Alfonso Guerra fue uno de los políticos españoles más admirados y detestados porque, aparte de haber sido vicepresidente del gobierno de Felipe González con sus aciertos y errores, desconcertaba a sus rivales al descubrir provocativamente sus debilidades y hurgar cruelmente en ellas.
A sus 75 años ahora, y recién retirado de la política, acaba de denunciar que la secesión que acaudilla Artur Mas es “una suerte de golpe de Estado”.
Ningún dirigente socialista actual ha hecho una denuncia similar. Principalmente porque el PSC, al que el PSOE le cedió el control de Cataluña, se ha vuelto socialnacionalista, nacionalista líquido, que diría Bauman.
Su mutación ha permitido que más de la mitad de sus concejales y alcaldes se haya unido al separatismo de numerosos ayuntamientos de la Comunidad.
Este fin de semana Felipe González enviaba una carta a los catalanes en la que exponía la inconveniencia de proyectar un Estado independiente, y escandalizaba a muchos biempensantes al afirmar que la propaganda nacionalista evocaba la Europa de los años 1930, en alusión a los nacionalismos fascista y nazi.
González no se atrevió a ir tan lejos como Guerra, quien con otro artículo en el último semanario “Tiempo”, aparte de denunciar el golpe de Estado “a cámara lenta”, le recuerda al Gobierno que puede aplicar sin temor el artículo 155 de la Constitución, que permite suspender la autonomía.
Felipe González califica ahora de disparate el proyecto del PP, de mucho menor impacto, de que el Constitucional inhabilite a quien no obedezca sus sentencias, y el desorientado PSOE, buscando como compañeros a separatistas y antisistema, llama totalitario al Gobierno por esa propuesta.
Si este PSOE líquido viscoso llega al poder con tales aliados España está acabada: este será el mensaje, seguramente triunfador, del PP.
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SALAS