Venezuela fue siempre un país con un elevado número de muertos por violencia, pero los 290.000 producidos desde la llegada al poder de Hugo Chávez en febrero de 1999 hasta ahora mismo es superior a los 255.000 de la guerra de Siria, iniciada en 2011.
Hay una guerra civil provocada en gran parte por la protección del chavismo a los delincuentes. Los presenta como víctimas de los capitalistas, la simple clase media, y los invita a desquitarse atacándolos, como hace ya descaradamente Nicolás Maduro.
El país es una falsa democracia. Es una delitocracia basada en la delincuencia, y una narcocracia, en la que sectores del poder como numerosos altos mandos militares explotan el negocio de las drogas, mientras el resto del pueblo cae en una miseria creciente.
Observarlo produce conmiseración en quienes conocieron el país antes de Chávez, que prosperaba aceleradamente pese a que su notable corrupción y su histórica violencia; pero aquello era casi nada comparado con esos mismos males ahora.
Lo que lleva a recordar los émulos españoles del chavismo sobre los que hay abundante documentación, como cuando el ideólogo de Podemos, Juan Carlos Monedero, afirma que ante cualquier duda “debemos pensar en qué pensaría o haría Hugo Chávez, y seguir su ejemplo”
La alcaldesa de Madrid, la exjueza excomunista Manuela Carmena, es la menos radical de los responsables colocados por Podemos –con el apoyo del PSOE—en instituciones importantes.
Pero defiende que el 85 por ciento de los presos en cárceles españolas deberían estar en libertad. Casi lo mismo que Chávez.
Lo que supone sacar a la calle a más de 56.000 delincuentes, que no son los corruptos que nos roban secretamente, sino los que, como en Venezuela, pueden producirnos tantos daños como la guerra venezolana.
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SALAS