Antes de escribir este comentario, leí algunas reseñas sobre la película y en algunas de ellas se decía que muy seguramente, los aficionados al mundo de DC y al cómic en general, se sentirán decepcionados al ver una película tan seria, oscura y tremendamente personal, sobre uno de los personajes icónicos de la franquicia. También leí que el director, Todd Phillips (2019), quiere jugarle al serio dejando atrás sus experiencias en la comedia con películas que, me imagino por los títulos que ponen, han de ser “comedia muy gringa”.
Finalmente, caí en la reseña de Stephanie Zacharek, de la revista Time. Hace tiritas la película desde la primera línea con filosas tijeras que, me parece, son demasiado admonitorias y se paran solemnes en los escalones de “lo que debe ser”. Entre los argumentos principales de esta reseña, inyectados de sarcasmo e ironía, se subraya que el espectador no puede (o no debe) sentir simpatía por un personaje desquiciado y cuasi adolescente que tiene asuntos pendientes con sus inestables o inexistentes progenitores. Se alude también a la comodidad y al cinismo que pueden encontrarse tras la postura tipo: “me volví malo porque así me hicieron”. Esta y otras reseñas asumen que hay una apología de la violencia y que usarla como instrumento para acercar el personaje a los espectadores es algo cuestionable. En buena medida tienen razón, y habrá que revisar el cine para ver si en su dimensión, la ficción de los cómics, hay personajes que no la usen.
Haberla leído la reseña de la Time me sirve para confirmar que es muy capitalista descalificar las consecuencias sin cuestionarse las causas. Si entramos en el juego de las etiquetas, desde el tercer mundo hay una lectura de abandono de las obligaciones del estado y de varios otros elementos involucrados en el contrato social, como la educación y la salud (¿en otros países punteros del G-8 un paciente en tratamiento psiquiátrico se preocupa por cómo va a surtirse de medicamentos para transtornos mentales?); uno de los resultados previsibles, abandono emocional crónico. Sobre esta precariedad económica y sanitaria, por ejemplo, Zacharek, la minimiza y dice que no se le puede aplaudir a un loco que anda por ahí matando gente sin ton ni son y menos excusarlo por un tortuoso pasado, independientemente de las causas que lo originaron. Evidentemente, asesinar es condenable, al mismo tiempo que lo es condenar los resultados y dejar intactas las causas. Es la misma lectura que se hace del terrorismo desde el lado del “afectado”; o sobre el aborto en países donde está prohibido y se considera homicidio.
La ciudad es hostil: un adulto presuntamente cuerdo le regala una pistola a un discapacitado mental y en la ruina para que se defienda de unos adolescentes en caso de que quieran volver a agredirlo. Con la misma normalidad, la misma sociedad le deja un niño a una mujer que evidente y clínicamente no es apta para una crianza responsable. Tres brabucones molestando a una mujer en el metro, es normal, nomás están jugando. Si la tocan, “no le hicieron nada”, si la violan, se les pasó la mano. Si los matan (en defensa propia), no importa lo que ellos hayan hecho: es un insulto a la sociedad haber asesinado a unos muchachos trabajadores de la bolsa de valores más grande del mundo.
La lectura de esta película, representada por la reseña de Zacharek y quienes la suscriben, confirma, para mí, que Guasón se recibe con mayor apertura y, sí, simpatía, acá abajo, donde están los desagües, que allá arriba, donde hasta el sol es rosa.
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Post scriptum: qué buen tino haber traducido el título y usado el nombre del personaje con el que algunas generaciones lo conocimos de siempre (al menos en México).