Maryclen Stelling
En febrero de 2014 irrumpe la violencia en varias partes del país bajo la figura de las guarimbas. Luego del asombro inicial, abundaron las reacciones emotivas y los análisis del fenómeno que se debatían entre el apoyo y la justificación hasta la condena rotunda a la violencia sórdida que se apropiaba de las calles. Desde la afectividad más profunda hasta la racionalidad más sesuda, contrastaba el rechazo frente al apoyo a tales acciones terroristas, en tanto única salida a la “situación” que aquejaba al país.
En aquella ocasión, por las redes sociales, alguien justificaba su apoyo afirmando que “lamentablemente, este régimen dictatorial no se acabará a punta de diálogo”. Para otros, quizá las guarimbas no eran la mejor opción, pero… ¿qué otra salida le queda a todas aquellas personas que “quieren expresar sus frustraciones, rabia e intolerancia contra el abuso e ineficiencia de este gobierno? Y sobre todo, ¿qué otra salida le resta a los estudiantes que sienten les están “robando su futuro y sus sueños”? Diferentes maneras de resolver la tensión, desarmonía o incoherencia interna entre creencias y emociones ¿Cómo yo, una persona educada, demócrata y pacifica, puedo justificar, apoyar o involucrarme en acciones violentas, muertes…?
Dos años después, aquella oposición sin proyecto ni líderes, fracturada y derrotada en múltiples elecciones obtiene una importante victoria en las legislativas de diciembre. Y, desde la Asamblea Nacional desarrolla su estrategia para “resguardar la autonomía” del poder legislativo y, en un plazo de seis meses, rescatar el resto de los poderes. Suerte de guarimba legislativa, expresión máxima de una disonancia cognitiva de carácter político. Desde la Asamblea, la mayoría opositora defiende el diálogo, la paz y la convivencia y en paralelo blande como arma de guerra su proyecto bandera, la Ley de Amnistía y Reconciliación Nacional. Propuesta que cuenta con el absoluto rechazo del sector oficial y de las organizaciones que agrupan a las víctimas de las guarimbas. Se denuncia la disonancia que tal ley supone, fundamentada en el perdón y en el olvido y la negación del diálogo y de la reconciliación. Se concluye en la imposibilidad de cualquier intento de conversaciones y entendimientos entre las partes, “víctimas y victimarios”.