Ahora existen dos tipos de conflictos: "conflictos étnico-religiosos" que violan las normas universales de derechos humanos y no cuentan como guerras de verdad, y requieren de una intervención "pacifista humanitaria" por parte de las potencias occidentales; y por otro lado, ataques directos perpetrados contra EEUU o cualquier otro representante del poder global, en cuyo caso, nuevamente, nos encontramos con algo que no es una guerra, sino con simples "combatientes ilegales" que resisten frente a las fuerzas del orden universal.
En este segundo caso, ni siquiera es posible imaginarse a una organización como la Cruz Roja mediando entre las partes en conflicto, organizando un intercambio de prisioneros, etc. Porque uno de las partes en conflicto (la fuerza global liderada por EEUU) ya ha asumido el papel de la Cruz Roja, en el sentido de que no se percibe a sí mismo como uno de los dos bandos en guerra, sino como agente mediador de la paz y el orden global, aplastando rebeliones y simultáneamente ofreciendo ayuda humanitaria a la "población local". Guerra y ayuda humanitaria han dejado de ser opuestos: una misma intervención puede funcionar simultáneamente en ambos niveles.
Carl Schmitt nos ofrece un buen ejemplo del que podemos aprender algo. La división entre "amigo" y "enemigo" no es en ningún caso un reconocimiento de una diferencia objetiva. El enemigo es siempre, por definición (y hasta cierto punto), invisible: no puede ser reconocido directamente porque se parece a nosotros, razón por la cual el mayor problema y la principal tarea de la lucha política es el de proveer y construir una imagen del enemigo que podamos reconocer (los judíos son el enemigo por antonomasia no porque escondan su verdadera imagen, sino porque, en última instancia, detrás de su apariencia engañosa no hay nada. Los judíos carecen de esa "forma interna" que existe en toda forma verdadera de identidad nacional: son una no-nación entre las naciones; su esencia nacional reside, precisamente, en la falta de esencia, en una clase de plasticidad amorfa e infinita.) En pocas palabras: el "reconocimiento del enemigo" es siempre un procedimiento que se da simultáneamente con la designación del enemigo como tal; un procedimiento que descubre y construye su "verdadero rostro". Schmitt hace referencia a la categoría kantiana del Einbildungskraft, o el poder trascendental de la imaginación: para reconocer al enemigo, debemos "esquematizar" la figura lógica del Enemigo con mayúsculas, dotándola de características concretas que lo convertirán en objetivo apropiado de la lucha y el odio.
Cuando el Enemigo sirve como elemento que hilvana nuestro espacio ideológico (el point de capiton lacaniano), lo hace para convertir en un único elemento a la multitud que conforman nuestros oponentes políticos reales. En la década de los treinta, el estalinismo construyó una agencia del Monopolio Capitalista Imperialista para demostrar que los fascistas y los socialdemócratas (los denominados "social-fascistas") eran "hermanos gemelos", que ambos eran "las dos caras del monopolio capitalista". Así, el nazismo elaboró la idea de un "complot plutocrático-bolchevique" como agente común que amenazaba el bienestar de la nación alemana.
El capitonnage es la operación por medio de la cual identificamos y construimos un único agente que es quien "mueve los hilos" detrás de la multitud de nuestros oponentes. Lo mismo es válido en el caso de la actual "guerra contra el terrorismo", en la cual la figura del Enemigo terrorista es aquella en la que se condensan dos figuras opuestas: el "fundamentalista" reaccionario y el resistente de izquierdas. El título del artículo firmado por Bruce Barcott en un suplemento del New York Times lo dice todo: "De amante de los árboles a terrorista".