.
Me encantaría contarla que mi vida ha dado un giro de 180º. Que aquí ya nada es como antes, pero que yo no pierdo mi esencia. Que he vuelto a casa, en verano, para trabajar. Bueno, y para estar con mamá, porque aunque rute, también ella lo necesita. Me encantaría que vieses nuestro coche, y digo nuestro porque fuiste tú quien me ayudó a cumplir mi sueño, y nunca va a ser mío, siempre nuestro. Me encantaría que el dieciséis de junio hubieses estado ocupando una de las cuatro butacas que me correspondían, y que me hubieses abrazado con tus lágrimas y sonrisas. Aunque, de alguna manera te llevé todo el rato conmigo. Llevé puesto tu anillo, con los siete brillantes, y no paré de tocarlo durante todo el día. Así, saliste conmigo a recoger la beca y mi título, lo que tanto esfuerzo me ha costado conseguir. Tan sólo espero que estés orgullosa de mí, tanto como yo lo estaba de ti.
Porque, ¿sabes qué?
Me he dado cuenta de que hay que lanzarse al vacío, y hacer las cosas que nos hacen felices. Y aunque dé miedo, hacerlo con miedo. Pero hacerlo.
Por eso, guardé unas cuantas sonrisas…
y me marché para ser feliz.