"-¿¡Tres mil zombis más!? No mames, Forster, no sabes cómo se pone Angelina: ¡es mucha lana!".
“En mi experiencia, para sobrevivir este
tipo de crisis, hay que moverse”. Palabras más, palabras menos, es lo que le
dice el exfuncionario de Naciones Unidas Gerry Lane (Brad Pitt) a la amable
familia de inmigrantes mexicanos que los reciben en su modesto departamento.
Allá afuera, en todo Estados Unidos –en todo el planeta, de hecho- algo ha
infectado a los muertos que, después de unos 12 segundos de retortijones, se
convierten en zombis velocísimos (¿zooooombis?) que muerden a otros seres
humanos buenos y sanos que, luego de los 12 segundos de rigor, se convierten en
otros invencibles infectados. La multiplicación de los panes. O, mejor dicho,
de los zombis.
Así
pues, si Brad Pitt dice que hay que moverse, hay que moverse. Guerra Mundial Z (World War Z, EU,
2013), dirigida por Marc Forster, siempre está en movimiento, siguiendo a Mr.
Pitt, la estrella productora del filme, en su búsqueda de la cura para esta
pandemia que no se sabe dónde inició –acaso en Corea del Sur, tal vez en la
India- pero sí se sabe cómo puede terminar: con todo el planeta Tierra tomado por los “Zekes”
–los “Z” del título, es decir, los zombis.
Inspirado
en la novela homónima de Max Brooks –formada por una especie de recopilación “oral”
de los participantes y testigos de la guerra contra los “Z” en todo el
planeta-, la película retoma algunos elementos del cine clásico de zombis (los
muertos vivientes son eliminados por un tiro en la cabeza, como lo estipuló
George A. Romero desde Muertos Vivientes/1968)
y otros más de sus relecturas más recientes (los infectados son tan rápidos,
como en el díptico Exterminio/2002-2007)
aunque, si somos estrictos, Guerra
Mundial Z es más un thriller de acción con héroe fuerte, audaz y valiente
(pero reluctante), que una película de zombis.
Con
un blockbuster de esta naturaleza, no podía ser otra fórmula. Hay muy poco gore en pantalla –los zombis son eliminados fuera de cuadro, nunca
vemos sesos regados en el piso-, el inmaculado héroe Brad Pitt tiene un interés
personal para resolver el problema de los muertos vivientes –hay una mujer y
dos hijitas que lo están esperando, además de un niño mexicano solovino- y, por lo mismo, un final infeliz y/o deprimente está fuera de toda discusión, pues hay que
recuperar los 190 millones de presupuesto de la película –y, por cierto, al momento de escribir estas líneas ya lo lograron: llevan 260 millones de billetes verdes y siguen contando.
De
cualquier forma, con todo y sus servidumbres, Guerra Mundial Z funciona ahí donde otros blockbusters veraniegos (Esperanza/Snyder/2013, sobre
todo) fallaron: en la emoción que provoca ver al héroe en auténtico peligro, en
el montaje de sus impresionantes secuencias de acción (la huida de Filadelfia y
el pesadillesco caos en Jerusalén), en el logro de un genuino suspenso (Pitt
encerrado y un zombi enseñándole literalmente sus dientes detrás del cristal) y
en el trabajo de un extendido y competente reparto multinacional que dota de
dignidad a todo los procedimientos: la israelí Daniella Kertesz, el italiano
Pierfancisco Favino, el alemán Moritz Bleibtreu y el oscareado actor y cineasta
escocés Peter Capaldi, entre otros.
Sin
duda, el final es anticlimático -¿resultado de los innumerables problemas en la
filmación, que terminaron en el replanteamiento del desenlace?-, y el problema es
que llega después de lo mejor de la película: la emocionante secuencia en un
laboratorio galés de la OMS. De hecho, más que anticlimático, el final es
apresurado: como si el director Forster y la estrella productora Pitt hubieran
decidido que ya era suficiente y que había que terminar de algún modo, pero ya,
antes de que se acabara la lana. Es una pena, porque se les fue de las manos
una obra mayor. Eso sí: con ese desenlace tan a la brava, dejaron espacio para
una secuela. Ojalá la hicieran, con más disciplina, más confianza en sí mismos
y, eso sí, con más sangre, si me hacen el favor.