Nuestra patrulla del Tiempo viajará el lunes, a las 22h, a los años 80. ¿Su misión? Recuperar los recibos que demuestran que el Guernica de Picasso pertenece al gobierno español que acaba de recuperar sus libertades políticas. Pero, ¿cuál fue la verdadera historia del más famoso cuadro español del siglo XX y por qué fueron tan importantes esos recibos?
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El artista vagaba de una esquina a otra de su estudio del 7 de Grands-Augustins, París, murmurando insultos y agitando las manos, manchadas de óleo gris. Pablo Ruiz Picasso se había vestido -porque para pintar prefería comulgar con su obra en piel, pecho y pelo- para recibir a Félix Pita, periodista, no sin reticencias: después de mucho estirar el encargo de Renau, el director general de Bellas Artes, a la Exposición Universal de París donde habría de ser expuesto sólo le quedaban dos meses para celebrarse… y el cuadro estaba aún a medio hacer. El panel, de casi ocho metros de largo, olía aún a óleo fresco, recién depositado sobre el lienzo, cuando Pita, con su dulce acento caribeño, le acercó al artista el arrugado trozo de papel de periódico que había traído de ultramar. En aquel recorte del cubano y conservador Diario de la Marina, Manuel Aznar*, el arribista que había abandonado el nacionalismo radical vasco hasta convertirse en ciego seguidor del bando sublevado, citaba al artista. Mentía de cabo a rabo. ¡Decir de Pablo Ruiz Picasso, convencido comunista, que formaba parte de un grupo de artistas decididos a solicitar a las Naciones Unidas la protección de las obras de arte del erario español… contra la barbarie roja, contra los desmanes de las hordas marxistas!
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Poco se imaginaba Picasso, al pronunciar estas palabras, que ni su Guernica iba a exponerse en España hasta muchas décadas después, ni él volvería a pisar su tierra natal en los treinta y seis años que le quedaban de vida.
Cómo nació el ‘Guernica’
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El exilio
La obra, que cultivó un enorme éxito en la exposición de París, había sido cedida por Picasso al Gobierno republicano previo pago de alguna cantidad de dinero con carácter casi simbólico -al artista se le pagaron los gastos en material, no la obra en sí-, comenzó a partir de septiembre de 1937 un largo periplo a lo largo de Europa, siempre en actos a favor del gobierno republicano y los refugiados españoles. Pero la guerra se perdió y Picasso, firme opositor del nuevo régimen franquista, impidió que su obra viajase a España -puede que tampoco la hubieran querido aquí para nada bueno-. En 1939, el Guernica se quedó a vivir en el MoMa neoyorquino, por expreso deseo de su autor, hasta que no desapareciese la dictadura franquista. Un fin que Pablo Picasso, fallecido ya muy anciano en 1973, no llegó a ver.
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El Guernica, expuesto por primera vez en París. Foto de “Crónica”, 19.9.1937
Los primeros intentos
A finales de los años 50, el régimen franquista comenzaba a caer por su propio peso y a requerir, de forma casi desesperada, un lavado de cara que hiciera al país más suculento para una apertura económica hacia el exterior. Así las cosas, los primeros intentos para traer de vuelta (si es posible traer de vuelta algo que nunca había pisado la tierra patria, al menos en el estricto sentido geográfico) el Guernica se hicieron en 1968. Florentino Pérez-Embid, a la sazón director general de Bellas Artes, fue el primero en mover ficha, dispuesto a ofrecer a Picasso, que aún vivía, todo lo que pidiera para que autorizase el traslado del cuadro a España. Es de suponer que se generó, entonces, una situación similar a aquella protagonizada por el ofendido artista ante las noticias que le trajo el periodista Pita en el 37. El “no” del malagueño fue rotundo. El Guernica -dijo por medio de su abogado, Roland Dumas- será devuelto al gobierno republicano español el día en el que la República sea restablecida en España. Es a este gobierno al que pertenece el cuadro, no al del general Franco.
M
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España en libertad: el retorno del Guernica
En noviembre de 1975, la muerte del dictador reavivó la discusión sobre la vuelta del Guernica a España. La llegada de las primeras elecciones democráticas en 1977 y la aparición de los recibos con los que el gobierno republicano había pagado los materiales del cuadro a Picasso en 1939 fueron los argumentos esgrimidos por el gobierno ahora encabezado por Adolfo Suárez tanto a Dumas como a la dirección del MoMa, mientras en España el debate se inclinaba por decidir si el cuadro debía viajar al Museo del Prado de Madrid, tal y como había sido la voluntad de Picasso, o al pueblo de Guernica… o quedarse en Estados Unidos, donde lo disfrutarán más, postura defendida por un Vázquez Montalbán en sus más puras formas y condición.
Tras innumerables trámites burocráticos enturbiados por la situación política española (el 23-F hubiera podido suponer un duro vuelco en las negociaciones), la prevención estadounidense por librarse de responsabilidad alguna en el traslado de un cuadro cuyas dimensiones lo hacían casi intrasportable y el litigio por la herencia del artista protagonizado por su viuda y los hijos de una u otra de las mujeres del malagueño, el Guernica pisó suelo español, por fin, el 10 de septiembre de 1981, a las ocho y media de la mañana. Lo trajo un avión de Iberia llamado, no por casualidad, Lope de Vega, cuya tripulación no sabía lo que estaba transportando ni por qué. Seis bultos voluminosos -porque viajaban también los bocetos-, el mayor de ellos de más de media tonelada de peso, eran los pasajeros de excepción de un vuelo sobre el que pesó, por motivos de seguridad, el más profundo secreto de estado.
El último exiliado de la Guerra Civil acababa de volver a casa.